Yo no sé, no. Pedro, a propósito de la llegada de agosto, se acuerda que ese mes desde siempre fue ventoso y que siempre se despedía con un fresquito lindo. Y se acuerda también de un vago que llegó al barrio y que jugaba bien a la pelota, excepto en los días de viento. A los 10, 15 minutos del partido en esos días ventosos de agosto, el tipo empezaba a bajar su rendimiento. El tipo no tenía el talón de Aquiles, tenía el cuello de Aquiles, el cogote de Aquiles, y enseguida le agarraba una tortícolis que se le endurecía todo el cuello. Igual se las rebuscaba para seguir jugando con el cogote torcido, aunque se tomaba su tiempo para manejar la pelota. Como era de esperar, le pusimos Buscanido, porque se estiraba como si estuviera buscando nidos en alguna rama alta de algún árbol.

En realidad, el sobrenombre le venía bien porque los encontraba de verdad, y hasta sabía con qué gomera había que tirarles según la altura en la que estaban. “Con la común no llegamos, tenemos que poner una doble goma para llegar con cierta potencia a determinada rama”, decía.

Había un nido, en un árbol pegadito a la fábrica de Acindar, que parecía haber estado desde siempre. Estaba bien ubicado, y fácil, pero nos daba lástima y nunca lo volteamos. Era medio simbólico para el barrio y con Buscanido pensábamos qué aguante tiene que tener éste para pasar tantos inviernos. Mirá que se cayeron árboles alrededor, pero ese nido aguantó siempre, hasta cuando nevó en Rosario.

Nos preguntábamos cómo hizo ese nido para bancar los cambios climáticos y los grandes cambios del país. Cómo habrá soportado el silencio aterrador tras el cierre de la fábrica, o después de que voltearon los árboles cercanos. O cuando no escuchó más el tren pasar, pese a que estaba cerca de las vías. Seguramente habrá sufrido, como otros, el desalojo violento de sus moradores en la larga noche de la dictadura, el exilio, el miedo. Y también pensábamos en los otros nidos de la patria, los que no pudieron aguantar el Golpe, ni los 90, y para los que la primavera de los 80 no fue suficiente.

Pedro, en el fondo de la casa, tiene un par de árboles. Dos por tres aparece algún nido esperanzador, y Pedro piensa: ojalá que vuelvan esos nidos, preparándose para la primavera o aguantando el invierno. Ojalá que sean todo un símbolo los nidos fuertes que hoy están anidando, acogiendo a otras aves que se han quedado sin nidos, las que están a la intemperie, las que aparentemente se quedan afuera de todo, y sin embargo encuentran su nido. Ojalá que la misma patria encuentre su propio nido, y nosotros mismos también. Y, ojalá, como dice la canción: que vuelvan al nido nuestros seres queridos.

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