Es posible que en el próximo balance de fin de año, mayo y junio sean los meses de mayor cosecha de la literatura local. Varios escritores y escritoras se alinearon para darnos una gran variedad de títulos, algunos largamente esperados y otros que surgieron como verdaderas sorpresas. Nadie es tan fuerte (Modesto Rimba, 2017) integra la primera lista. Se trata del segundo libro de cuentos (el primero fue La noche en plena tarde, de Río Ancho) de Pablo Colacrai (Noetinger, Córdoba, 1977), quien además es comunicador social y dicta, desde hace varios años, talleres de escritura creativa.

Así como la propia editorial señala que Nadie es tan fuerte es un libro de once cuentos realistas, se podría objetar que más allá de los atributos más difundidos de este tipo de narrativa, los relatos de Colacrai están más cerca de la psicología situacional de sus personajes, y de la recreación descriptiva de dichas situaciones, que de lo conocido del realismo (más social, histórico) y, si se quiere, del realismo sucio o “de alcoba” (más íntimo, individual) popularizado en la segunda mitad del siglo pasado con los norteamericanos.

En los relatos que integran Nadie es tan fuerte, se narran conversaciones sostenidas entre un par de amigos en una milonga (Los incomprendidos), una pareja en un restaurante (Algo es algo), o una larga charla de rememoraciones entre dos hermanos adultos en un living (La vuelta manzana), por citar algunos.

Se recrean monólogos o pasajes mentales, algunos de los cuales son narrados en tercera persona y que en general prescinden de núcleos de acciones concretas. De todos los usos de la tercera persona, Colacrai trabaja como marca personal, de estilo, con el narrador omnisciente (omnisapiente), como un hablador de personajes que cuenta lo que éstos dicen, piensan, sienten, intuyen, cobrando en ese devaneo vertiginoso mayor protagonismo la voz narrativa (la del autor) que la de los propios personajes de las historias.

En todos los cuentos aparece el recurso o el truco, a veces logrado, de la insinuación. El uso de lo sutil: lo que está por debajo, la gran masa de hielo que sostiene y estructura el relato pero que nadie advierte, sino como sospecha.

El regreso del Coelacanto y La nave de Rick Hunter quizás sean los relatos más poderosos en términos narrativos. Por un lado, El regreso es una crónica, o el proyecto de una crónica de un recital de la banda rosarina que termina con el derrape del propio cronista. Ahí aparece una voz narrativa visceral, sincera y comprometida con la historia y despejada de amagues introspectivos, dudas o disquisiciones de momento (que aparecen pero en su justa medida) y se da lugar a la acción, por lo tanto, a la transformación y progreso del personaje y de todo cuanto lo rodea dentro del relato.

En La Nave aparece un niño en el confuso umbral de la vida en el que se debate entre su fascinación por el juguete más asombroso que pueda existir y el descubrimiento y la experiencia de la intimidad en la habitación de su hermana mayor. El gustito agridulce, confuso y enloquecedor no te lo cuentan ni el narrador ni el personaje, queda en la boca del lector o la lectora, suponiendo que lectores y narradores no esperamos más que eso de una buena y pequeña historia.

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