En la semana de la lectura, el periodista deportivo y autor de varios textos que giran en torno a una pelota de fútbol, le rinde homenaje a Sasturain y Fontanarrosa.

Mientras se desarrolla la octava edición de la Semana de la Lectura Rosario (SLR), bajo el lema “Leer por todos los medios” y con un gran número de actividades gratuitas en bibliotecas, centros culturales, museos, plazas y diversos espacios de la ciudad, desde Buenos Aires, Juan José Panno se prende en un mano a mano imperdible con el eslabón para hablar de sus pasiones: el fútbol y las letras.

“De pibe ya escribía, en el colegio. Y en general me designaban para leer los discursos en las fiesta patrias, en la primaria. Tengo el recuerdo de esos momentos, porque siempre me elegían para esas cosas, se supone que porque leía bien. La verdad que no sé si era tan así, pero yo era medio lanzado”, dice de entrada este oriundo del porteñísimo barrio de Palermo, y agrega: “De chico leía mucho también, historietas y esos libros de tapa amarilla de la colección Robin Hood, como Sandokan, Tarzán. Siempre me gustó leer lo que me caía en las manos, y como en mi casa no había muchos libros, leía lo que venía”.

Yo, argentino

Cuando se lo consulta respecto de su historia con la redonda, Panno responde con una sentencia: “Soy argentino”. Y argumenta: “El fútbol me gusta desde muy chico, como a casi todos en este país. Creo que cualquiera daría años de su vida por jugar un minuto en la selección nacional”. Este hombre que supo poner su pluma al servicio de los diarios Clarín, La Razón, El Mundo y La Voz, y que actualmente publica en Página|12, confiesa que llegó a probar suerte en los dos clubes grandes de la Argentina. “Jugué en la 5ª y en la 4ª de Defensores de Almagro, un club que después desapareció, en Excursionistas y en Piraña. Y me fui a probar a River y a Boca, y por supuesto que no me aceptaron en ninguno de los dos”, dice entre risas, y detalla: “Jugaba de 8 y trataba de jugar bien con la pelota, sólo lo intentaba. Tenía cierta habilidad pero no mucha velocidad, nunca fui muy rápido para jugar. Cuando me fui a probar a River el entrenador me dijo que yo jugaba muy bien pero que ya era lento en la década del 20” (carcajadas).

Panno, que participó de las revistas El Gráfico y Goles, y trabajó en las radios Belgrano, Nacional, La Tribu y Excelsior, remarca orgulloso: “Soy del barrio de Palermo. Nací y me crié ahí, en lo que hoy sería Palermo viejo, cuando se podía jugar a la pelota en la calle, y era cosa de todos los días”.

En cuanto a su simpatía por algún cuadro, cosa que la mayoría de los periodistas deportivos intenta ocultar, el Nene –porque así es como le dicen–, sale airoso: “Cuando era chico iba a ver a distintos equipos. Mi papá era hincha de Independiente pero fui más a ver a Boca y medio que me encariñé con el equipo de la Ribera, sobre todo por la fascinación tan grande que ejerce su hinchada y que es capaz de conquistar a cualquiera que no tenga una identidad futbolera definida. Pero después el periodismo me fue haciendo perder ese interés por una camiseta y terminé por ejemplo relatando la campaña de River en radio”.

El papel de la pelota

Su amor por el fútbol, tras confirmar que no sería dentro de una cancha, lo volcó en las hojas de diarios, revistas y libros, y a través de los micrófonos de las radios. Estudió y egresó de la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos, y es –además– uno de los fundadores de la escuela de periodismo general y periodismo deportivo, TEA y Deportea.

“Al empezar a trabajar desde muy joven, a los 17 años, en el periodismo deportivo, el fútbol está incorporado a mi vida. Y como a uno le gusta escribir, siempre encuentra un camino bastante accesible por el lado del fútbol porque es lo que más conoce”, señala Panno, y agrega: “Así, la literatura futbolera es casi una consecuencia natural. De todas maneras, creo que más allá de los libros, hubo siempre una intención de darle un vuelo literario a las crónicas de los comentarios de los partidos de fútbol”.

