Una canchita que resiste desde hace 30 años en pleno corazón de la populosa y castigada Villa Banana, pasó a tener iluminación y dos arcos reglamentarios en los que cientos de pibes y pibas meten goles todos los días.

Iván recibe a los enviados de este semanario en la parada de bondis que está frente al Distrito Noroeste, de avenida Perón al 4600, y los guía hasta un terreno que a unos 300 metros de allí se abre paso entre el caserío de uno de los primeros y mayores asentamientos de la ciudad, conocido popularmente como Villa Banana. Allí, además de delimitar una canchita de fútbol 7, se acaban de instalar dos arcos reglamentarios, se colocaron estructuras (parapelotas) detrás de los mismos, y hasta bancos para sentarse a observar los cientos de partidos que allí se disputarán apenas finalicen las obras. “Acá estaba la canchita de Vallejos”, dice este joven que tiene mucho que ver con el presente de esa olvidada por muchos zona de la ciudad, y agrega: “El tipo levantó una cancha hace más de 30 años y la defendió durante todo este tiempo, pese a los innumerables intentos por ocupar o usurpar esos terrenos”. Los cronistas y el reportero gráfico no dudaron un instante: había que conocer a ese tal Vallejos.

El canchero

Don Vallejos levantó, y defendió durante más de 30 años, un espacio recreativo para ser disfrutado por vecinos y vecinas de Villa Banana | Foto: Andrés Macera

Después de recorrer unas cuantas callecitas internas del barrio, arribamos a la casilla de este hombre que tanto Iván como Palma, Facu y Marcelo, quienes se fueron sumando a la charla, señalan como el gran responsable de sostener un espacio deportivo y de esparcimiento para todos y todas, pese al frenético crecimiento del asentamiento en las últimas tres décadas. Vallejos está jugando a los naipes con cinco personas más que se amontonan alrededor de una pequeña mesa, pero no pone reparos en dialogar con “los muchachos del diario el eslabón”. Vallejos debe andar por los 60 años y tiene una camiseta de Boca Unidos y un acento que rápidamente despejan cualquier tipo de duda: es correntino hasta la médula. “A mí me encanta el fútbol, desde siempre, y cuando dejé de jugar los campeonatos que se hacían por aquella época en la zona, se me ocurrió que el barrio tenía que tener una cancha”, rememora, y añade: “En el 84 me puse a armarla. No fue fácil, porque había muchos cascotes y el lugar estaba feísimo, pero de a poco fue tomando forma. Le hicimos unos arcos, que mandé a soldar, y cuando estuvo lista enseguida el piberío se la apropió”.

Después de recordar que “de joven jugaba abajo, de 3”, y que sus hijos jugaban muy bien (“uno llegó a jugar en Bolivia, pero una vez se volvió y ya no se fue más”, dice), Vallejos confiesa: “Mantenerla no fue fácil. Siempre teníamos que discutir con algunos porque querían entrar a hacerse la casa ahí, pero por suerte los vecinos apoyaron muchísimo. Sino, solo, no hubiese podido impedir todo eso”.

El fútbol sigue siendo gratis

Foto: Andrés Macera

Marcelo Ozuna, que es tan parecido al Negro que supo brillar en Arroyito con la 10 en la espalda que todo el mundo lo conoce por Palma, se suma a la charla para brindar mayores detalles de su rol como organizador de los torneos, que en este caso son gratis, y para todos. “La mayoría de las canchas que hay alrededor son clubes y te cobran inscripciones, y si quieren jugar los grandes te cobran el alquiler de la cancha. Acá con eso no hay drama. Armás un equipo y te venís”, invita. “Apuntamos a que venga quien quiera, del barrio que sea. Queremos que todos se conozcan”, confirma el hombre, y aclara: “Acá hay mucha gente grande que no se pueden ni cruzar, y la idea es que con los pibes no pase lo mismo, que den el ejemplo, que sean todos unidos”.

Palma guarda la ética evitando participar de los campeonatos que él mismo organiza “para que si después gana mi equipo, no digan que hubo algún beneficio”. Además, cuenta que “hubo fines de semana que hasta se juntaron 15 equipos”, y que “también se prenden las mujeres”. Los equipos se dividen 7 para un lado y 7 para el otro, con tres suplentes; y como premio no hay medallas ni trofeos, sino un lechón, un cajón de pollo o algún costillar, según revela.

Tras remarcar que los torneos son tanto de equipos masculinos como femeninos, Facundo Ramírez se engancha y asegura que en esa canchita se respira fútbol las 24 horas y que los pibes “se vuelven locos” cuando ven rodar la redonda. “Los chicos que van a la escuela a la mañana juegan toda la tarde, y los que van a la tarde juegan a la mañana. Y ahora, como hay luces, también se ponen a patear a la noche, hasta las 2 o 3 de la madrugada”.

