El documentalista Mario Piazza echó luz sobre la historia del colectivo juvenil que resistió la dictadura con un arte que rompía las convenciones de la época. Acha Acha Cucaracha-Cucaño ataca otra vez, interpela a sus protagonistas más de 3 décadas después.

Acha Acha Cucaracha-Cucaño ataca otra vez, reconstruyó las escenas que el grupo de arte performático nacido en 1979 -en plena dictadura cívico militar argentina- dio como respuesta a la opresión imperante de esos días. Mario Piazza, documentalista nacido en Nueva York y radicado desde pequeño en Rosario, autor entre otros trabajos de Madres sobre ruedas, 2006; Cachilo, el poeta de los Muros, 2000; La escuela de la señorita Olga, 1991, contó cómo comenzó a pensar una película que abordara esta experiencia de arte y resistencia.

“Yo fui contemporáneo (a Cucaño). Tengo 60 años, 6 o 7 años más que ellos, que tenían un promedio de 16, en esa época, mientras que yo tenía 23. Por eso me decían señor”, recuerda y suelta un “qué pedazo de locos”. Luego de proyectarse en Buenos Aires en la Biblioteca Nacional y en Rosario en el Museo de la Memoria, el Cine Lumiere y el Centro Cultural Parque de España, el próximo viernes 25 de agosto a las 19, el documental se verá en Casa Arijón, espacio cultural municipal del barrio Saladillo, situado en Arijón 84 bis.

“Yo estudiaba ingeniería e iba muchas veces a la casona de calle Entre Ríos al 300”, cuenta Piazza que filmó en el inmueble que servía como lugar de encuentros y actividades realizadas por el grupo de arte experimental. “La casa era como el cuartel general. Para la película hicimos unas tomas, pero ya estaba en refacciones”, aclaró.

Piazza relató que se contactó con integrantes fundacionales de Cucaño: Guillermo Giampietro, Carlos Luchesse, Zapo Aguilera y Alejandro Bereta, a los que muchos se sumaron después de una presentación emblemática que el colectivo realizó en el Centre Català, el 4 de diciembre de 1979. “Esta presentación generó que al grupo pasaran a integrarlo espectadores y colaboradores; rondaban la veintena de personas”, rememora. De esa ampliación, el cineasta recogió testimonios en Rosario, Buenos Aires, Italia y Estados Unidos. Entrevistó a Carlos Ghioldi, hoy un referente de la militancia sindical rosarina, y otros como El Marinero Turco, que vive en Capital Federal; y a Guillermo Giampietro en la ciudad italiana de Trieste, en la frontera con Eslovenia. También desde Miami dejó su testimonio el famoso personaje Mc Phanton. Además se sumaron Graciela Simeoni y Yimi Ghioldi.

Sobre el desafío de rescatar imágenes de aquellos años Piazza comentó: “Usamos todo el Súper 8 que pudimos recoger, no sólo por el hecho de ser documental de la época, sino por la textura del filme, que da con el espíritu de la época. Entonces, incluí muchas filmaciones que yo había hecho como experimentando o las obras de algunas películas que hice, los descartes. Le pedí material a algunos colegas de Rosario y de Buenos Aires, y entre otras cosas, conseguí una filmación super 8 del encuentro Multiarte en San Pablo, Brasil, en el que participó Cucaño.

Piazza, fundador de la Asociación Rosarina de Documentalistas, analizó los rasgos e influencias del colectivo joven de Cucaño. “Ellos estaban bastante desconectados, era un época cerrada y no existía internet, entonces no sabían de los antecedentes de la experiencia de Tucumán Arde, por ejemplo; en cambio, está dicho en el filme que reivindican a Los Tres Chiflados, La Dimensión Desconocida o los Sábados de Superacción, la tele del momento. Pero lo fundamental creo que pasaba por ser un grupo de jóvenes que hicieron lo que les salió de adentro. Atacaron sino específicamente la dictadura porque no podía hacerse explícito era muy peligroso, atacaron las bases culturas de una sociedad que le dio amparo a la dictadura”.

Arte-político-adolescente

Comenzada la década del 80, y los cucaños creaban obras teatrales, publicaciones gráficas e intervenían el espacio público espontáneamente. Algunos se asustaban, y salían corriendo, otros se quedaban mirando. Algunas veces eran detenidos. Su perfomance generaba pequeños focos de desorden, de corte estético y con un sentido político implícito, como una contra-misa en una iglesia. “Esa fue la obra cúlmine, el punto más alto de Cucaño”, afirma Piazza.

Hace más de un lustro, Carlos Ghioldi lo contaba con más precisión en un programa de Radio Nacional: “La obra más interesante que recuerdo fue una misa contra una misa dentro de una iglesia. La vio muy poca gente, y fue una obra teatral inspirada en otra del conde de Lautréamont. Se hizo un montaje contestatario mientras transcurría la misa”.

“Fue un movimiento con visos de rebeldía. Muy irreverentes. Nosotros éramos jóvenes que no habíamos tenido militancia en la época anterior al golpe militar. Entonces, despertábamos a la vida política en un momento terrible. Pero nosotros no éramos héroes, ni nada. Héroes son los compañeros que militaban y que fueron presos y perseguidos. Nosotros éramos muy jovencitos”, dijo Ghioldi sobre el espíritu adolescente de la cruzada vanguardista.

“Me interesa saber qué pasa con los jóvenes -reflexionó Piazza-Y uno de los propósitos, además de hacer un documento de lo que fue Cucaño, era tender un puente entre los protagonistas de esta historia y esta misma gente hoy. Y fue precioso que reivindicaran esa experiencia y que ninguno renegara de aquello, ni lo tomara como un pecado de juventud. Todos llevan adelante los mismos principios de la juventud», contó.

En el estreno, el 5 de agosto, en el teatro Príncipe de Asturias, los cucaños presentes profirieron –mientras tocaban todos la cabeza de Mario Piazza– “una especie de canto de guerra y el mantra que se usaba cuando bautizaban a los nuevos integrantes de Cucaño -explicó el cineasta-. “¡Acha Acha Cucaracha-Cucaño!, cantaron, pero no me dijeron cuál es mi nombre todavía”.

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