En la Argentina, una minúscula pero pringosa porción de la derecha dice creer que “la grieta” es un invento reciente, una treta perversa de un sector político que representa el Mal, la deshonestidad, y la angurria de Caco. Acaso les vendría bien emprender una travesía con dirección norte y arrimarse para estos nórdicos pagos. O bien, ya que se viaja más con la imaginación, encarar uno de esos objetos con hojas y letras impresas que, según afirman, no muerden. Por ejemplo, para empezar por uno antiguo y respetado, la Biblia. O bien, aunque más incómodo para leer en el colectivo (porque no es propiamente un “libro” y es bastante más pesado), el Código de Hammurabi, que se remonta a más de 1.700 años antes de Cristo.

En ambas fuentes encontrarán que el conflicto es consustancial a la existencia humana. La sociedad es conflicto. La democracia es, por definición, la coexistencia de opiniones diferentes, irreconciliables. Y la ciudadanía debe tramitar esas divergencias sin llegar, en lo posible, a la violencia física.

En toda Europa, y también en Suecia, las sociedades se encuentran profundamente divididas. Son divisiones profundas, y muchas veces se dirimen con pasión desbordante sin llegar a un acuerdo, simplemente porque no es posible, porque se enfrentan intereses que no pueden conciliarse jamás.

Hace años que el Viejo Continente se encuentra empantanado en el dilema de los refugiados y los inmigrantes. Y cada vez se hunde más en esa ciénaga de la que emergen posiciones de derecha y de ultraderecha que disputan la batalla por el sentido con otras posiciones más progresistas y tolerantes.

Suecia tiene un pasado de solidaridad, tolerancia y fronteras abiertas. Fue refugio, por ejemplo, para miles de chilenos y argentinos que escaparon de las garras de las dictaduras de las décadas de 1970 y 1980. Pero muy otra es la actualidad.

Hoy Suecia integra junto a EEUU la coalición que bombardea Irak. El 7 de abril de 2017 se produjo en Estocolmo un atentado terrorista que costó cuatro vidas. Fue en la peatonal Drottninggatan, una calle comercial siempre atestada. Un camión embistió a la multitud causando la muerte de cuatro personas y dejando quince heridos antes de empotrarse contra la fachada de la gran tienda Åhléns City.

Dos días después del ataque, el conocido bloguero iraní Damon Rato convocó a una concentración bajo la consigna “Amor y respeto”. El acto incluyó discursos y presentaciones de conocidos músicos suecos, además de un minuto de silencio a las 14.53, la misma hora en la que se produjo el atentado.

“Cuando la oscuridad cae sobre nosotros es más importante que nunca que respondamos con luz y calor, para de ese modo enfrentarnos a las fuerzas del mal”, escribió en su página de Facebook el organizador.

Por su parte, el primer ministro sueco, Stefan Löfven, afirmó que Suecia “no se va doblegar por asesinos abominables”. Asimismo, señaló que su país “no va a dejar de ser una sociedad abierta”, aunque al mismo tiempo prometió agilizar las normas de deportación y endurecer las leyes migratorias.

Löfven es del Partido Socialdemócrata. Gobierna desde 2014, cuando ganó las elecciones con el 31,20 por ciento de los votos. El primer ministro viene del sindicalismo. De oficio soldador, fue secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica.

Las últimas encuestas registraron un avance de la ultraderecha, una tendencia general en buena parte de Europa. El partido del Gobierno obtuvo una intención de voto del 27 por ciento; los Demócratas Suecos (extrema derecha xenófoba) alcanzaron el 20,6 por ciento, y el Partido Moderado (centro derecha) el 16,7 por ciento.

Con la devastación de Irak, y sobre todo de Siria, el problema de los refugiados se agravó en los últimos años. Suecia recibía un promedio de 20 mil refugiados anuales, pero en 2016 fueron más de 200 mil, y la derecha puso el grito en el cielo, pidiendo restricciones y argumentando que semejante flujo de personas pone en riesgo el estado de bienestar, representa un costo altísimo para el Estado, genera desocupación y trae graves problemas sociales, entre ellos delincuencia y otros tipos de violencia que hasta hace poco eran casi desconocidos en la sociedad sueca.

