Las instituciones venezolanas se vieron seriamente comprometidas, junto con la soberanía, a partir de la intromisión extranjera que ya lleva años. La crisis y el caos comenzaron con el intento de golpe, no son inventos de Maduro. Los demócratas horrorizados, ¿dónde estuvieron todos estos años?

Venezuela es un país que sufre la injerencia de una nación extranjera. Es un país intervenido por la mayor potencia militar del planeta. Por la misma potencia mundial, el mismo imperio que ocupa y arrasa, produciendo genocidios y aniquilando poblaciones civiles enteras, otros pueblos y naciones del planeta. Lo hace con total impunidad. Con la criminal complicidad de la denominada “comunidad internacional” y al margen del derecho, las normas y las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Toda la discusión en torno a la situación de Venezuela tiene como eje considerar o no este hecho objetivo, concreto, ineludible: Venezuela está bajo una intervención extranjera que intenta dar un golpe de Estado. Es una nación que desde hace años ve amenazada su soberanía, su autodeterminación, y la voluntad de su pueblo, fuente de todas las instituciones democráticas.

La democracia venezolana está dañada desde el momento mismo en que se puso en marcha el complot nacional e internacional contra el gobierno de Nicolás Maduro, que fue elegido por el voto popular. Ese fue el momento, el punto exacto, en que comenzaron los ataques a la democracia, las instituciones, la división de poderes y los derechos humanos. Y ese momento se produjo hace ya cuatro años, apenas se conocieron los resultados de las elecciones presidenciales que consagraron a Maduro: el 14 de abril de 2013, antes de la asunción presidencial, la oposición desconoció los resultados de las elecciones.

Desde ese día comenzó la tarea de desgaste contra la democracia. La caída del precio del petróleo y la derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias de 2015 profundizaron la embestida golpista que había comenzado antes que se iniciara el gobierno de Maduro.

El gobierno de Maduro intentó una y otra vez negociar. Y la oposición se negó al diálogo. “Que se vaya Maduro”, es lo único que quiere la oposición. O sea: el golpe. En Venezuela fracasó una mesa de diálogo en la que participó una de las diplomacias más hábiles del mundo, la vaticana. El propio papa lo dijo en su momento: así no se puede, cuando un sector no quiere dialogar, no se puede. La oposición jamás quiso dialogar porque apostó al caos desde el principio.

Pero la “comunidad internacional” no logró frenar esa embestida. Ni siquiera lo intentó. Y ahora reina el caos en Venezuela, que es exactamente lo que quería instaurar el golpismo. Pero ahora, recién ahora, la “comunidad internacional” levanta voces horrorizadas por el caos, la falta de democracia, y el autoritarismo que reina en Venezuela. No parecen relacionar, no quieren hacerlo, esas calamidades con el hecho evidente de que Venezuela es un país intervenido, sometido a una serie de guerras combinadas: económica (inflación, desabastecimiento), psicológica (manipulación, propaganda a través de los medios), y ataques con armas (francotiradores, grupos de choque organizados).

En Venezuela hay oposición democrática, claro. Pero también hay en marcha un golpe de Estado, muy violento, que utiliza las formas brutales de violencia, que hace uso de métodos identificables con la definición de terrorismo, porque se ataca población civil, al azar. Por ejemplo: se arroja una bomba molotov a través de la ventanilla de un colectivo y se quema viva a una persona. Y los medios corporativos, en una muestra de cinismo extremo, encuadran este crimen dentro de las acciones de la “oposición democrática contra la dictadura”.

En Venezuela se registraron además ataques a fuerzas de seguridad identificadas con el gobierno, atentados contra edificios gubernamentales, y hasta incendios y disparos contra un centro materno-infantil ocupado por bebés, niños y mujeres embarazadas.

Fue el golpe el que desestabilizó la democracia, no el “tirano” Maduro. Es indispensable establecer una cronología. Poner en orden los datos duros. La intervención extranjera y el golpe de Estado desbarataron las instituciones, la democracia y los derechos humanos e instauraron el caos. Y luego, en ese contexto, el gobierno de Maduro (que no eligió ni produjo esa situación), y sobre todo el pueblo venezolano, está intentando defenderse, como puede, con aciertos, con errores, con desesperación, cada vez más solo en medio de una “comunidad internacional” que socorre cínicamente al más fuerte.

