Por la vencida: el docente y referente de Rosario para la Victoria, Sebastián Artola (38), se postula por tercera vez al Concejo Municipal de Rosario. En una extensa entrevista, el pre candidato de Victoria Ciudadana, que compite en la interna justicialista, rememoró sus primeros pasos políticos en el Colegio Don Bosco de San Nicolás, se sumergió en las lecturas que lo influenciaron y desplegó su mirada sobre la ciudad donde desarrolla una militancia social desde fines del siglo pasado. “Necesitamos una dirigencia que esté a la altura del actual desafío, para evitar volver a ser la capital de la desocupación y la pobreza”, apuntó.

—¿En qué momento arranca tu historia política?
—Arranca en el secundario, en tercer año. Yo tenía unos 15 o 16 años y me acuerdo que en ese momento se juntaban varias cosas, ya que por un lado uno venía manifestando cierta rebeldía a través de la música. En el año ‘95, en cuarto año, se sanciona la ley federal de educación, que implementó el menemismo y que significaba la reconversión de la educación pública en función de la lógica neoliberal, se desataron muchas protestas estudiantiles y yo tengo muy presente ese año porque en mi ciudad, San Nicolás, se empezaron a dar toda una serie de manifestaciones. Ahí empezaron las primeras inquietudes en relación a la participación política.
También en ese año tuve una materia, Historia Argentina, con un profesor muy interesante que nos presentó una mirada muy distinta a la oficial. Era un historiador revisionista con el que leímos un libro que para mi fue muy revelador, que se llama Las Dos Argentinas, editado por la propia editorial Don Bosco, que es donde hice mi secundario.

—¿En tu casa había una identidad partidaria presente?
—No, en mi caso de alguna manera fue al revés. Arrancó por mí, y después se fue contagiando a mis viejos y familia en general.
Mi viejo laburó toda la vida en Somisa. Fue soldador en los altos hornos. Yo me crié en un barrio de trabajadores, Las Mellizas, de la periferia norte de la ciudad. Mi viejo no pudo finalizar el secundario y mi vieja sigue teniendo un comercio ahí en el barrio.
Tengo recuerdos de pibe que en mi casa se votaba al radicalismo. Mi recorrido hacia el peronismo también arrastró a mi familia. Ni hablar con la llegada de Néstor Kirchner. Ahí sí, mi viejo, que había vivido la privatización de Somisa, con Néstor hizo un click. Porque en el país ni hablar, pero en la ciudad también se vivió la recuperación de un proyecto industrialista, la apuesta al mercado interno, las mejoras de las condiciones laborales, la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores y mis viejos lo vivieron a través de su experiencia personal.

—¿Y en la universidad rápidamente encontraste un lugar de militancia? ¿Cuánto te marcó esa etapa?
—Yo llegué a Rosario en el año ‘97, a estudiar Ciencia Política. Estaba haciendo los cursillos de ingreso y ya me había vinculado a la primera agrupación política (Venceremos) en la que milité. Los fines de semana militábamos en el barrio. Fue un aprendizaje muy integral, donde el desafío que uno se proponía tenía que ver con vincular el aprendizaje, los estudios y la futura profesión, con la militancia y la pertenencia a un proyecto político. Fueron años difíciles, de resistencia al modelo neoliberal, cuando nuestra ciudad era la capital de la desocupación y la pobreza.
Luego el 2001 marcó una inflexión en la política en general, pero también en mi recorrido militante. Y ni hablar a partir de 2003, cuando arranca una nueva etapa, donde dejo de pertenecer al espacio en que había militado durante todos esos años y lanzamos el Movimiento Martín Fierro. Ya estaba cursando las últimas materias de la carrera.

—¿Qué lecturas y referencias te influenciaron políticamente?
—De muy pibe aquel libro Las Dos Argentinas de Victor Sonego, porque fue leer otra historia y sobre todo leer al peronismo desde un lugar que yo no conocía, como un proyecto soberano, industrialista, de justicia social. Recuerdo otro libro de esos primeros años, Mi amigo el Che, de Ricardo Rojo, uno de los primeros que leí en la adolescencia. También recuerdo Las venas abiertas de América Latina, de (Eduardo) Galeano. Después hay dos libros que para mí marcaron un momento importante en mi formación. De (Juan José) Hernández Arregui: La formación de la conciencia nacional, que me dio otra comprensión sobre el peronismo y terminó de definir mi identidad peronista, y de la mano de ese libro, unos años posteriores, Los silencios y las voces de América Latina, de Alcira Argumedo, que terminó de construir mi lugar en el pensamiento político argentino y mi identificación con el pensamiento nacional, popular y latinoamericano, en función de que en nuestro país y nuestra región hay una autonomía del pensamiento y eso era fundamental a la hora de pensar nuestra realidad y también de hacer política cotidianamente.

—¿Y referentes?
—Referentes políticos, claramente Néstor Kirchner, sin dudas. A partir de que asume la presidencia y aquel discurso inaugural del 25 de mayo de 2003, me marcó a fuego. Hasta ahí lo veía con cierta cautela. Néstor marca un quiebre, porque a su vez las cosas por las que nosotros nos veníamos movilizando y luchando en los años ‘90, empezamos a ver que se transforman en políticas de Estado. Más en la historia, Juan Perón, Evita, John William Cooke, los intelectuales de los años 60 y 70. Pero puntualmente Perón, fui descubriendo que Perón había escrito una enorme obra prácticamente sin paralelo en relación a los otros presidentes.

