El tecnócrata neoliberal mimado por las corporaciones, Emmanuel Macron, obtuvo un 66,10 por ciento de los votos. La ultraderechista Marine Le Pen cosechó un 33,9 por ciento. El nivel de abstención alcanzó el 25 por ciento, el mayor desde 1969. Los votos en blanco o anulados alcanzaron el 11 por ciento.

Un banquero, un niño mimado de las grandes corporaciones mediáticas, de los grandes lobbies, de las industrias farmacéuticas y petroquímicas, y de las finanzas, antes que una representante de las más rancia ultraderecha con un mal disimulado pasado nazi.

El pueblo francés eligió el menor de dos males. Eligió entre un mal sueño y una pesadilla atroz. Eligió qué padecer. O contra quién luchar de ahora en adelante. No es un hecho aislado. Muy por el contrario, es un síntoma del estado de las democracias en muchos países del mundo. Con el avance brutal de las corporaciones, que toman las riendas del poder con cada vez menos mediaciones políticas, y con un Estado convertido en un débil títere administrativo, la voluntad popular queda relegada a elegir quién será su verdugo.

Con el triunfo de Emmanuel Macron, que con 39 años se convirtió en el presidente más joven de la historia de Francia, triunfaron las grandes corporaciones y la patria financiera. Otro gobierno de ceos, otro más. Un signo de los tiempos.

Y la Unión Europea (UE), en crisis terminal, obtuvo al menos un respiro y festejó. Las bolsas subieron. Las tasas subieron. Los especuladores tomaron más champán que de costumbre.

Con Macron se profundizará el proceso de financiarización del capitalismo, una tendencia ya en marcha hace años. El futuro de Francia es un poco menos incierto, algo más predecible ahora. Un triunfo de la candidata del Frente Nacional hubiera abierto muchos interrogantes, especialmente en el plano de la política internacional, con relación al futuro de la UE.

Le Pen se mostró enemiga de la globalización, exhibió un discurso neoproteccionista, poco coherente, es cierto, pero que igual encendió las alarmas de los defensores de la UE. El temor era que se completara lo que se dio en llamar el “triángulo maldito”: la salida del Reino Unido de la UE (el Brexit), el triunfo de Donald Trump en EEUU, y una victoria de Le Pen que significara un Frexit, la ruptura de Francia con la UE. No ocurrió y Europa y sus banqueros alemanes respiraron.

El joven y moderno tecnócrata, que no pertenece a la vieja clase política y se jacta de ello, vino a salvar a la UE como una suerte de superhéroe corporativo. Macron se presentó en la campaña como lo “nuevo” (sí, la idea religiosa de “cambio” arrasa subjetividades en todas las latitudes). Se mostró como impoluto, sin los vicios de la vieja, rechazada y decepcionante política que hartó a millones de francesas y franceses e hizo añicos un consenso y un pacto social que estaba vigente en Francia desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

El triunfo del candidato del novísimo partido ¡En Marcha!, fundado en 2016, es otra manifestación, una de las tantas en el mundo, de la victoria cultural de la “antipolítica”, que identifica a los grandes relatos y a la ideología como algo del pasado. “Soy pragmático”, repitió Macron hasta el cansancio en la campaña. “Tengo una respuesta práctica para ese problema, no tengo una respuesta ideológica”, respondía Macron en el marco de los debates con los otros candidatos al ser consultado por una solución ante un problema concreto.   

Macron es un joven brillante y un candidato de laboratorio. Una creación de las usinas de pensamiento neoliberal (conocidas por su denominación en inglés “think tank”), las empresas de lobby, y las más grandes corporaciones mediáticas de Francia, que describen su relación como una suerte de “amor a primera vista” y “un flechazo instantáneo”.

El presidente electo es un amigo de la UE, y en política económica asegura la continuidad, y la profundización, de las políticas neoliberales que venía llevando adelante el presidente François Hollande, que en nombre del socialismo produjo un gran retroceso en los derechos sociales, destruyó el estado de bienestar, e impuso una flexibilización laboral que el nuevo presidente va a llevar al extremo.

Macron obtuvo un 66,10 por ciento de los votos (unos 20 millones de sufragios). Le Pen un 33,9 por ciento (10 millones). La candidata del Frente Nacional no alcanzó el 40 por ciento que auguraban algunos sondeos, pero de todos modos, con ese porcentaje, la ultraderecha consiguió un récord histórico. El nivel del abstención alcanzó el 25 por ciento, el mayor desde 1969 (equivale a 12 millones de votos). Los votos en blanco o anulados alcanzaron el 11 por ciento (4 millones de sufragios). O sea que si se suman los porcentajes de abstención más los votos en blanco y anulados se obtiene un 36 por ciento, un porcentaje mayor al que cosechó Le Pen.  