La derecha, y buena parte de la opinión pública, se queja, además, de que los medios progresistas ocultan esta realidad, y enfocan las noticias desde una mirada “políticamente correcta” que, por ejemplo, omite señalar la nacionalidad de quienes cometen delitos y violaciones. En las redes sociales, en cambio, no hay filtro ni corrección política, y los musulmanes son presentados como “bombas de testosterona” (una expresión muy común entre los racistas europeos para describir el estereotipo del musulmán violador de mujeres europeas).

Para la derecha, la mayoría de los que cometen delitos son inmigrantes musulmanes, y así lo afirman, además, jefes policiales y especialistas en terrorismo, con estadísticas y datos en la mano.

El comisionado de la Policía Nacional de Suecia, Dan Eliasson, señaló a fines de junio que en Estocolmo hay “zonas de alta peligrosidad” habitadas por inmigrantes musulmanes “donde las fuerzas policiales del país ya no pueden ingresar”.

Aun los más progresistas reconocen que existen problemas reales, verdaderos dilemas de difícil solución, y que hacen necesario repensar el proyecto de la Unión Europea en el marco del multiculturalismo, y teniendo en cuenta los derechos humanos.

Estos sectores progresistas aceptan la llegada de refugiados y de inmigrantes y plantean la necesidad de integrarlos. Al mismo tiempo, militan por los derechos humanos y las luchas por los derechos de las mujeres, que en Suecia tienen una larga historia marcadas por logros que ponen a este país a la vanguardia mundial.

Pero estas dos reivindicaciones, los derechos de los refugiados, por un lado, y los derechos de las mujeres, por otro, en algunos casos particulares colisionan de manera irremediable. Respetar la cultura, las costumbres ancestrales y las religiones de los pueblos que llegan en calidad de refugiados o inmigrantes implica aceptar un lugar subordinado de la mujer y una pérdida de derechos con relación a los estándares europeos y específicamente suecos.

La discusión que divide a esta y otras sociedades europeas se da, sobre este punto, en estos términos: respetar el multiculturalismo, implicaría, al menos en estos casos, cuestionar el carácter universal de los derechos humanos. Todo un dilema.

Opiniones divididas

Elisabeth tiene 24 años y es estudiante de Economía. Como hacen muchos habitantes de Estocolmo durante el verano, toma sol en uno de los tantos espacios verdes de esta ciudad, caracterizada por el agua (está formada por 14 islas y posee 54 puentes) y los parques (que ocupan un tercio de su superficie). Sentada en un banco cerca de Walhallavägen (bulevar Walhalla), no tiene problemas en opinar sobre tan espinoso asunto.

“Yo lo que les digo a los refugiados es que no crean que van a llegar y van a conseguir trabajo y van a vivir bien. Todo lo contrario. Van a ser confinados en centros de refugiados espantosos, donde van a ser tratados como una mierda, esa es la verdad”, dijo la joven.

“Van a sufrir todo tipo de violencia, van a ser violados, robados, y vejados”, agregó Elisabeth, para completar la descripción.
“No tengo problemas con ninguna etnia ni religión en particular, pero quiero decirles que no crean que les debemos algo, ni que tenemos alguna obligación con ellos. Además, aquí las mujeres tenemos derechos y ellos deberán adaptarse a esta sociedad si quieren vivir aquí”, concluyó la estudiante, que dijo ser votante de los Socialdemócratas.

La grieta es enorme. El Movimiento de Resistencia Nórdico es uno de los tantos grupos de neonazis que suele manifestarse por las calles pidiéndoles a los políticos “que expulse a los inmigrantes”. Y existe, asimismo, una amplia gama de grupos anarquistas y de ultraizquierda, entre ellos Acción Antifascista, que combaten a los neonazis, muchas veces físicamente, produciendo bravos tole-toles en las calles de Suecia.

Y nadie aquí se imagina que el problema que los aqueja es un invento perverso creado por unos ladrones malos malísimos de un país lejano, 12 mil kilómetros al sur.

Fuente: El Eslabón

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