Yo no sé, no. Pedro se acordaba el otro día de cuando apareció el primer tele en su casa. Habrá sido en el ‘66 o el ‘67, y ya le habían avisado que en esos días iba a llegar ese aparato maravilloso, así que Pedro le contó a sus amigos. Manuel, que vivía en la calle constantemente, ya estaba a la expectativa y apenas apareció por Iriondo y Biedma el camioncito, que era como un rastrojero que hacía fletes para la casa de electrodomésticos, empezó a los gritos: ¡El televisor para Pedro, el televisor para Pedro!

El tele se instaló en el comedor de su casa y lo veíamos a la hora de la leche. Nos juntábamos todos los pibes y los viejos nos decían: Si no toman la leche, no hay televisión y Pedro tampoco va a ir a jugar a la pelota. Así que no nos quedaba otra, nos tomábamos la leche y nos clavábamos todas las series de aquella época, como Intriga en Hawaii, Combate, Los Intocables; y las de miedo, como El muñeco maldito, de Narciso Ibáñez Menta. Y por supuesto los programas que se hacían acá en Rosario. También estaban las novelas, que eran muy populares, como Rolando Rivas taxista o la yanqui La caldera del diablo, que le gustaba a mi hermana y que Netflix no la tiene ni a palos. Y ni hablar de cuando apareció el fútbol de los viernes en Canal 7.  Los sábados se ponía bravo porque si daban una buena película en Sábados de Súper Acción o había un partido lindo, la decisión final la tomaba el tiempo: si hacía mucho frío o llovía, nos quedábamos frente al Standard Electric (que dicho sea de paso apoyó el golpe chileno contra Allende), y sino, nos íbamos a la canchita.

Salíamos medio formateados después de ver toda la tarde tele –recuerda Pedro–, pero la fantasía de creernos James Bond o el sargento Saunders, nos duraba una cuadra porque nos tiraba más ir a jugar a las bolitas, a las cabezas o a las figus.

Pedro ahora piensa en las vacaciones de invierno, y en que los pibes van a estar mucho tiempo mirando las distintas pantallas. Lo grave es que los que manejan las pantallas televisivas, y las radios y los diarios, ahora son los mismos dueños de la telefonía y de Internet. Va estar bravo que los pibes no salgan formateados. Pero hay que hacerse de la idea que todos los días sale el sol, que hay que salir a la calle. Y al campito, donde haya, para jugar un picadito o para hablar con los vecinos y encontrarse con los amigos. No va a ser fácil escaparle a este monstruo que tiene miles de cabezas pantallas pero pocos dueños. Ese monstruo que te oculta la realidad, que te miente. Pero hay que hacerse un lugar, para estar con los compañeros, con la gente, para ver qué dicen las paredes, y sobre todo para imaginarnos ese partido en el que los pibes puedan ser parte de un sueño colectivo. Y que la fantasía sea hacer el mejor gol del mundo, la mejor jugada, la mejor defensa, el mejor contraataque. Y disfrutar los triunfos y las derrotas con los amigos, con los compañeros. Así puede que les ganemos a las pantallas. Y –sobre todo– a los dueños de las pantallas, que son los mismos saqueadores de los inicios mismos de nuestra patria.

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