La llegada de Macron y Le Pen a la segunda vuelta presidencial ya de por sí es toda una definición, e implica un claro síntoma del estado de la política francesa. Es el resultado de la crisis terminal del sistema de partidos vigente en Francia desde la Segunda Guerra Mundial.

La emergencia de Macron y Le Pen marcaron el derrumbe definitivo de ese sistema. Y ese derrumbe arrastra todo un sistema de partidos, no sólo en Francia, sino también en buena parte de Europa. El crecimiento de las derechas en Reino Unido, Alemania y Holanda, por sólo tomar algunos ejemplos, es apenas un síntoma de esa crisis.

El triunfo de Macron significa además otro quiebre histórico: la capitulación definitiva de un modelo de Estado-nación basado en la idea de Estado de Bienestar, vigente en Francia desde finales de la Segunda Guerra Mundial, en todos los gobiernos, ya sean de derecha, de centro o social-demócratas.

En sus primeras declaraciones tras ser electo el joven banquero volvió a exhibir el discurso vacío, ambiguo, de neoliberal que no quiere pasar por neoliberal, el discurso que le hizo ganar el apodo de “hombre molino”, por lo acomodaticio.

“Voy a defender a Francia, sus intereses vitales, su imagen”, dijo. “Vamos a defender a Europa porque lo que está en juego es nuestra civilización, nuestra manera de ser libres”, agregó, al tiempo que señaló como prioridad “la renovación de nuestra vida pública” y su “responsabilidad”. Y cuando Macron utiliza las expresiones “vida pública”, “responsabilidad”, y sobre todo “eficiencia”, es cuando, más allá de las lindas y ambiguas palabras, le asoma el afilado cuchillo del ajustador bajo el poncho. Es más, entre los tecnócratas que lo rodean, han llegado a acuñar un término ominoso, cínico: “destrucción creativa del empleo”. Con ese eufemismo intentan hacer referencia a la modernización, a un nuevo impulso para la renovación del mundo del trabajo de acuerdo a las nuevas tecnologías.

Las elecciones legislativas de junio serán clave

El presidente electo accede al poder con un partido que no tiene un año. Por eso las elecciones legislativas del 11 y el 18 de junio serán fundamentales para definir el futuro de su gobierno y el nivel de gobernabilidad de la administración Macron.

La renovación de las bancas es parcial. Macron no cuenta hoy con ningún diputado. Deberá hacer una excelente elección para alcanzar la gobernabilidad. Seguramente tendrá que hacer alianzas. Es de esperar una coalición con sectores conservadores, pero nada está definido todavía.

Macron ha presentado candidatos en las 577 circunscripciones en juego. La mitad de los puestos será ocupada por miembros de “la sociedad civil”, una consigna muy utilizada por el presidente electo para diferenciarse de la vieja política. El resto podría venir de políticos de todo signo, pero Macron “no quiere una doble militancia”. Si algún socialista, centrista o derechista quiere conservar su escaño, deberá renunciar a su antigua militancia y hacer campaña vestido con los colores del macronismo.

Tradicionalmente, se consideraba que ganar las presidenciales otorgaba la casi seguridad de obtener una mayoría en las legislativas. Pero la irrupción de un nuevo partido como ¡En Marcha!, la crisis de los partidos tradicionales y el empuje de la ultraderecha ponen en entredicho ese análisis.

El macronismo está trabajando a izquierda y derecha por si no llegan a los 289 diputados que le darían la tranquilidad de la mayoría. Macron había ya recibido cientos de apoyos de socialistas, centristas y conservadores, que veían peligrar sus puestos de diputados ante la debilidad de sus partidos y la pujanza del recién llegado.

Se verá además cómo se reflejará, en la Asamblea Nacional, la reconfiguración profunda del sistema político que tuvo lugar en las elecciones, con el derrumbe de la vieja estructura de partidos.

Todas las fuerzas políticas, incluidos Los Republicanos de François Fillon, la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, y los vapuleados socialistas de Benoît Hamon se preparan para la nueva batalla legislativa.

El resultado es incierto, y esta incertidumbre incluye, entre otras preguntas, quién podrá ocupar el cargo de primer ministro.

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