En menos de tres meses se produjeron tres ataques en el Reino Unido, con un saldo de 46 muertos y 200 heridos. La primera ministra Theresa May propuso “hacer pedazos” la legislación que protege los derechos humanos porque “impide la lucha contra el terror”.

La zona del Puente de Londres y el Mercado Borough está repleta de gente los sábados por la noche. Hay muchos bares, pubs y restaurantes, para todos los gustos. En verano, mucha gente permanece en mesas en las veredas, o bebiendo de pie. La cerveza es la bebida más popular. El vino blanco es para la gente más distinguida. Por allí caminan familias, grupos de jóvenes, parejas, turistas. Es difícil imaginar el caos y el horror que se desata si alguien encara la multitud con un vehículo. O si alguien comienza a repartir puñaladas mortales.

Más inimaginable aún es que esto haya sucedido más de una vez y se haya instalado en el imaginario colectivo. Como una pesadilla. Como una posibilidad cierta, como algo que puede suceder, pese a los patrullajes, las miles de cámaras, los controles y las declaraciones grandilocuentes de las autoridades que prometen “mano dura”.

En menos de tres meses ya se produjeron tres ataques terroristas en Reino Unido. Y dejaron  un saldo de 46 muertos y 200 heridos. Vehículos que se lanzan de improviso contra las multitudes y personas que surgen de la nada armadas con cuchillos dispuestas a apuñalar, o a hacerse estallar con explosivos. La pesadilla se ha vuelto cotidiana.

Es más: La primera ministra de Reino Unido, Theresa May, aseguró que la policía había neutralizado otros cinco ataques desde marzo. La información, que buscaba transmitir la magnitud de la amenaza y la eficacia de la policía, en realidad tuvo un efecto contrario en la población.

Significa reconocer que en dos meses y medio se planificaron ocho atentados, tres de ellos exitosos. Reino Unido está en la mira de los terroristas y es poco lo que puede hacer para frenarlos.

La semana pasada, el matutino The Times señaló que, según fuentes oficiales, hay unos 23 mil jihadistas en Reino Unido, esto es, siete veces más de lo que se había estimado previamente. Según esta versión, 20 mil son solo un riesgo “residual” mientras que unos 500 están siendo activamente investigados. Pero estos números son relativos y poco confiables.

El responsable del ataque del puente de Westminster en marzo, Khalid Masood, se encontraba en la franja de los más de 22 mil sospechosos que no estaban siendo investigados. Lo mismo sucedió con el responsable del atentado en Manchester, Salman Abedi.

El 22 de marzo de 2017 se produjo un atentado en el puente de Westminster, en la plaza del Parlamento y en la zona del palacio de Westminster en Londres. Un atacante condujo un vehículo por la acera sur del puente y atropelló a decenas de personas. Luego apuñaló mortalmente a un policía, hasta que finalmente resultó abatido por otros oficiales. El saldo final del atentado fue de cinco muertos y 40 heridos.

El 22 de mayo un atacante suicida de nacionalidad británica se inmoló al final de un concierto de música pop en Manchester con un saldo de 23 muertos y más de 100 heridos.

Y este sábado 3 de junio, poco después de las 22, el horror estalló en la zona del Puente de Londres y el Mercado Borough. Una camioneta atropelló a peatones en el puente, y luego se dirigió al mercado, donde tres hombres con cuchillos apuñalaron transeúntes al azar. La policía los abatió pocos minutos después. Murieron ocho personas y unas 48 resultaron heridas.

La primera ministra Theresa May ofreció el remanido y consabido discurso del establishment, pese a que sigue demostrando su impotencia. La mandataria propuso un “cambio radical” de la política antiterrorista, en una velada alusión a la “mano dura” que ya viene aplicando con los resultados que están a la vista.

“Voy a hacer pedazos las leyes de derechos humanos que impide una legislación más dura para luchar contra el terrorismo” señaló la primera ministra, que propuso facilitar la deportación de extranjeros sospechosos, aumentar los controles e imponer penas de prisión más duras.

Tampoco faltaron las grandilocuentes apelaciones a valores universales y referencias a la superioridad moral de los británicos. “Tenemos que demostrar que la democracia, la libertad y los derechos humanos son valores superiores a los que ofrecen los predicadores del odio extremista islámico. En segundo lugar tenemos que coordinar una estrategia internacional y con las compañías de internet para que los terroristas no tengan este espacio. En tercer lugar tenemos que confrontarlos también en el mundo real. Hay demasiada tolerancia del extremismo en nuestro país. Necesitamos rever la política antiterrorista para que la policía tenga todos los poderes que necesita y aumentar las penas para los hechos relacionados con el terrorismo”, señaló May.