Tirando paredes

Iván Moreyra, Facundo Ramírez, Marcelo Barrios y Marcelo Ozuna (Palma), posan frente al mural del barrio | Foto: Andrés Macera

En 2012, en uno de los tantos puestos de venta de drogas que funcionaban en el barrio, casi matan a un pibe de un balazo. Vecinos y vecinas, cansados de lidiar con  los narcos de turno, armaron “una especie de furia popular, una revuelta, y tiraron abajo el búnker”, según narra Iván Moreyra. Allí, donde antes se vendían pasajes al infierno, hoy se apuesta por la vida. “Después de que demolieran el búnker, a fines de 2012, acordamos crear un centro comunitario, al servicio de los pibes, de los vecinos. Una especie de sindicato del barrio”, afirma orgulloso este joven que irá cebando mates durante toda la recorrida, y que hasta invitará con una rica torta asada con chicharrones recién salida de la parrilla, y detalla: “Toda esa fuerza derivó en Comunidad Rebelde, una organización social que labura con aproximadamente cien familias de acá de la zona y que funciona justamente donde estaba el búnker”.

De esa organización surgió la idea de mejorar la canchita de Vallejos, ese verdadero pulmón del barrio que estaba bastante venido a menos. “Estas obras están enmarcadas en el Plan Abre, que ejecuta la Provincia y el Municipio, ya que aprobaron un proyecto que habíamos mandado”, relata Moreyra, y acota: “Y mucho tuvieron que ver el Patón Guzmán y el dueño de restorán el Riel, Beltrán Ruiz, que son como nuestros padrinos y nos dieron una mano enorme”.

“Una vez que terminen las obras, la idea es que haya un circuito deportivo, con cerco de contención para los chicos del barrio, más jornadas culturales y lúdicas”, continúa Iván. “El objetivo es empezar con una escuelita para chicos y chicas, acompañados por algunos padres de los pibes de la peña del Patón, la subcomisión de futsal de Regatas y un equipo que se llama Orgullo Rosarino, formado por niños y niñas”, concluye.

Antes de despedirse, Marcelo Barrios, otro de los referentes del barrio que participó de la charla y recorrida con el eslabón, adelanta: “Para el día del niño estamos organizando una gran jornada, y la vamos a hacer en la canchita, para que vayan todos y para terminar de convertir este lugar en un punto de referencia, donde nos podamos juntar todos los de la zona”.

El Patón del bien

En octubre de 2013 Rosario tuvo una edición especial del clásico de la ciudad, que no se jugó ni en el Gigante ni en el Coloso. Tampoco se necesitó de esos descomunales operativos policiales, a pesar de disputarse con hinchadas de ambas parcialidades. Fue cuando los vecinos de Villa Banana y alrededores tuvieron frente a sus narices uno de los choques más importantes del país. Y ojo que la cosa fue en serio, porque ambos equipos arriesgaron titulares, a pesar de que en los días posteriores se iban a volver a ver las caras, ya por los porotos y no en estadio neutral como en esa ocasión.

Con la de la Lepra estuvieron Nahuel Guzmán, Diego Mateo, Cristian Díaz, Hernán Villalba y Kurt Lutman; la del Canaya la vistieron Sebastián Abreu, Matías Ballini, Lisandro Magallán, Manuel García, Cristian Colusso.

“La cosa arrancó cuando nos contactamos con el Patón y el Melli García”, recuerda Iván Moreyra, al destacar la actitud de los arqueros. “En esa época se dio la idea de mejorar la canchita, así que empezamos a hacer actividades para los pibes, y ahí se dió la posibilidad de que vengan los jugadores y fue una jornada buenísima”, agrega.

Esa tarde, la ausencia de la utilería fue suplida por el piberío que, orgulloso, permitió que sus ídolos les transpiren sus propias camisetas. “Fue increíble tener al Loco Abreu, que ya tenía tres mundiales en el lomo. No quisimos avisar antes porque iba a ser un quilombo para organizarlo. Así que fue todo muy en silencio. Los pibes marcaron la cancha por la mañana”, rememora Iván.

Desde allí, el hoy arquero de Tigres de México y la Selección Argentina, apadrina este potrero. Y cada vez que tiene un vacaciones, se da un tiempo para caminar el barrio, charlar con los muchachos, y –¿por qué no?– prenderse en un picado. “Cuando Guzmán entró por primera vez, el barrio se convulsionó porque venía de ser campeón con Newell’s. Ese día del partido, los pibes se portaron de lujo, les habíamos advertido que no se manden ninguna porque iba a venir medios y mucha gente”, resalta el militante social, y reflexiona: “Demostramos que el peligro no está en los pibes, sino en otro lado”.

Hastiados de que el barrio sólo figure en crónicas policiales, Moreyra resalta que “por lo menos esa vez, la cosa fue distinta porque hasta entonces sólo se mencionaba al barrio en lo relacionado a las drogas, ya que es un lugar muy estigmatizado”.

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