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Sea por las razones más evidentes, o por motivos que se elude analizar, la medida de fuerza convocada por la CGT –pero puesta en valor por una mayoría inusitada– tuvo tal contundencia que conmueve los cimientos mismos del gobierno de Cambiemos. Después de este jueves, la relación de fuerzas ya no depende tan sólo de la dirigencia gremial y política.

A quince meses de haber asumido, Mauricio Macri recibió la cachetada más dolorosa de todas las que ya le fueron propinadas, que no son pocas. Sin embargo, para él ese bife fue secuencial, no de un sólo saque. El paro fue el colofón de una seguidilla de hechos que marcaron la ruptura de una relación que le fue funcional al Presidente, la que mantuvo con la cúpula de la CGT antes y después de unificarse merced a un triunvirato que representa a casi todas las líneas internas que aún persisten en el seno de la central obrera.

Los días previos a la gran marcha del 7 de marzo, Macri constató que comenzaba el tiempo de descuento para un vínculo y que el mismo ya no tendría retorno. Al término del acto que cerró aquella movilización de medio millón de personas, el mandatario nacional tuvo la certeza de que ese trío ya no le servía como interlocutor, o siquiera para posar en una foto con sus integrantes.

Como consecuencia del estentóreo reclamo de los trabajadores, Héctor Daer, Carlos Acuña y Juan Carlos Schmid debieron ponerle fecha al acontecimiento que este jueves Macri pretendió minimizar. La escalada de gestos, vociferaciones, bravuconadas y hechos que puso en juego desde entonces el Gobierno nacional terminaron de dinamitar los puentes que habían sido tendidos con la CGT, con la anuencia de la misma. Macri sabía que por más concesiones que hiciera, el paro ya no daría marcha atrás, y los favores que los triunviros le prodigaron en su momento formaban parte del pasado.

Aunque suene insistente, ni la Marcha Federal Educativa, ni el paro de mujeres, ni la movilización de las dos CTA, ni la colosal jornada del Día de la Memoria el pasado 24 de marzo –todas concentraciones ruidosas y masivas– tuvieron el carácter cuasi noqueador que revistió a la medida de fuerza de este 6 de abril en todo el territorio nacional.

Cabe reflexionar, entonces, cuánto de ese crédito podrá ser cosechado por la cúpula cegetista, cuánto deberá virar la estrategia de esa conducción si pretende revalidar los beneficios de tamaña adhesión hacia el futuro, y cuánto de reclamo incisivo tendrá que soportar de parte de actores que vienen enfrentando desde mucho antes que la CGT a un plan económico criminal.

Organización y tiempo

Después de más de doce años de discursos directos, con un bajísimo índice de subterfugios, en los últimos tiempos, desde la periferia del movimiento nacional pero también desde su seno, se viene proclamando una tesis en torno de la importancia que tiene para la construcción de un gran frente opositor el grado de organización que ostenta históricamente el movimiento obrero. Tal aserto es una obviedad que sin embargo encierra algunos tópicos a tener en cuenta para ampliar el análisis.

Juan Perón, con sabiduría, proclamó que “la organización vence al tiempo”. Pero el fundador del peronismo tenía claro que para sostener ese apotegma es imprescindible entender que, por organizada que sea, los efectos que genera una institución están directamente relacionados con el rol que desempeña y los fines que se propone para sí misma su conducción.

Dos ejemplos de instituciones que prevalecen a lo largo del tiempo manteniendo un grado de organización superlativo, pero que más allá de sus objetivos o fines específicos sus cúpulas pueden generar efectos disímiles o incluso absolutamente contrapuestos entre sí son la Iglesia Católica y las fuerzas armadas. Es impensable que la Iglesia tenga los mismos efectos sobre el pueblo cristiano, por no decir respecto del mundo entero, si es conducida por Pío XII o por Juan XXIII. La mirada del Vaticano no es la misma si el papa es Benedicto XVI o Francisco. Los ejércitos pueden tener un carácter imperial o libertador, y nada de ello les confiere un menor grado de organización interna, disciplina ni efectividad a la hora de poner en juego sus misiones básicas.

Con la CGT sucede lo mismo, de tal modo que invocar que como institución ha logrado mantener o conservar intactos sus niveles de organicidad, y ello automáticamente la convierte en la vanguardia de todo proceso de conformación de un frente político para dar lucha contra el capital concentrado es, por lo menos, una ingenuidad.