Frente a estas reiteradas monsergas del establishment, que unen lo patriotero con los ahistórico, y que tienen una alta dosis de hipocresía, el líder de la oposición laborista Jeremy Corbyn, aportó un poco de sinceridad y sentido histórico. “Tenemos que ser duros con el terrorismo y también con las causas del terrorismo”, dijo el líder laborista Jeremy Corbyn al proponer una revisión integral de la estrategia antiterrorista seguida hasta el momento, incluyendo la política exterior británica y su intervención en Libia, Irak y Afganistán.

Allí está la clave. La política exterior del Reino Unido. Las intervenciones del Reino Unido en otros países. La barbarie de Reino Unido. La muerte que esparce este país, con un sangriento pasado imperial y un presente no menos sangriento, por lejanos continentes. Pero claro, mencionar esto es “justificar el terrorismo”. Esto dice la falaz propaganda del establishment. Pero mienten. Lejos de justificar lo injustificable, es poner las cosas en contexto. Y condenar a todos los terroristas, sin distinción.

Atentados en Melbourne, París y Teherán

El lunes en Melbourne, Australia. El martes en París, Francia. El miércoles en Teherán, Irán. Una seguidilla de atentados marcó esta semana, todos reivindicados por el Estado Islámico (EI).

Y como telón de fondo, la embestida diplomática y económica contra Qatar de parte de las naciones del golfo que responden a EEUU: Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Yemen y Egipto. Este grupo de países acusan a Qatar de “financiar al terrorismo”.

La idea es convertir a Qatar, y sobre todo a Irán, que es, en verdad, el principal objetivo de la operación, en los malos de la película, aunque no todos los analistas coinciden en este sentido y muchos miran para otro lado a la hora de señalar quiénes financian el terrorismo.

Por ejemplo, los familiares de las víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001, todas familias estadounidenses, vienen luchando para que se investigue la responsabilidad de Arabia Saudita en los ataques contra las Torres Gemelas. El establishment imperial, gran amigo de la sangrienta dictadura saudita, no dio ni dará respuestas a los reclamos de la ciudadanía estadounidense.

El Estado Islámico (EI) se atribuyó la autoría de un asesinato seguido por la toma de un rehén en Melbourne, Australia. El incidente terminó con la muerte del atacante, un somalí de 29 años que estaba en libertad condicional.

El martes, el terror tuvo lugar cerca de la catedral de Notre Dame en París, cuando un hombre gritó “¡Esto es por Siria!” y le pegó con un martillo a un policía antes de ser reducido. Uno de los policías abrió fuego contra el agresor, que fue trasladado al hospital. El agresor confesó luego ser un “soldado del califato del Estado Islámico”. Las autoridades consideraron el suceso como un acto terrorista.

El miércoles se produjeron en Teherán dos ataques perpetrados por grupos armados contra el Parlamento y el mausoleo del ayatolá Jomeini, que dejaron al menos 13 personas muertas y 46 heridas.

Cuatro hombres armados irrumpieron en el edificio del poder legislativo y abrieron fuego. Un guardia murió y otras personas resultaron heridas. Los cuatro atacantes fueron abatidos. Posteriormente un comando de tres hombres y una mujer atacaron el mausoleo del ayatolá Jomeini. La mujer se inmoló delante del edificio que custodia la tumba del líder espiritual. La explosión provocó la muerte de un guardia de seguridad.

Elecciones en Reino Unido

El 18 de abril de 2017 la primera ministra británica, Theresa May, sorprendió llamando a elecciones anticipadas para este jueves 8 de junio. Ya tenía mayoría parlamentaria (330 bancas de las 650 de la Cámara de los Comunes) pero quería ampliar el poder del conservadurismo con vistas a negociar desde una posición de más fuerza la salida de su país (el Brexit) de la Unión Europea este 19 de junio. La jugada le salió muy mal. Lejos de ampliar la mayoría, la perdió, y ahora se ve obligada a hacer alianzas para formar gobierno. Quedó en la cuerda floja y la oposición pide su renuncia. El laborismo, encabezado por Jeremy Corbyn, hizo una elección histórica: tenía 230 bancas y ahora tiene 261. Los conservadores, en cambio, perdieron 12. De las 330 que tenían, se quedaron con 318. Fue una derrota de los ajustes, de la xenofobia y del discurso de la mano dura que utilizó May aprovechándose, sin ningún escrúpulo, del dolor de su pueblo por los atentados.

 

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