Hay dos esperanzas en tensión. La de quienes esperan que CFK gane el 22 de octubre para comenzar a frenar al criminal plan del régimen macrista, y la de un sector que sueña con una derrota que acelere el pase a retiro de la ex presidenta para “reorganizar” el movimiento que fundó Juan Perón. En el medio, un pueblo que sufre los embates del enemigo histórico.

La misma semana, el mismo día, con diferencia de unas pocas horas, dos dirigentes políticos de la oposición se pronunciaron respecto del macrismo. La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo que «este gobierno quiere construir un enemigo interno». El senador Miguel Ángel Pichetto sostuvo que “hay un protomontonerismo en la frontera”, para luego ampliar: “Hay tufillo a Sendero (Luminoso)”. Pero el título de la nota de Clarín que recoge esas definiciones del legislador rionegrino es: «No hay que subestimar al Gobierno, sabe cómo ganar elecciones».

Los dos dirigentes –no hace falta aclarar las diferencias de espesor político entre ambos– hablan de un régimen que en poco más de 20 meses ya endeudó a la Argentina como nunca lo había hecho antes gobierno alguno en ese lapso.

Ambos se refieren al gobierno de Mauricio Macri, que llegó al mismo de la mano de una alianza con la UCR oficial y una coalición conducida por una ex radical de discurso republicanista.

Ambos, en los papeles, son peronistas. Y éste es un buen punto de partida para sopesar el peso de ciertas palabras, el significado de algunas denominaciones, y la dimensión que cobran gestos y discursos cuando la luz que se cierne sobre ellos lo hace a través del inexorable y riguroso prisma de la historia.

El jueves pasado un señor que durante la dictadura fue director editorial de la revista Gente, pero a quien hay que reconocerle que maneja el oficio periodístico como pocos, se entrevistó con CFK.

Con mérito compartido con la invitada, fue la entrevista más potente que se haya visto en los últimos veinte años, sólo comparable con algunos momentos o pasajes de ciertos reportajes que le hicieron a Carlos Menem en los 90, cuando el hoy decrépito ex presidente destilaba carisma, simpatía y campechanismo.

Cristina habló de todo. De sus uñas –”Éstas me las pinto yo, así como las ves”, le dijo a Chiche Gelblung–, de sus nietos, del peronismo, de Néstor, de todo lo que se podía esperar que hable la ex mandataria, sólo que lo hizo en un tono más que distendido, con un lenguaje que alguien en las redes calificó propio de una “charla de peluquería”, no en forma despectiva, sino haciendo especial hincapié en que muchísimas mujeres entenderían ese código y ese estilo, que las aproxima mucho más a su figura.

En las redes sociales, allí donde muchos críticos de la ex mandataria alegan que no es donde se debe militar, luego de la entrevista se observaron muchas burlas respecto de algunas de las respuestas de CFK, capturas de pantalla que acentuaban una presunta imagen banal, y comentarios respecto de la “suma cero” de ese reportaje con vistas a los próximos comicios. No eran publicaciones de simpatizantes de Cambiemos. Eran de quienes con su militancia callejera y comprometida no habían logrado alcanzar ni el 6 por ciento de los votos bonaerenses.

Hegemonías e interruptus

A los optimistas crónicos, habrá que decirles que el liberalismo librecambista y libremercachifle ha sido el vencedor a lo largo de la mayor parte de la historia nacional, con interruptus trascendentes pero que jamás lograron extirpar de raíz el cáncer que la metrópoli porteña le impone al resto de la Nación desde antes aún de su formación como tal.

El surgimiento del radicalismo, como tibia fuerza confrontadora del proyecto mitrista, y la irrupción tremenda, revolucionaria, del peronismo en el escenario político y económico argentino son excepcionalidades. El resto de la trayectoria lo hegemonizó el liberalismo, en todas sus perversas facetas: las democráticas fraudulentas, las autoritarias, las democrático proscriptivas y las más modernas democrático tuteladas.

Las lamentaciones de quienes plantean como una desgracia excepcional que el macrismo venga a desmontar las conquistas alcanzadas por el pueblo en doce años y medio de peronismo del siglo XXI o kirchnerista, olvidan o ignoran que el peronismo que le deparó dolores de cabeza a la hidra liberal sólo gobernó 23 años y medio de los 72 que transcurrieron desde su creación. O sea, apenas un 30 por ciento de ese período.

