“Necesito tu ayuda”. Lucas no lo sabe, pero el mensaje de WhatsApp que le acaba de llegar es un verdadero grito desesperado: “Tengo que escribir un texto sobre el tetazo”. Lucas es mi amigo. A veces confío en él más que en otras mujeres. Muchas veces comparto con él más ideas e historias sobre intimidades y tetas que con otras mujeres. “Decime, ¿Qué pensás de las tetas?”. La primera respuesta que recibo es concisa: “Qué difícil sintetizar”. Le pido que no lo haga. Lucas, entonces, escribe. Me llegan reflexiones sobre la moralidad careta, las protestas y las redes sociales, los cuerpos, la persecución, el feminismo, la política. Escribe mucho. Yo le agradezco y vuelvo a preguntarle: “Y entonces, ¿qué pensás de las tetas?”. Lucas contesta, rápido y sintético: “Lindas, infinitas”.

No empecé a escribir esta nota y ya sé que me siento frente a la pantalla confundida. Tengo la premisa de que escribir sobre tetas y tetazos tiene que derivar en un texto irreverente. Y sé que no puedo escribir un texto irreverente porque yo no soy irreverente, apenas un poco rebelde. Pero apenas, ni siquiera llego al topless. La discusión, sin embargo, me interpela en lo personal –me aburre, me irrita y llega a violentarme– y me cuesta entender por qué. Mi búsqueda va a tomar algunos caminos naturales: los amigos, las amigas. Los y las referentes. Empiezo por Lucas, sigo por los grupos de WhatsApp, algunas conversaciones en facebook. Mientras, en mi otro trabajo me encomiendan informar la convocatoria para el martes. Me sumerjo durante horas en un mar de tetas y afloro siendo la misma que antes, pero con algo para decir: tal vez, escribir sobre tetas no es escribir sobre irreverencias, sino sobre la cotidianeidad.

Dice una amiga: “Qué debate tan injusto el de las tetas. Tan injusto como que las tetas de muchos varones son más grandes que las mías”.
Dice otra: “ Aparte eso, como si no se vieran tetas por todos lados constantemente”.
Y otra: “Amo mis tetas, no me siento realmente desnuda si estoy en tetas, me siento cómoda”.
Concluye aquella otra: “Por un lado todos estamos a full con Ni Una Menos, pero por otro lado llamamos a la policía por un par de tetas. Nada, unos tiempos re locos para ser mujer”.

“En mi época no importaba mucho el bronceado pleno y las transgresiones, si se quiere, enfilaban por otros rumbos”, me cuenta una amiga de mi mamá, desde otra generación. “Es un tema absolutamente epocal. Ahora que nos consentimos, se magnifica porque la moralina se siente a sus anchas. En eso va lo de época: se admite la sanción, porque desde arriba la derecha neoliberal alienta el autoritarismo”. Otra de las más grandes, también me escribe. La leo y escucho como en un suspiro de hartazgo. “Es triste y pesado discutir este tema a esta altura y cuando hay temas muchos más importantes que merecerían nuestra atención”. La primera señala: “Se trata de ser auténticxs, y de que se respete nuestro indómito deseo de libertad”. La otra agrega: “Fuimos criadas para taparnos”. Me hablan desde allá. La juventud de los 70 y los 80. Yo no las siento muy lejanas.

Mis amigas y yo tenemos poca experiencia, casi nula, en andar despechugadas por ahí. El tema, igual nos interpela. Chateamos largo y tendido desde nuestros trabajos. La prohibición sobre las tetas y nuestros cuerpos no aparece sólo en referencia al topless. Todos los días estamos lidiando con eso: desde salir a la calle con escote o sin corpiño al momento que decidís desnudarte frente a un chabón. Hablamos de distintas situaciones, enumeramos cada vez que dimos un paso más allá en pos de lo que deseamos, y nos damos cuenta que tenemos menos pudor que antes. “No sé si es por maduración emotiva o maduración intelectual”, dice una. Nos damos cuenta que tenemos menos pudor que antes, pero siempre hay un pero. “Yo no andaría en tetas por vergüenza. Y por miedo al pajero. Pero me gustaría”.

