El historiador Daniel Canteros analiza el desvirtuado sentido histórico que tuvo la conmemoración de la Revolución de Mayo de 1810 y el resurgimiento explícito del hasta ahora silencioso sector que apoyó a la dictadura cívico militar.

La conmemoración oficial del último 25 de Mayo reflejó “el cambio”, con órdenes militares de mando y el ruido de las botas, que más que recordar a la gesta de 1810 semejaba a las ceremonias realizadas durante la dictadura cívico militar. En lugar de festivales populares, marcharon 6 mil uniformados. Las banderas llevadas por la gente no estaban, pero sobrevolaron aviones de combate sobre la refinada avenida del Libertador y un grupito de supuestos familiares de represores exigió la libertad de los militares condenados por crímenes de lesa humanidad. En tanto, mientras grupos de ex combatientes de Malvinas eran los más aplaudidos,, una bandera estadounidense era portada por la comitiva de la Armada de ese país.

El palco oficial lucía banderas argentinas y un gran cartel que decía “1816-2017”,  pese a que el 25 de Mayo celebrado es el de 1810. Julio Martínez, ministro de Defensa, admitió la “metida de pata” de los organizadores al confeccionar el cartel. El funcionario indicó que se advirtió el error al inicio de la celebración y que taparon al número el 6 con un 0. Pero el remiendo se cayó sobre el final del desfile y dejó al descubierto el error, lapsus o mensaje encriptado.

Luego del protocolo por los 207 años de la Revolución de Mayo, en el emblemático Campo Argentino de Polo, donde hubo una muestra de destrezas equinas, paseo de armamentos y bandas militares interpretando sones militares, melódicas y rock; un marine se mandó con canciones de films de Hollywood.

Simbólico despliegue militar

El profesor e historiador misionero Daniel Canteros, describió: “En los últimos meses vimos resurgir un claro discurso de derecha que resucitó ideas que creíamos ya superadas. El festejo del 25 de mayo se convirtió en una oportunidad para un despliegue simbólico militar y para que organizaciones de ultraderecha pidieran públicamente por la liberación de los genocidas”.

“Si bien la etapa kirchnerista tuvo aspectos sumamente negativos, que no pretendo analizar ahora –señaló Canteros a el eslabón–, también instaló determinadas cuestiones que representaron una avance significativo. Entre ellas se encuentra el afianzamiento de las relaciones con los otros países latinoamericanos y, sobre todo, la condena de las aberraciones cometidas durante la última dictadura. Nunca más realmente parecía un Nunca Más. Ahora, ayudados en el discernimiento por lo que vino después, es posible apreciar con más claridad lo importante que fue aquello”, admitió.

“En las redes sociales mucha gente se manifestó feliz por el regreso de los añorados desfiles militares, que parecen vincularse en el imaginario de muchos con reminiscencias de un país ordenado, seguro, próspero y, fundamentalmente, sin cabecitas negras inundando las calles. Mucha gente festejó con bombos y platillos el regreso del «Ejército Nacional de la Patria», según ellos, el mismo que protagonizó la Revolución de Mayo. Inconscientemente, cayeron en un escandaloso anacronismo”, remarcó Canteros, profesor de Historia de la Universidad Nacional de Misiones (Unam) y colaborador y coautor de los libros Andrés Guacurarí y Artigas (2006) y 1815-1821 Misiones Provincia Federal (2008) y Misiones Siglo XXI (2014), junto al célebre investigador Jorge Francisco Machón.

Y agregó: “Como historiador, me resulta realmente preocupante el habitual uso que se hace de la historia como legitimadora de determinadas ideologías que tienen más que ver con el presente que con el contexto en el que se desarrollaron los hechos. Según Fernand Braudel, el anacronismo es «el pecado de los pecados» para cualquier historiador”.

Entonces, explicó: “En primer lugar: en 1810 no había Ejército. Había milicias de vecinos, negros e indios, prolijamente separados en regimientos que reflejaban su condición social. Es decir, los criollos de clase alta formaban el regimiento de Patricios y los negros el de Morenos, entre otros”.

Tropas profesionales

“De hecho, los primeros oficiales fueron elegidos por la tropa, en un sentido democrático rápidamente dejado de lado a medida que fue avanzando la profesionalización. Recién después de la revolución, las milicias formadas durante las invasiones inglesas pasaron a convertirse en ejércitos creados para objetivos específicos: el Ejército del Norte, por ejemplo. El primer cuerpo plenamente profesional surgió recién luego del arribo de militares profesionales, después de 1812, sobre todo de José de San Martín”, aclaró.

