Entró por la puerta de atrás al mundo de la música, a los 62 años. Vivió en la calle y trabajó de cocinero en bares y restaurantes, y tenía un talento que le daba, de vez en cuando, algunas satisfacciones: imitaba muy bien a James Brown. Poco años después de la muerte de Mr. Dynamite, se transformaría en una especia de lado B del Padrino del Soul al que tanto admiraba. Así, a los sesenta y pico, Charles Bradley se convirtió en una celebridad. Tenía programado un show en Buenos Aires el 13 de setiembre pasado, en el marco de una gira internacional, que no pudo dar. El domingo pasado terminó su breve estrellato, murió a causa de un cáncer. Su voz quebrada y melancólica dejó un cono de silencio en medio del revival del soul.

En una época en donde lo nuevo –por su impronta retro– parece viejo, y lo viejo –con las nuevas ecualizaciones y mejoras a las antiguas grabaciones– suena a nuevo, escuchar en 2011 a Charles Bradley confundía más de uno.

Su sonido era muy fiel al viejo estilo de los 60 y 70. Incluso en el registro en que estaba grabada la música, con los instrumentos y las voces en canales distintos, como al comienzo de la era de la “música estéreo”. No parecía algo tocado en la primera década del siglo XXI.

El estilo del cantante remitía a varias voces conocidas pero no era ninguna de ellas. Para los amantes del género daba la impresión que estaban ante un perla perdida en el tiempo o ante otra trampa del famoso “revival del soul” con un grupo de músicos especialistas en hacer covers y un negro con reminiscencias de James Brown. Y a salir a robar por los pueblos. Pero aún considerando del modo más crítico que no era más que un simple choreo en tiempos sin nada nuevo que ofrecer, había algo en esa voz y en esa música que no permitía otra cosa que seguir escuchándola. Y ya no había vuelta atrás.

Charles Bradley destilaba con su voz aguardentosa un costado triste y bello del funk y el rhythm and blues, y se ganó el mote de “El águila gritona del soul”. Su imagen con un mameluco, cantado en el pasillo de un hospital o de una prisión “este mundo está ardiendo en llamas, y nadie se quiere hacer cargo”, es casi un ícono contemporáneo.

Charles Edward Bradley había nacido en Gainesvillen, Florida. No tenía padre, y su madre lo abandonó. Lo crió una abuela. A los 14, dejó su casa y se convirtió en un homeless, dormía en los subtes durante el invierno. Lo cuenta él mismo en el documental de TV de 2012, “Charles Bradley: Soul of America”.

En 1962, la hermana de Bradley lo llevó al emblemático show de James Brown en el teatro Apollo. Ese concierto transformó a Bradley y comenzó su camino como imitador del astro. Pero su vida fue la dura calle. Entre otros pesares, sufrió el asesinato de uno de sus hermanos. Así, entre bares y restaurantes como cocinero y, a veces como imitador de JB, recorrió todo Estados Unidos, durante casi veinte años.

Un día, o una noche, casi sin esperarlo, fue descubierto por un productor en alguno de esos oscuros bares. «Pasaron 62 años para que alguien me encontrara, pero yo le agradezco a Dios. Algunos nunca son descubiertos», decía durante las primeras entrevistas tras su debut discográfico en 2011. Terminó trabajando para el sello neoyorquino especializado en el revival del soul, Daptone Records.

Su primer álbum se llamó “No Time For Dreaming” (No hay tiempo para soñar) y llamó la atención de forma inmediata. Además, sus actuaciones eran de gran intensidad y magnetismo. Bradley entraba de lleno al mundo del espectáculo. Luego vendrían sus albumes “Victim of Love”, en 2013, y “Changes”, en 2016, en una referencia a un tema de Black Sabbath que reinterpretó a su estilo.

Sólo fue poco más de un lustro, y su paso por los grandes escenarios dejó una estela fugaz pero profunda. El guitarrista de la banda Living Colour, Vernon Raid, un emblema de la reivindicación de la música afroamericana, al conocerse su deceso publicó en su cuenta Twetter, simplemente: “Gracias por haber pasado entre todos nosotros”.

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