Le pido ayuda a otro chico. No son muchos los pibes a los que consulto, pero con él también solemos charlar de tetas e intimidades, y entonces no hay ninguna barrera previa que romper. Él es más directo, y me pregunta cuál es mi opinión en el tema. “Es una boludez debatir esto. Pero evidentemente hay que hacerlo”, le contesto. Me dice que escriba eso: que qué pasa en el mundo que estamos debatiendo tetas.
Unas horas más tardes me encuentro con Arlen. Mi amiga y yo caminamos unas cuantas cuadras sin hablar de otra cosa. Las dos estuvimos días ignorando lo mismo. No le dimos cabida al topless censurado hasta que el debate nos llevó por delante. No le dimos cabida porque nos parecía exagerado, demasiado. Nos parecía una discusión para la cual cabía una única expresión de asombro: ¿Posta, están discutiendo esto? Y sí, era posta. Ninguna de las dos entiende los argumentos del otro lado. Tampoco sabemos cuáles son. Lo hacen por inercia, decimos. Y nos preguntamos si realmente empiezan a molestar las mujeres felices con sus cuerpos; si eso es más que una consigna. Las dos hablamos con ganas por calle Corrientes. Estamos contentas. “La que se están perdiendo las que todavía niegan el feminismo, los hombres también”, me dice mi amiga. Tenemos una única seguridad y es que a veces todo este quilombo termina siendo necesario, indispensable, para transformar un mero acto de hacer lo que queramos en una nueva forma de vivir.

No sé si el lector sabe –la lectora seguro que sí– lo caluroso que son los corpiños y lo lindo que es no usarlos. Lo lindo, cómodo y fresco que es. Muchas coincidimos en que es uno de los momentos más lindos del día: terminar la jornada laboral desabrochándolo y revoléandolo por ahí. En tu casa, obvio. A lo sumo en otra casa. Cabe la aclaración: tampoco estoy segura de que el lector sepa lo difícil que es ir por la calle sin corpiño. Salir así nomás a hacer un mandado. No tenerlo puesto porque así queda mejor el vestido que elegiste, no usarlo porque no querés. Genera un quéseyo en el baboso, un quéseyo insoportable y asqueroso. Y en el o la que no es baboso, también genera un quéseyo: moral, insoportable y asqueroso.  Las tetas son un problema cotidiano, no sólo en el topless. Son un problema en el verano y en el invierno. Cuando no las podés ocultar, cuando tengas lo que tengas va a ser obvio que tenés tetas y alguien te las señala, mamita. Cuando tenés un escote y todos se te zambullen porque sí, no importa si te incomoda. Bancatelá, porque tenés escote. Y bancatelá si te desubicaste sin el corpiño. Y también bancatelá, por las dudas.
A veces los hombres me miran las tetas y me dicen cosas horribles. Son hombres mayores y jóvenes, de veintipico y sesenta y pico. Algunos van con sus hijos o hijas de la mano. Algunos con otra mujer al lado. Algunos lo dicen cuando están en manada, y se divierten. A veces les respondo con lo primero que se me viene a la cabeza, que suele ser muy poco. Nadie arma un tumulto cuando los hombres me dicen esas cosas. La Policía no se acerca a preguntarme qué pasa. Nadie reacciona cuando le contesto, ni me acompaña en un “callate, desubicado, andate, me incomodas”. La gente mira, y sigue. Somos dos desubicados a los gritos, el que dice y la que contesta. Pero a unas pibas que hicieron topless, porque querían, sí les pasó eso. Las sacaron de la playa, las insultaron. En facebook piden que las violen, porque se lo merecen. Y a las que reaccionamos frente a eso también: si te pasa algo, después no te quejes. Las tetas no son todavía para tomar sol, para mostrar, para lucir, para no morirse de calor ni para disfrutar. Salvo que las disfrute tu pareja. Las tetas son un problema cotidiano. Y estamos cansadas.

Las pibas estamos ansiosas por el martes. Estamos seguras de que vamos a ir. No estamos seguras de qué vamos a hacer. El eje de charla entre amigas viene siendo el mismo: ¿qué ropa es la más cómoda por si decidimos pelar las tetas? Algunas tienen miedo de quedar mal si van en remera o se quedan sólo en corpiño. Hablamos, entonces, de que el desafío no es hacerlo, sino que alguna vez acepten que podemos elegir. Elegir abortar, elegir el trabajo sexual, elegir fumar un porro, elegir estar con alguien del mismo sexo, elegir la ropa. ¡Elegir la ropa! No podemos creer que tengamos que hablar de esto –inserte aquí un gesto de hartazgo–.
Arlen y yo somos periodistas, y estamos seguras de que el martes vamos a tener que cubrir el tetazo. Nos pone contentas tener que escribir sobre algo así. También nos lamentamos. No vamos a poder quedarnos en tetas si queremos. No tardamos en preguntarnos sobre esa contradicción, y nos reímos porque coincidimos que no da, que qué van a decir por ahí de dos pibas que están laburando medio en bolas.

Convocatoria

El Tetazo Nacional será el martes a las 17 en todo el país. En Rosario, las mujeres se están convocando para encontrarse en el Monumento a la Bandera.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. carla

    04/02/2017 en 17:41

    Hola, el tetazo es el martes 7 no 17. Gracias por la nota!

    Responder

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