Imagen: Anibal Perez
Imagen: Anibal Perez

Para cerrar el año desde El Eslabón resolvimos seleccionar diez títulos de escritores y/o sellos editoriales de Rosario que fueron reseñados en esta columna durante 2016. Es posible que queden muchas obras importantes afuera y el criterio de selección se podrá juzgar como arbitrario, caprichoso o injusto. ¡Y es verdad! pero compensamos convocando a los autores y autoras de las obras elegidas para que hagan sus propias recomendaciones de libros de autores y sellos, en su mayoría, locales. De modo que ningún lector pueda quejarse, este verano habrá lecturas para todos y todas. Antes, hacemos un breve repaso por las obras que más nos conmovieron en este agobiante y turbulento año que dejamos atrás, con ganas de seguir apostando a la producción artística local.  Acá van:

Los dos primeros puestos son para los clásicos rosarinos reeditados en 2016: Las colinas del hambre (Serapis, 2016) la novela social que Rosa Wernicke publicó en 1943; y Chechechela  (UNR Editora, 2016) de Mirko Buchin, novela publicada originalmente en 1972 por el sello Barral, en Barcelona. Lucas Collosa, editor de Serapis eligió un título local en nombre de Rosa. Por su parte, Buchin en persona hizo una compilación breve y representativa de sus clásicos preferidos de la literatura universal. En la lista siguen A dónde van los caballos cuando mueren, la novela histórica ambientada en la guerra de la Triple Alianza del escritor rosarino Marcelo Britos, que en diciembre de 2015 fue publicada por la editorial Aurelia Rivera, de Buenos Aires. Britos eligió una obra de otro rosarino: Carlos Feiling.

El libro de cuentos Nueva tiranía de la escritura (Baltasara Editora, 2015) se llevó el cuarto puesto y su autor,  Matías Piccolo, eligió Herodes, de Pablo Bilsky. Uno de los últimos títulos del año en publicarse, Ninfas de otro mundo, (Iván Rosado, 2016), también integra nuestro top ten. Contiene tres relatos policiales, breves y divertidos y su autora, Melina Torres, se copó con una recomendación del palo: una novela negra de Oscar Tabernise. El joven poeta entrerriano, Tomás Sufotinsky, autor del libro de poesía El otoño circular (Baltasara Editora, 2015) fue elegido para esta lista y recomendó La nube vulnerada del poeta local  Héctor Piccoli. La noche se presta para pegarle a un viejo (Casagrande, 2016) es el segundo libro de cuentos de nuestra lista: personajes delirantes que en un mundo igual o peor que el nuestro sufren dramas universales. El autor, Daniel Basilio, eligió a Chechechela de Buchín, que viene rankeando fuerte desde que volvió a las bateas. Del mismo sello, la nouvelle El Sol (Casagrande, 2016) integra esta lista por habernos sorprendido con una escritura bien guardada y por dejarnos con ganas de seguir leyendo a su creadora,Virginia Ducler, que a su vez eligió una obra de Beatriz Vignoli: Molinari Baila. Milton (EMR, 2015)  la nouvelle de Manuel Diaz también integra los diez favoritos de esta columna, y el autor encomió el poemario de Mariano Acosta, editado en 2014 por la Pulga renga. Por último, Agustín Alzari que escribió nuestra novela elegida La Solución (Yo soy Gilda, 2015) recomendó, como lo hicimos también desde esta columna, ir a buscar El Sol, de Ducler, ideal para el verano, y Versos Selectos, del dibujante Max Cachimba.

Recomendaciones: ¡Acá están, estas son!

Clásicos por Mirko Buchín  

Como decía Borges, mis contemporáneos son los clásicos del siglo XIX. Estoy a punto de leer por tercera vez La Guerra y la Paz de Tolstoi y no me molestaría leerlo de rodillas. Es un libro de dos mil y pico de páginas y cada vez que llego a las últimas mil, sufro.

Acabo de leer a Irene Nemirovsky, que murió en Auschwitz,  y tiene una novelita muy breve que se llama El Baile y que es una maravilla. Otro libro que recomiendo es Rojo y Negro de Stendhal, y por supuesto Madame Bovary, de Flaubert y Cumbres Borrascosas de Emily Brontë. A mi me gusta cuando un texto fluye, por eso me gusta el cine norteamericano aunque lo critiquen, porque saben contar una historia. Tienen que mirar las películas de William A. Wellman.

La tierra de los caballos por Lucas Collosa

La autora de la nota pidió mi recomendación de parte de Rosa Wernicke. Estuve tentado a convocarla al estilo de Wynona en Stranger Things, pero mis luces de navidad iban a quedar cortitas para el ritual. Así que me la juego y confío en que recomendaría La tierra de los caballos de Gabby De Cicco, publicado por Baltasara Editora. Un poemario melancólico y nocturno, que evoca a Patti Smith desde su título, pero también todo un universo cultural, y nos regala versos como éstos: “Ella salta en la cama / mojada, desnuda, pálida. / No sabe cómo y sigue / porque se supone que una / debe seguir viva”.

