La cooperativa Sattva tiene siete y años y dio un salto cualitativo: de ser delivery de comida sana para los que no comen carne, pasó a ser un local abierto al público en Juan Manuel de Rosas al 1000.

Primero, fue cocinar para que zafen dos. Después, para que zafen un par más. Llegaron a ser quince, ahora son siete, y en el medio pasaron decenas de personas que fueron y vinieron. Entre asamblea y discusión, entre la búsqueda de un mango y las inquietudes de otras formas de vida, nació Sattva, una cooperativa de trabajo que se dedica a la cocina vegetariana y vegana, pero que –sobre todo– se dedica a ser una prefiguración del modo de vida en un mundo deseado.

La cooperativa funciona en el primer piso del Centro Cultural La Toma, donde hacen uso –junto a otros espacios– de la gran cocina industrial. Sin embargo, este mes Sattva dio un paso en su historia y alquiló un local en Juan Manuel de Rosas al 1000. Es cuestión de semanas para que la cooperativa de delivery de comida sea también un bar y un mercado abierto a un encuentro más cercano con el público.

Miguel Parra y Pablo Astrada reciben a el eslabón en el oscuro primer piso de La Toma. Es temprano por la mañana y el sol todavía no tomó el gran salón. Unos mates, galletitas de chocolate y una computadora desde donde empieza la jornada laboral de Sattva, completan la escena. De fondo suena el ruido de las ollas y sartenes que comienzan a moverse. Los dos representantes de Sattva empiezan con timidez y advierten que son más del hacer que del expresar. Con el paso de los minutos, sin embargo, la entrevista se transforma en una charla desayuno entre amigos.       

“Sattva es nuestro trabajo. Pero también, y en un montón de aspectos, es una escuela”, arranca Pablo. La cooperativa es, primero, una escuela de organización y de vida. No prima el producto en sí, sino que la forma de organización y relación va a la par de lo que tiene para ofrecerse a un cliente.

Y en ese sentido, Miguel suma: “Nosotros no nos vamos a casa y no somos más la cooperativa. Tratamos de sintetizar el trabajo concreto que hacemos para pagar el alquiler o nuestra comida, con nuestras subjetividades y ganas de construir una sociedad distinta con otros y otras”. Entre mate y mate, los dos coinciden: “Trabajar así, te cambia la cabeza”.

Sattva arrancó en 2010. Eran dos personas, Pablo una de ellas. Primero fue vender sandwichitos veganos en bicicleta, un trabajo para zafar. “Éramos muy chicos y no teníamos trabajo. Era difícil conseguir algo que no sea muy precario. Por eso decidimos empezar una especie de microemprendimiento”, cuenta Pablo.

El puntapié inicial para que la venta de sandwichitos se transforme en una cooperativa sólida, fue la experiencia de militancia que traían encima los pibes. Pablo cita a la editorial Último Recurso y la Feria del Libro Independiente y Autogestiva. “Eran espacios con una forma muy orgánica definida. Los tomamos como modelos porque éramos parte. Después, fuimos transformando su experiencia según nuestras necesidades y la de la cantidad enorme de gente que fue pasando por esta cooperativa”.

“La gente se fue sumando por la propia necesidad de crecimiento de la cooperativa. Nuestro objetivo fue generar cada vez más laburo. Pero también influyó la forma que buscábamos para organizarnos. Me acuerdo que de hecho, en un momento éramos dos. Y era mi palabra contra la otra. Por eso decidimos sumar a un tercero, para que se vuelva una discusión. Y ahí empezó a crecer. Ya tenés algo que es una construcción colectiva que está por encima de todas la individualidades, y a la vez todas las individualidades se ponen en juego”, cuenta Pablo.

Son siete personas las que trabajan en la cooperativa ahora. En el mismo 2010, Sattva se fusionó con una cooperativa de cadetes. Llegaron a ser quince personas y a tener asambleas de hasta ocho horas. El crecimiento más potente estuvo ahí: la suma de individualidades y el aprendizaje de entender discusiones, formas de organización, prioridades.

“El hecho de que haya pasado tanta gente por la cooperativa hizo que también surjan otros espacios autogestivos. Muchos compañeros que pasaron por Sattva crearon otras cosas. Es lindo ver eso, cómo el movimiento autogestivo va creciendo a partir de las propias experiencias”, agrega.

El producto es también otra de las principales patas que sostiene a la cooperativa. Sattva reparte entre 60 y 65 viandas veganas o vegetarianas por mediodía, de lunes a viernes. Tiene menú fijo y menú diario, y también una línea de productos congelados que llegan a unas 20 dietéticas de la ciudad.

La cocina fue, sin embargo, la excusa. Si empezaron siendo sandwichitos veganos, es porque es lo que sabían hacer. “Siempre fuimos autodidactas. Tenemos una tradición de cocinar, estudiar la comida, compartir recetas. El vegetarianismo y veganismo tiene una tradición de conocimiento global compartido. Nosotros fuimos tomando receta, cambiándolas, adaptándolas. Y así fuimos creciendo en ese conocimiento”.

El crecimiento lo permitió también el salto cualitativo de pasar de la cocina de una casa a la cocina del Centro Cultural La Toma. No sólo por las posibilidades del espacio de trabajo, sino por las posibilidades del encuentro con otros espacios, la fusión de ideas, de actividades, de discusiones y peleas. Pablo y Miguel destacan eso. Y destacan la posibilidad dentro de La Toma que no se encuentra por fuera: que un proyecto autogestivo y cooperativo pueda crecer sin un capital inicial.

“La Toma nos dio la posibilidad que la sociedad no nos dio”, remarca Pablo. “Es un motor para muchas cooperativas y organizaciones que en otro lugar no tendrían cabida”.

Sattva crece. A prueba y error, a siete años de asambleas semanales y decisiones que cambian y persisten. Sattva crece, forja una identidad, permite que circulen trabajadores y trabajadoras que van y vienen, dejan lo suyo, toman lo que la cooperativa le da. Sattva crece y nunca pierde de vista eso: crecer, capitalizarse, organizarse, sobrevivir en un espacio autogestivo deseado en un contexto de desempleo y crisis. Lo que se viene ahora es un paso más. Sattva va a ser una cooperativa, fuente de trabajo, un delivery, un bar y un mercado.

“Vamos a hacer lo que ya hacemos, pero a eso le sumamos el sinnúmero de oportunidades que nos da el nuevo espacio”, concluyen Miguel y Pablo, entre mate y mate, mirando con vértigo la infinidad de posibilidades que les da ser los dueños de su trabajo.

Fuente: El Eslabón 317

 

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