Cantero afirmó que “esa fuerzas armadas no eran nacionales por la sencilla razón de que no existía la Nación Argentina. Había un Virreinato en proceso de franca descomposición, cuyo colapso abrió paso a diversos proyectos de organización enfrentados que sólo a largo plazo culminaron con la conformación del Estado. Este ejército que hoy vemos desfilar, por más que use «disfraces» de época, no surgió con la revolución, sino a partir de la Guerra del Paraguay y la «Conquista del Desierto». Es decir, tuvo su origen en dos genocidios. Y esa matriz fundacional se reflejó claramente en su accionar en los últimos 150 años. A lo largo de su historia, no solo avasalló las instituciones para cuya defensa fue creado, sino que en los cuarteles de principios del siglo XX se construyó la idea de que la casta militar estaba por encima del resto de la sociedad y, en su carácter de supuesta «reserva moral», podía deponer gobiernos, borrar ideologías y desaparecer personas”.

La construcción de la hegemonía

“La palabra Patria no tiene hoy el mismo sentido que en 1810. Por entonces, Patria era el lugar donde se nació (Buenos Aires, Santa Fe o Misiones). El discurso revolucionario creó una nueva noción de Patria que sustituyó en términos simbólicos a la fuerte y paternalista imagen del rey, pero la noción no hacía referencia a la Argentina, sino en todo caso, a América. La Patria Grande de San Martín,  Bolívar y Artigas. Los guaraníes misioneros, en sus cartas de principios de 1811, por ejemplo, se manifestaron felices con la noticia que traía Manuel Belgrano de que «ahora todos somos americanos»”, y como tales, iguales. Es decir, que se abolía (por lo menos legalmente) el régimen de castas. La vinculación de la noción de Patria con el de Nación Argentina tiene que ver con las ideas románticas que se difundieron a mediados del siglo XIX, sobre todo a través de referentes como Mitre, Sarmiento y Alberdi”.

El historiador misionero explica que “el discurso que el común de la gente reproduce, sobre que en 1810 surgió la Nación Argentina, forma parte en realidad de una enorme operación cultural, elaborada por diversos intelectuales de fines del siglo XIX (sobre todo Mitre) y difundida a través del discurso histórico, la liturgia cívica y la enseñanza escolar. Terminó convirtiéndose en un sentido común histórico, que opera de manera inconsciente. De esa manera se construye hegemonía, y el poder logra que las clases populares reproduzcan ideas que no sólo no son propias de su sector, sino que directamente atentan en su contra”.

Estaban en silencio

Más allá de discusiones meramente históricas, hay otros elementos que  se hicieron visibles en los últimos festejos que resultan mucho más preocupantes”, señala. “El desfile en sí, es anecdótico. No es tan grave que un presidente como Mauricio Macri sostenga razonamientos anacrónicos, porque sus conocimientos de historia evidentemente son nulos. Lo que sí realmente asusta, es la cantidad de gente que apoya y aplaude. Todo parece indicar que hay un importante número de personas que se mantuvo en silencio en los últimos años, pero que evidentemente manifiesta aún su apoyo y simpatía hacia la última dictadura”.

“Comenzó a hacerse visible la gente que se autodenomina como defensora de la República y de sus instituciones, y a la vez se confiesa emocionada hasta las lágrimas por un «hermoso desfile» de las fuerzas que sistemáticamente las violentaron. Gente que pertenece incluso a partidos surgidos al calor de las revoluciones, pero que hoy dicen que las instituciones son sagradas, aunque sean opresoras e injustas, y estén al servicio de un reducido grupo económico”.

Y advierte: “Pero si analizamos algunos discursos que comenzaron a circular, el panorama es realmente estremecedor. En las redes sociales comenzaron aparecer nuevamente voces que reivindican el accionar de las fuerzas armadas que, aunque confiesan desmedido, a la vez lo califican como necesario ante el peligro en el que estaba la Patria. Ni más ni menos que el regreso de la Doctrina de Seguridad Nacional al mundo de los vivos, con sus consiguientes razonamientos de que hubo una «guerra sucia» y el retorno de la tesis de los dos demonios”.

“No faltan quienes…”

Cantero advierte que “no faltan quienes, con cada vez más fuerza, sostienen que no eran 30 mil sino 6 mil los desaparecidos. Como si la cifra cambiara el hecho de que se violaron impunemente los derechos humanos. Claro, si fueron «sólo» 6 mil muertos, no serían tan graves las torturas, las violaciones y los asesinatos. Hay quienes sostienen incluso que sólo se trató de un exceso de algunos militares”.

Y resalta: “Ojo también con ese razonamiento, porque ello implica decir que no hubo terrorismo de Estado, sino sólo, tal vez, una asociación ilícita. Rápido parece que se olvidaron de las conclusiones de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep, creada en diciembre de 1983), cuando indicaba que no hubo excesos, hubo un plan sistemático elaborado desde el Ejército como institución. De ahí que el grueso de los historiadores hoy hablen de «Dictaduras Institucionales», para referirse a regímenes como los de Onganía, Pinochet o Videla.

Canteros finaliza con una reflexión: “Vuelven a tener vigencia los versos del poeta Carlos Alberto García Moreno (Charly para los amigos) escritos allá por 1974: «Si todos juntos tomamos la idea/ que la libertad no es una pelela / Se cambiarían todos los papeles / y estarían vacíos muchos más cuarteles. Amar a la Patria bien nos exigieron, / Si ellos son la patria, yo soy extranjero»”.

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