A la hora de tener que mencionar referentes, dentro de la literatura en general, Juan José dice sin titubear: “Isidoro Blaistein, es un escritor que recomendaría mucho. Por supuesto que también están Cortázar, García Márquez, Eduardo Galeano porque me gusta mucho la literatura argentina y latinoamericana. Esos son los que más me han marcado”.

Y dentro de los escribas que metieron balones y botines entre sus páginas, el autor de los libros Obras maestras del error, Corazón y pases cortos y Pozo vacante; coautor de Los juegos del fútbol, Días de radio y El Abrazo del Ocio; y recopilador del compilado de cuentos Pelotas chicas, pelotas grandes, sentencia: “Hay como un seleccionado en el que la capitanía oscila entre Juan Sasturain, que tiene escritos maravillosos, vistos desde su costado intelectual pero muy futboleros, y el Negro Fontanarrosa, que además de ser un tipo entrañable, escribía maravillosamente y uno se ha devorado todos sus libros; y en el que sin lugar a dudas juegan Eduardo Sacheri, Walter Vargas y Rodolfo Braceli”.

Cuando la pelota se manchó

En su larga trayectoria en el mundo de los medios, Juan José Panno tiene varios mundiales bajo el brazo. Fue testigo privilegiado en Alemania 1974, España 1982, México 1986, Francia 1998 y Alemania 2006.

Sin embargo, uno de los que más lo marcó fue el disputado en el país en 1974, cuando los gritos de felicidad del Monumental se mezclaban con los de pánico de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), ubicada a pocos metros del estadio de River.

“Todos los gritos sirven, depende desde qué lado del horror se escuchen”. Con esta frase, extraída de un poema de Carlos Ferreyra, el cronista porteño intenta explicar los sentimientos que tuvo en esa época, en la que Daniel Passarella levantaba la Copa del Mundo en un país gobernado por el terror de la dictadura cívico militar eclesiástica.

“A ese mundial hay que separarlo en dos. Por un lado estaba la dictadura y por otro los jugadores y cuerpo técnico. Porque hay quienes los ubican en su carácter de cómplices y no tienen absolutamente nada que ver”, aclara el Nene, que define ese logro dentro del verde césped como “una gran conquista deportiva”.

En este sentido, recuerda: “A mí me tocó ver en el 74 el 4 a 0 de Holanda sobre Argentina, que fue una verdadera humillación. Y haber visto, cuatro años después, que Argentina llegara a jugar una final y le ganara justamente a Holanda, habla muy bien de lo que fue el gran laburo de Menotti en la Selección”.

De todas maneras, el periodista deja en claro que “ese va a ser siempre el Mundial de los desaparecidos, por la utilización que hizo o pretendió hacer la dictadura militar más sangrienta de la historia”.

Una página pendiente

El autor de Corazón y pases cortos recorrió variados estadios de fútbol, tanto en el país como en el extranjero. Se dio numerosos gustos dando el presente en partidos importantes. Pero hay uno que que aún no pudo saborear, una página que todavía no pudo escribir: el clásico rosarino. “Tengo una gran frustración que es la de no haber visto nunca un Central-Newell’s en vivo”, se lamenta Juan José Panno, y explica: “No fue porque no quisiera, sino por una cuestión de coincidencia laboral o de no haber estado en Rosario cuando se jugara un clásico, como sí me pasó por ejemplo en Brasil, donde jugaban Flamengo ante Fluminense cuando estaba allá. También fui a ver una vez Nacional contra Peñarol porque justo que me tocó estar en Montevideo por trabajo”.

De todas formas, el periodista de Página|12 no desconoce la pasión que emerge de las calles de la ciudad por la forma de vivir el fútbol de canayas y leprosos. “He ido muchísimas veces a la cancha de Central y a la de Newell’s, he visto muchos partidos importantes, como aquella final de campeonato (Nacional de 1980) de Central con Racing de Córdoba”.

Por último, Panno reflexiona sobre la derrota del folclore que ha impedido que hinchadas de ambos equipos convivan en una misma cancha. “Lamentablemente eso se ha perdido y es una verdadera pena porque realmente el fútbol con las dos parcialidades en las tribunas es otra cosa. Así pierde su esencia, el ida y vuelta de los cantos, y el colorido, es algo que emociona. A uno le agarra esa nostalgia y se da cuenta todo lo que se ha perdido y de lo espantoso que es el fútbol con una sola hinchada”.

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