Foto: Mariana Lezcano.
Foto: Mariana Lezcano.

Este jueves, a los 89 años, falleció Matilde Chocha Espinosa de Toniolli, Madre de la plaza 25 de mayo. Pablo Álvarez y Jorge Cadús, integrantes de Alapalabra, publicación editada por periodistas y escritores comprometidos con las Madres de Rosario, la recordaron con un texto que se publica a continuación.

Muchas veces, en su casa o en la Plaza 25 de Mayo, Matilde de Toniolli nos contó la historia de su familia y de cómo un día tuvo que reinventarse para volver a vivir, en medio de la tristeza.
Profesora de letras, llegó a ser preceptora de la Escuela Urquiza, donde trabajó desde el año ’69. Hace mucho tiempo soñó viajar al sur con su marido, Fidel Toniolli, pero se quedaron en Rosario donde vivieron con sus dos hijos, Carlos y Eduardo.

Matilde Espinosa de Toniolli, ese es su nombre completo, aunque cada jueves en la Plaza 25 de Mayo las Madres le nombraron «la Chocha».

Matilde nos habló de Eduardo, su hijo a quien llamaban «el Negro», nos contó de su militancia en la UES y de las convicciones tan firmes que lo llevaban a luchar por un mundo diferente: «Con la injusticia social yo no puedo vivir…», le respondió un día cuando ella no podía entender su elección y quiso preguntar.

Eduardo Toniolli fue uno de los militantes montoneros desaparecidos en el centro clandestino conocido como La Quinta de Funes, aunque su secuestro se produjo en Córdoba un 9 de febrero de 1977.

«Cuando se llevaron al Negro teníamos una rotisería en Córdoba y Callao, que atendía mi marido, un día vino alguien de Familiares y nos dijo qué podíamos hacer para reclamar por nuestro hijo». Chocha nos habló también de Fidel, nos contó cómo después tomó la posta y se convirtió en el Presidente de la agrupación Familiares, también nos habló orgullosa de su nieto, Eduardo, y de aquella primera militancia en Hijos.
Sucedía cuando Chocha hablaba, que la soledad huía despavorida. Como cada jueves, cuando la tarde la encontraba girando, andando con las Madres, en la Plaza.

Fueron –son– la voz navaja que desgarró los velos del silencio impuesto. El movimiento implacable que cansó al olvido, que lo dejó exhausto al borde de una memoria victoriosa.

Hemos crecido al amparo de los pañuelos, reconociendo cómo las diferencias de distinta índole que portaban estas mujeres no impedían esa construcción colectiva inédita: las Madres de Plaza 25 de Mayo. Y en esas diferencias superadas, en esos respetos mutuos, en esos intercambios, nos seguimos reconociendo.

Cómo no encender los candiles cuando los brujos piensan en volver.

Cómo no dejar de lado miserias y discursos, y trepar esos escalones viejísimos, cruzar en diagonal y buscar la miradas dulces y firmes de Norma, Chiche, Lila; sus luminosas sonrisas –nuestros candiles-; y sentir que se puede devolver alguito de lo tanto y tanto y tanto que esas mujeres únicas nos han dado.

Hoy, jueves, demasiado temprano, nos cruzó la cara la noticia: Matilde decidió partir a quemar otros fuegos, en otros arrabales.

Seguirán sus pasos en estas baldosas gastadas.

Porque con su larga marcha por verdad y justicia, nuestra Matilde, nuestras enormes Madres de la Plaza rosarina, escribieron lo mejor de nuestra historia como país. Ellas siguen escribiendo en las mismas baldosas, bajo el mismo cielo. Escriben con sus pasitos cortos y sus memorias largas. Escriben la palabra futuro.

Nuestras Madres de Plaza 25 de Mayo, olvidadas por funcionarios amnésicos y silenciadas por medios mercenarios; siguen siendo la mejor palabra que esta región a orillas del Paraná pudo pronunciar.

Para ellas, para Chocha, el abrazo largo de las palabras.
Fueron -son- tanto amor derrotando al odio que no hay, no habrá, palabras completas que puedan contemplarlas en toda su dimensión de mujeres, nuestras Madres de los pañuelos.

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