El Mal menor por Marcelo Britos

Con respecto a lo que me toca, elijo a un rosarino. Se trata de la novela El mal menor de Carlos Feiling, reeditada por Fondo de Cultura Económica en 2012, en una colección curada por Ricardo Piglia. Es una novela de terror, género atípico en el país, integrada por señales del género y ambientada en los 90′, en Buenos Aires. Así como Vivir Afuera de Fogwill es considerada un fresco de esa época, me permito reemplazarla como paradigma por esta obra maestra de Feilling. De escritura fluida y cuidada, lleva al lector a una vorágine de incertidumbre y vértigo, justamente como lo que vivíamos por esos años. No hay mejor metáfora para representar un gobierno de derecha que la que puede ofrecer el terror.

Herodes por Matías Piccolo

Podría recomendar un broli, de un rosarino y de un sello local; para el caso, Herodes, de Pablo Bilsky, editado por Yo soy Gilda.  No se escribe así hoy en el «mercado literario», y no se trata de una manera experimental la forma en la que se alucina el texto, sino que entiendo que esa es la escritura necesaria de la denuncia, sin concesiones, sin remilgos, jugada en el léxico, las construcciones, y empapada por todos los humores. Una forma trabajada y ensayada en varios textos que Bilsky ha venido mostrando (por ejemplo en las contratapas de Rosario/12). Libros así hacen acordar que todavía la Literatura existe, en lugar de esos textos comunicacionales de «sobria madurez» de taller literario que tienen los libros al estilo Fabián Casas o Mariana Enríquez.

El sol y Versos selectos por Agustín Alzari  

Dos libros me impresionaron este 2016: El Sol, de Ducler, y Versos Selectos, de Max Cachimba. Son dos ilustres recién llegados al mundo de la literatura. El de Virginia es pesado por su tema y está lleno de hallazgos. Ella es una narradora muy buena. El de Max es liviano y disfrutable, y combina dibujos con versos muy divertidos o absurdos. Virginia y Max tienen un libro inédito y precioso lleno de girasoles. Lo vi y quedé encantado con esos dos talentos unidos.

Trilogía de agua y un cielo por Manuel Diaz

Trilogía de agua y un cielo para Andrei Rubliev es el segundo poemario publicado por el poeta Mariano Acosta, en 2014, por el sello La pulga renga. Con versos meditativos constela una serie de poemas que presentan un tono conceptual, especulativo, en torno a las posibilidades de pensar a un dios, pensar la noche y pensar la muerte del padre. Pero, por sobre todo, el problema de la especularidad, los significantes del cielo y el espejo. En suma, el poemario de Mariano plantea la pregunta sobre la condición de la existencia y el dolor en un mundo en el que “junto las manos ante la asfixia del silencio/pero no es a Dios a quien yo llamo”.

El muertito por Melina Torres  

Sucede que te encontrás leyendo una novela negra y decís: otra vez la misma putada del ex drogadicto, ex poli, ex marido. Si bien El Tano Gualtieri, el personaje de El muertito (Editorial Revolver) de Oscar Tabernise, responde a estas características que confiesan gran parte de los personajes del género, la trama pronto te hace entrar en un mundo agobiante y lleno de intrigas que logran que no puedas abandonar la lectura. Además hay que decirlo,  el paisaje misionero le da un colorido que realza la novela y al final una solo quiere que al tremendo hijo de puta le vaya bien. Este libro se lleva bien con los tererés.

Chechechela por Daniel Basilio

Chechechela indaga, con su costumbrismo y humor desopilante, en lo propio del rosarino; en la protagonista, se encarniza la repetición del mandato de las ciudades modernas: el matrimonio como garante de bienestar económico y simbólico; el modelo, los rituales, por encima de cualquier singularidad. Quizás por provenir del teatro, Buchin nos regala un personaje construido a partir del lenguaje vulgar, que empatiza e íntima con el lector. Buchín es a Rosario lo que Mann a Alemania, marca el retrato decadente de un espíritu inacabado;  una sinécdoque de Rosario entre el pensamiento barrial costumbrista y sus aspiraciones cosmopolitas.

La nube vulnerada por Tomás Sufotinsky  

Héctor Piccoli presenta en La nube vulnerada (Serapis, 2016) un conjunto de poemas preponderantemente más breves y recogidos que los de sus libros anteriores. Son poemas que se recogen –casi siempre– en la in- y persistencia en la puesta en ejecución de formas y herramientas tradicionales del oficio poético, artilugios por medio de los cuales la universalidad de los temas que atraviesan al libro (la muerte, la transitoriedad, la individuación…) se ve verdaderamente potenciada en el poema como artefacto que la presenta y eleva en una materialidad fónica y rítmica, es decir, musical. Así, su brevedad no es acallamiento, sino potenciación de un sentido a actualizarse en cada lectura. “Pulula el alba/ y tiembla en la linde./ Cresta de la ola”. (Haiku IV)


Molinari baila por Virginia Ducler

Después de leer la nota de Beatriz Vignoli sobre El sol, me asomé a su Molinari baila. Leí las primeras páginas, y le escribí: “Beatriz, siento que somos hermanas literarias”. Ella respondió: “Siento lo mismo”. Creo que lo que nos hermana es, por un lado, una mirada plástica que atomiza lo real hasta volverlo casi abstracto; por otro, la no pertenencia, ya que es difícil ubicar a Vignoli en la llamada literatura rosarina o literatura femenina. Molinari encarna esa extranjeridad. Molinari es origen y es fin. Es punto de fuga. Molinari no es presencia, sino “las inagotables formas de la ausencia”. Y esto se cumple al punto de provocar la misteriosa extinción del personaje en la última parte de la novela. Molinari baila, y se va sin dejar huellas.

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