—¿Cómo fue el paso de la militancia social y universitaria al terreno partidario y electoral?
—La lectura y el camino que empezamos a recorrer tuvo que ver con la interpretación que hacíamos de lo que pasó en diciembre de 2001. Ahí se había puesto en crisis la hegemonía política neoliberal y había un nuevo desafío para las organizaciones militantes, que tenía que ver con pasar de un estado de resistencia a pensar organizaciones de un nuevo tipo, construcciones y prácticas en función de aspirar a protagonizar proyectos de gobierno.
El nacimiento del Movimiento Martín Fierro tiene que ver con eso, con asumir el desafío de que un proyecto de gobierno distinto había llegado a la Argentina en mayo de 2003, y que ese proyecto de gobierno que tenía aspiraciones de transformación necesitaba de algo fundamental: su construcción desde abajo, su construcción militante, el protagonismo del pueblo, de la ciudadanía, fundamentalmente a través de la recuperación de la participación política en el territorio, en los barrios, en la universidad, en los colegios, en las fábricas. Pero también seguían formando parte de ese proyecto transformador, prácticas muy tradicionales de la política, que era la marca de los primeros años de este proyecto de gobierno. Nuestro aporte venía por ese lado, pensamos al Movimiento Martín Fierro en esos términos, y creo que a la larga de alguna manera la política Argentina y lo que significó la llegada de Néstor Kirchner imprimió esto, cómo se recuperó el debate político, la participación, cómo se volvió a ideologizar, en el buen sentido del término, la política argentina.
En este recorrido que vengo contando del Movimiento Martín Fierro, y la realidad nuestra tan anclada en el territorio, que nos encontró multiplicándonos por distintos barrios, hizo que cada vez pusiéramos nuestra mirada más hacia la ciudad y hacia la política local. En ese recorrido fue que lanzamos Rosario Para la Victoria, en diciembre de 2014, como una fuerte apuesta hacia nuestra ciudad, entendiendo que había que pensar esa singularidad que presenta Rosario de un modo distinto, obviamente enmarcado siempre en un proyecto político nacional.

—¿Qué lectura hacés de la derrota electoral de 2015?
—Creo que quedó pendiente cómo, de esa participación política que se multiplicó en esos 12 años, hacíamos nacer construcciones superadoras, con prácticas superadoras y con liderazgos y representaciones nacidas de esa propia militancia.
Lo que pasó después de la derrota electoral de 2015 marcó que eso quedó a mitad de camino, el hecho de que se haya fragmentado nuestro espacio político, que una parte se haya corrido, indica que ahí hay un desafío abierto.
Tiene que ver con una forma de construcción que nos pasó a nosotros en Argentina, pero que pasó también en la región. Entiendo que parte del repliegue de los proyectos populares y de la posibilidad de restauración de los proyectos conservadores, elitistas y oligárquicos, en parte tienen que ver con este desafío pendiente de cómo construir un movimiento social y político participativo, dinámico, creativo, desde abajo, que permanentemente esté en el territorio, cuyo rol central sea la organización del pueblo, la organización de las demandas y las necesidades en función de transformarlas en nuevos derechos conquistados. Pero que también ponga en permanente diálogo al proyecto político con lo que le va pasando a nuestra sociedad, porque la realidad de nuestra sociedad es cambiante y surgen nuevas demandas.

—¿Con qué diagnóstico y qué ideas están trabajando esta campaña?
—Principalmente la enorme desigualdad bajo la cual creció Rosario en todo este tiempo y que es un tema que nosotros venimos trabajando hace años, y que puntualmente se manifiesta en la realidad habitacional de la población de nuestra ciudad.
Hoy Rosario tiene más de la mitad de su población con problemas habitacionales, tiene un 30 por ciento de inquilinos cuando hace 15 años ese porcentaje estaba en 14. En 2017 tenemos más asentamientos que en los años 90, y de la mano de esto tenés 80 mil departamentos desocupados, deshabitados. La ciudad vivió un boom inmobiliario siendo la que más metros cuadrados construyó en Sudamérica, con 5800 viviendas por año. Esta enorme desigualdad tiene que ver con un Estado ausente, en el mejor de los casos, aunque nosotros decimos complaciente o cómplice con la especulación inmobiliaria que explica este estado de situación.
En la desigualdad de la ciudad también subyace la violencia que la atraviesa. Y detrás del fenómeno de la violencia están los millonarios recursos que giran en torno a la violencia en general y el narcotráfico en particular, que sabemos que fue una de las fuentes que financió el boom inmobiliario en nuestra ciudad y parte de las torres de Puerto Norte.
Básicamente el modelo de crecimiento de nuestra ciudad se sostiene por las rentabilidades extraordinarias de la soja de la región, y otra parte, no menor, por el modo en que se blanquean los millones que mueven las economías delictivas de la ciudad. Esto ocurre con un Estado que fue cooptado cada vez más por la especulación inmobiliaria, al punto que vemos al municipio y al Concejo sancionando códigos urbanos, ordenanzas y hace poquito excepciones a las ordenanzas, todo a la medida de la especulación inmobiliaria. Es este último caso el de la cadena internacional Sheraton.
En los barrios el Estado se repliega cada vez más, las políticas sociales se vacían. Pero los problemas de fondo se resuelven pensando la ciudad bajo otro paradigma, redefiniendo el rol del Estado y su relación con la sociedad, con la economía, con un nuevo diseño urbano inclusivo, con nuevo perfil económico para la ciudad, que tenga que ver con lo productivo.
Frente al impacto de las actuales políticas nacionales, que vemos todos los días en el cierre de comercios, de pequeñas y mediana empresas, con los despidos, con cantidad de niños y adultos que van a los comedores; necesitamos un Estado y una dirigencia política y social que estén a la altura de este desafío, para evitar volver a ser la capital de la desocupación y la pobreza.

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