La muerte de Grondona terminó siendo también la de la AFA. La última muestra es la implementación del modelo español que será manejado por un CEO y por fuera de la (¿ex?) entidad madre del fútbol nacional.

Grondona se llevó la AFA a la tumba. Desde la muerte del señor del anillo de Todo pasa, el viejo y querido fútbol argentino empezó a caer en picada. Incluso provocó que muchos otrora antigrondonistas pegaran el grito en el cielo de: ¡Volvé don Julio!

La acéfala casa madre del fútbol nacional tropezó de entrada cuando en la elección de las nuevas autoridades, para suceder a quien había gobernado los destinos de la pelota en el país durante 36 años consecutivos, la cosa terminó en empate pese a que la cantidad de dirigentes presentes en la votación era impar.

Torneos que debían empezar en una fecha y lo hacían en otra, partidos que nunca se sabía a ciencia cierta qué día y a qué hora se iban a jugar, sanciones totalmente dispares para casos similares determinados según el peso de la camiseta, finales con fallos insólitos se fueron sucediendo casi hasta naturalizarse.

Lo que viene, lo que viene, lo que viene, como rezaba el lema del programa que en su momento había que esperar sintonizar para ver los goles argentinos, es la Superliga. Vendida con un bizarro y espantoso afiche en el que los pobres jugadores referentes de los principales equipos fueron ridiculizados y vestidos (mediante un fotomontaje digital que parece hecho en el viejo y a punto de desaparecer Paint) de superhéroes. Manejada por un CEO (Mariano Elizondo) y por fuera de la Asociación que nuclea a los 28 equipos participantes. Monopolizada por las empresas Fox y Turner, que a cambio de mil millones de dólares se repartirán la televisación en partes iguales de los 14 encuentros que se disputarán por fecha, de aquí hasta el año 2022, y por la que a partir de la sexta fecha –y pese a lo prometido por Macri en campaña– habrá que pagar un abono.

En cuanto al formato, tomando como parámetro el campeonato anterior, la diferencia es que esta vez se jugará todos contra todos, en una sola rueda, y sin la denominada «fecha de los clásicos». Además, serán 28 equipos en lugar de 30 (¿para que las empresas dueñas de las transmisiones se puedan dividir equitativamente los 14 partidos que habrá por jornada?). Y otra curiosidad es que el fixture 2017, que se puso en marcha este viernes pasado, ya viene con las fechas y los horarios determinados, algo que jamás ocurrió, y que los organizadores prometen cumplir a rajatabla. Es decir que cada uno ya sabe con exactitud cuándo jugará el club de sus amores por ejemplo en la fecha 12, allá por el lejano mes de diciembre.

La otra novedad es que se persigue un “Fair Play financiero”, para lo cual aseguran un minucioso control en la economía de las instituciones y graves sanciones para aquellas que le adeuden dinero a sus futbolistas o integrantes del cuerpo técnico. De ahí que Newell’s se haya tenido que poner al día para poder iniciar el certamen.

¿El reparto del dinero? El punto más delicado sin lugar a dudas. Algunos hablan de un mayor ingreso a las arcas de los clubes. Otros aseguran que ese aumento no le llega a los talones a la inflación que sigue en alza. Unos dicen que la brecha será menor entre los denominados grandes y el resto, otros replican que no será tan así. Central y Newell’s seguirán estando a la par de equipos que no convocan ni la tercera parte de lo que lo hacen los elencos rosarinos, pero aparentemente no hicieron demasiada fuerza para torcer esa injusta determinación. Los impulsores indican que habrá un ranking determinado por el ráting, los detractores refutan que las mediciones se realizan sólo en Buenos Aires. Los que están a favor señalan que el ingreso regido por la posición en la tabla final promoverá una mayor competitividad, los que están en contra fustigan que al equipo que le vaya mal, con menos dinero para afrontarla, en la siguiente temporada le irá peor. Lo cierto es que no está nada definido y, además, esos cambios en realidad se empezarán a introducir recién en la próxima temporada. Este es un torneo de transición, más allá de que por una cuestión de márketing y necesidad de recaudación, se lo anunció con bombos y platillos y con aquel espantoso y bizarro afiche de los superhéroes del vapuleado fútbol nacional.

Lo único concreto es que arrancó la Superliga, engendro que copia lo mejor y –sobre todo– lo peor de las ligas europeas, y que en un tiempo no muy lejano millones de argentinos y argentinas no podrán (no podremos) ver por la tele en vivo y en directo.

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