Sin siquiera quedar establecido como un lanzamiento de campaña, el acto que Cristina Kirchner protagonizó en el estadio de Arsenal el 20 de junio sirvió para que propios y extraños tomen verdadera dimensión de lo que la ex presidenta representa en términos políticos y sociales.

El principal argumento que venía blandiendo el sector que empujó a Florencio Randazzo a disputar el liderazgo a CFK era que en esta etapa se necesitaba ir a las bases a consultarlas, para determinar con claridad quién conduce y si lo que en algún momento fue una conducción inobjetada sigue siéndolo.

El Día de la Bandera se vio que Cristina se adelantó a los hechos como sólo puede hacerlo quien conduce. Cada persona de carne y hueso que subió al escenario para ejemplificar el nivel de destrucción del entramado social que ejecutó desde que asumió el gobierno de Mauricio Macri ya había sido auscultada por quien desde hace meses que viene hablándole a quienes el equipo de CEOs les “desorganizó la vida”.

Muchos analizaron la puesta en escena de Cristina como un “aggiornamiento” de los modos y estilos con que el kirchnerismo eligió comunicar durante doce años y medio en el poder. Algunos, desde adentro y desde afuera del peronismo, observaron ciertas similitudes con el “formato Durán Barba” de escenario central, casi al ras del piso, sin arriba y abajo ni adelante o atrás.

Las formas, ya sea por imitación o innovación, fueron más acometidas por los “analistas” y observadores que los contenidos tanto del discurso como de la descripción de los casos presentados como simbólicos de una degradación política, social y económica a la que es preciso poner freno en octubre.

Dos científicas postergadas por falta de presupuesto; dos personas con capacidades diferentes retiradas del beneficio de una pensión, apartados de hecho, brutalmente, de un derecho. Y así, otros “casos”, otros seres humanos atravesados por la lanza letal del neoliberalismo en su expresión más oscura pero a la vez más transparente: un sistema de exterminio social por goteo.

CFK parece haber elegido comunicar desde la micropolítica, entendida ésta como una táctica de exhibición de atrocidades provocadas por el neoliberalismo en el cuerpo social, y no tanto como lo planteaba Gilles Deleuze en términos de una estrategia de resistencia al poder.

Frente a la macrotragedia

Esta micropolítica se constituiría como un visualizador frente a la macrotragedia social perpetrada por Cambiemos. Se comunica y organiza, entonces, en lo micro, desde lo micro, acaso porque es allí en lo micro, donde más terreno fértil encuentran los formatos del individualismo, del sálvese quién pueda, allí se reproducen con comodidad las formas fascistas del capitalismo salvaje que pone en juego el modelo de CEOs.

Tal vez se trate de una suerte de política a pequeña escala, que relativiza la dimensión e importancia de lo macro político, habida cuenta de la resistencia a confrontar con el discurso político tradicional de buena parte de la sociedad.

En el ensayo “Micropolítica. Cartografía del deseo”, Félix Guattari y Suely Rolnik definen así a la micropolítica: «La micropolítica tiene que ver con la posibilidad de que los agenciamientos sociales tomen en consideración las producciones de subjetividad en el capitalismo, problemáticas generalmente dejadas de lado en el movimiento militante”.

Desandando ese camino, Cristina aparece simplificando los formatos enunciativos, apelando al efecto perverso y disociativo que genera en el individuo – pero también en el cuerpo social- la exacerbación del retiro del Estado como agente regulador, reparador, reasignador e, incluso, proveedor inicial y principal de un organismo abandonado a su suerte.

Quienes le recriminan a Cristina la falta de autocrítica, su presunta resistencia a revisar su pulso comunicacional, deben haberse mirado entre sí con las quijadas buscando un piso que contenga tanto azoramiento.

De la cadena nacional enunciadora de derechos adquiridos, del discurso racional pivoteando en torno del rol emancipador y empoderador del Estado peronista del siglo XXI a la microenunciación del drama cotidiano, el detalle de las causas que impiden poder auscultar el presente para organizar un futuro.

Alguien con autoridad dice lo que todos y todas entienden: “Nos desorganizaron la vida”. Y propone parar, detener esa maquinaria de terror e incertidumbre entre todos y todas. Es en octubre, es ahora, es con ustedes, es sin sanata, es sin Pasos en falso que demoran la definición de una síntesis reparadora de tanto daño en tan poco tiempo.

Parece inaudito que haya sectores que pongan en discusión la capacidad conductora de CFK luego de ver el acto de Sarandí.

La cáscara que ve el poder

Clarín, luego de ver en acción a CFK, no pudo ver más allá de su propio ombligo y tituló: “Cristina Kirchner en Arsenal: un acto en el que sólo faltaron los globos amarillos”. En la bajada, extendió apenas el ángulo: “La ex Presidenta llenó la tarima de «ciudadanos comunes», como recomienda hacer el gurú macrista Jaime Durán Barba”.

“No hubo globos amarillos, tal vez por olvido de los organizadores”. Con esa mezquina frase, el periodista que debe creer que decodificó en clave Cambiemos el nuevo paradigma comunicacional del kirchnerismo, apenas si aportó a construir una crónica de esa jornada.

Pero el párrafo más indigno de ese artículo es el que se lee a continuación: “En la convocatoria al acto, Cristina había solicitado que la gente llevara sólo banderas argentinas. En realidad, el sentido era evitar las referencias partidarias, a tono con el tono post-político que quiere darle la ex presidenta a su nuevo proyecto electoral”. CFK renunciando a la política para hacer política electoral. Después de ese, se entiende un poco más por qué Clarín apoyó de entrada a Randazzo. Otros cómplices de la macrotragedia social, como Perfil, hablaron de “Misa Cristinista”.

Candidata o no, Cristina se puso al hombro una campaña que tendrá como eje, le guste o no a Macri, la ponderación social del daño infligido a la epidermis social tras dos años de políticas criminales. Los peronistas que intentaron por todos los medios desalentar la postulación de CFK por temor a desviar el foco de ese carácter plebiscitario de la gestión macrista se equivocaron y equivocan, aún cuando un núcleo duro de votantes antiK pueda sostener cierta tensión en derredor de las consignas Con Cristina o Contra Cristina.

Sólo falta saber si Randazzo entendió el mensaje de CFK. Ganar en octubre no garantiza que se detenga la hemorragia, pero aporta a la construcción de una mayoría que sea partidaria del torniquete. Lo que se juega es demasiado como para que algunos sectores jueguen con bidones de nafta tan cerca de la fogata.

La oligarquía no entiende otra razón que la derrota. Ya lo dijo Juan Perón en su momento, luego de ver que el poder oligárquico no se autoimpone límites a sus propios crímenes. En el exilio, y tomando prestado el título de una frase del filósofo romano Marco Tulio Cicerón, escribió uno de sus tomos más descarnados: “La fuerza es el derecho de las bestias”.

Fuente: El Eslabón

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