El pueblo venezolano no buscó la violencia, ni el caos. Nada hizo en este sentido. Tampoco Maduro, más allá de sus errores y torpezas. Fue la derecha venezolana, representante de las corporaciones y asociada a la CIA, la que produjo esta situación, esta tragedia actual incompatible con la democracia, las instituciones y la vigencia de los derechos humanos.

Atribuir la tragedia que padece el pueblo de Venezuela a la “tiranía” de Maduro es un ejercicio de cinismo rancio, ya gastado, muy utilizado por el Imperio y sus representantes durante buena parte de la historia. Los poderes fácticos entraron a sangre y fuego en Venezuela y ahora la derecha pretende que el pueblo se defienda con unas instituciones que están maltrechas, que apenas existen, porque fueron cooptadas o directamente arrasadas por la injerencia extranjera que privó a Venezuela de su soberanía.

La CIA está masacrando al pueblo venezolano. Pero el aparato propagandístico al servicio del Imperio pretende que el pueblo se deje matar sin más. Cualquier acción que emprenda para defenderse va a ser tachada de excesiva o dictatorial. El pueblo de Venezuela no tiene derecho alguno: ni soberanía, ni legítima defensa.

Para la derecha, para las corporaciones, para el Imperio, el pueblo de Venezuela cometió la osadía de desafiarlos, y debe pagar por eso. No es sólo petróleo. Venezuela se erige en un símbolo (al igual que Cuba), y darle una lección a Venezuela es un mensaje para toda la región.

Toda la propaganda contra Venezuela intenta, además, borrar la historia y la memoria. EEUU califica de “dictadura” a cualquier gobierno que se atreva a desafiar su poder. Y, en cambio, concede el título de “democracia” a todo régimen que esté al servicio de sus intereses, aunque se trate de la más feroz y genocida dictadura. Ha sido así sistemáticamente, y ya fue reconocido por la CIA, incluso con tardíos y cínicos pedidos de disculpas incluidos. Los casos son cientos y rebosan los libros de Historia.

Defender la democracia con la fuerza de la ley

Todo gobierno democrático tiene la potestad, el derecho, y la obligación de defender la democracia, las instituciones, y la Constitución, contra todo intento golpista. Tiene la obligación de preservar la seguridad de sus ciudadanas y ciudadanos. El Estado posee el monopolio del uso de la fuerza pública a través de sus fuerzas de seguridad.
Cuando edificios públicos son atacados e incendiados, cuando civiles elegidos al azar son baleados por francotiradores mercenarios o quemados vivos, las fuerzas públicas, dentro de la ley, tienen que actuar para defender la ciudadanía, la democracia y las instituciones.

Venezuela perdió el monopolio del uso de la fuerza pública, y esto es una buena definición de “golpe de Estado”. Desde ese momento comenzó la crisis institucional, no a partir del capricho del presunto tirano.

Lejos de serlo, desde ciertos sectores del chavismo se critica a Maduro por no haber cortado de cuajo, y desde un principio, la conspiración golpista, haciendo uso de la fuerza pública en forma legal, legítima, y con la Constitución en la mano. En teoría parece una crítica atendible, pero hay que considerar el contexto y, sobre todo, la correlación de fuerzas. De haber sido así, por otra parte, acaso hoy la tragedia de Venezuela hubiese costado más vidas de las muchas que ya costó.

Pero más allá de las conjeturas, lo cierto es que Maduro, lejos de ser un tirano, llevó al extremo la búsqueda de salidas negociadas. Y continúa intentando, asimismo, formas alternativas de construcción de poder popular (como la Asamblea Constituyente) ante los violentos embates golpistas.

En este contexto, en estas condiciones desventajosas, el pueblo venezolano resiste como puede. Y el gobierno toma medidas que escandalizan a los que velan por la pureza de la democracia y las instituciones. Lástima que esos puristas, tan demócratas y republicanos, hayan estado hibernando tanto tiempo, y que recién ahora hagan oír sus voces. Justo ahora, para hacerles el juego a los golpistas.

Fuente: El Eslabón.

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