Claro que sostener lo contrario, es decir, suponer que sin contar con el movimiento obrero organizado se puede consolidar un proceso político, es tanto o más ingenuo, acaso en extremo peligroso.

Para volver al contundente paro general de este jueves, es preciso dejar sentado y a las claras que sólo pudo ser posible porque el factor convocante y aglutinador de las fuerzas que pueden tornar exitoso a un paro fue la CGT. No existe otra organización en la Argentina que puede alcanzar la adhesión que ayer tuvo la medida de fuerza más furibunda que se le aplicó al macrismo desde que está en el gobierno.

Fue posible, es cierto, a pesar de la voluntad que durante un imperdonable tiempo tuvo la cúpula de la central obrera. Y esta valoración no está vinculada con la imposición de determinadas acciones en términos cronológicos, sino a la luz de lo que el adversario ponía en juego a cada paso y cuáles fueron las respuestas de la CGT.

Hugo Moyano en su hora, y luego el triunvirato cegetista, por su trayectoria y experiencia, no podían soslayar o desconocer las implicancias que tendrían determinadas acciones del gobierno neoliberal ya desde el mismo 10 de diciembre de 2015.

Pretender que no se sabía el efecto que tendría sobre la mayoría de los trabajadores la salvaje devaluación que llevó adelante Macri; suponer que no había forma de enfrentar, quizás gradualmente y con las herramientas del caso, el despido de miles de trabajadores públicos; haber minimizado lo que significa para la industria, y por ende para sus representados, la despiadada reforma al régimen de importaciones; desconsiderar las consecuencias del pavoroso endeudamiento externo y el delictivo pago a los Fondos Buitres no son actitudes que se puedan justificar en la ingenuidad o en la mesura propia de una institución con la experiencia suficiente para medir los tiempos mejor que sus críticos.

Que luego de la cachetada que significó el paro para Macri, Schmid aclare que “nadie se pone contento” por haber tenido que adoptar esa medida de fuerza, que “la política no ha dado los resultados que se querían”, y que los trabajadores no pudieron hallar “las diagonales que le permitan a los gremios, los empresarios y el gobierno, encontrar las coincidencias para que no lleguemos al paro”, no aporta en absoluto a lo anterior.

Tampoco lo hace el secretario general adjunto del gremio de los Camioneros, Pablo Moyano, quien consideró que el paro solo será exitoso “si mañana el Gobierno llama inmediatamente a una mesa de diálogo en serio, y no para la foto”.

Es como si no se hubiera entendido algo de lo que representa el soporte ideológico del actual poder político, el que gobierna los destinos de la Nación. Porque Macri no quiere diálogo, no piensa cambiar el rumbo económico. Y lo dice: “Acá no hay plan B”. Y dice algo peor, en la misma barba de los dirigentes: “Siento que no paró el país”.

Los últimos acontecimientos políticos, que giran alrededor de decisiones que ponen aún más de rodillas al conjunto del pueblo argentino, deberán ser ponderados por la CGT y el resto de la dirigencia política y gremial con la rapidez y seriedad que no se vio en casi un año y medio.

El gobierno de Macri acaba de establecer que la toma de deuda queda bajo la jurisdicción de los Estados Unidos y Gran Bretaña, para citar un ejemplo. Las advertencia respecto de un inminente quebranto por el festival de emisión de las Lebac; los nuevos tarifazos que ya viene blandiendo con furia la administración central, los aprietes a los gremios para negociar salarios a la baja, son algunos de los tópicos que configuran el escenario post paro.

Como sucedió el jueves, el altísimo grado de adhesión que tuvo la huelga general no fue un mérito exclusivo de la dirigencia, sino el resultado de un proceso de transferencia de ingresos criminal, que ha golpeado en términos fatídicos al grueso de la población. Ese pueblo reclama tener una dirigencia a la altura de las circunstancias. La pelota está en el terreno de las centrales obreras y los partidos políticos que realmente tengan como objetivo enfrentar y parar a Macri antes de que termine por destrozar por completo el tejido social. Y la relación de fuerzas ya no depende tan sólo de la dirigencia gremial y política.

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