Los antiperonistas no son tan sutiles a la hora de hacer las cuentas, en todo sentido. Ellos le suman a ese período el peronismo aspirina, el que le calmaba las cefaleas al poder establecido, que gobernó otros 10, entre 1989 y 1999. Y el peronismo en estado gaseoso, jaqueado o en emergencia por las crisis provocadas por la impericia liberal, los 38 meses en que gobernaron María Estela Martínez, Eduardo Camaño, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde.

Aún así, en 72 años de vida, el peronismo en modo nominal gobernó durante la mitad de ese tiempo. Pero para la oligarquía, la desgracia histórica se hace presente cada vez que el peronismo accede al gobierno, no importa que el Rodrigazo haya inaugurado la etapa neoliberal en que se sumiría la economía argentina en las siguientes décadas, que Carlos Menem haya terminado el trabajo sucio que la dictadura cívico-militar del 76 no logró terminar, ni que Duhalde haya beneficiado con la pesificación de la deuda a los grupos más concentrados del establishment local. El diablo no paga dividendos históricos.

Para Lucifer, que tiene más claro qué intereses defiende, todo peronismo es una mala palabra y una deleznable acción. Y para quienes reniegan del Perón del 73, el secretario general de la Federación Gráfica Bonaerense, Héctor Amichetti, recordaba en su cuenta de facebook –precisamente– al Perón que hace 44 años, el 22 de septiembre de 1973, ganó con el 62 por ciento de los votos.

A propósito de ese tercer gobierno, ponderaba que el viejo general puso en marcha el Plan trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional, que entre otros objetivos se proponía que en 1977 hubiera plena ocupación “y una participación de los trabajadores del 47,7 por ciento en la distribución de la riqueza (recuperando la participación alcanzada en septiembre de 1955 cuando Perón fue derrocado). Pero como se sabe, ese año el presidente era Jorge Videla y su ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz.

Por eso, que los herederos de los Bernardino Rivadavia, los Bartolomé Mitre y los Martínez de Hoz pretendan resignificar al peronismo es esperable. Al fin y al cabo la gran manganeta del liberalismo es argumentar que el populismo nunca lo deja llegar a concretar la parte buena de su proyecto, y entonces vuelve a la carga, renovado en su discurso, pero con las mismas armas herrumbradas con que pretende aniquilar a los que sobran en su ideal de país. Y para terminar de una buena vez con el gran proyecto de libertad total hay que eliminar al peronismo, eso lo tiene bien claro.

Menos previsible es que desde el propio seno del peronismo se quiera reinterpretar su misión histórica, apelando a símbolos, banderas y discursos, pero para hacer en la práctica todo lo contrario a lo que sus fundadores propusieron como proyecto de Nación.

Nunca se los vio a Néstor o a Cristina Kirchner ir al lecho de enfermo del bombardeador Isaac Francisco Rojas, entre otras cuestiones. Y para quienes le reprochan a CFK no haber ido a las Paso y armar por afuera, Perón fue por fuera en el 58, en alianza con Frondizi, a quien abandonó cuando éste traicionó al pueblo peronista.

El kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI porque no prometió la Revolución Productiva pero la hizo realidad teniendo casi una década de crecimiento ininterrumpido, elevando el nivel y poder adquisitivo de los salarios, reponiendo los convenios colectivos –recordar que no había paritarias, y que Duhalde no las abrió, aunque hubiera podido–, reindustrializando el país, que es un mandato genético del peronismo, y desde el 1° de julio de 1974, cuando murió Perón, no hubo gobierno, peronista o del color que sea que se haya tomado tan en serio ese ADN como los tres de Néstor y Cristina Kirchner.

Fue el hacer de Perón lo que sirvió para saber lo que debe hacer, y lo que no, un peronista. Perón no hubiera elegido trazar alianzas con la Mesa de Enlace, como hizo el autodenominado “Peronismo Federal” en la batalla por la 125. Más bien sería preciso recordar las expropiaciones de campos a Otto Bemberg. Ése “Peronismo Federal” votó en 2009 la conformación de comisiones en el Congreso junto a Patricia Bullrich; Mauricio Macri, Elisa Carrió, el socialismo, lo peor de la UCR y demás fuerzas gorilas, todo lo cual tuvo como conclusión que la de Agricultura y Ganadería de Diputados quede en manos de Buryaile, que quería cerrar el Congreso si no se votaba lo que exigía «El Campo». Quienes piden autocrítica a CFK por las derrotas de 2013 y 2015 no se la piden a esos señores como Felipe Solá y otros, en pos de una unidad que no incluye a la ex presidenta, a quien en rigor quieren jubilar antes de tiempo.

En estos días terribles

Ahí es donde se vuelve a CFK y Pichetto, o cualquiera de quienes se sientan de un lado u otro de la bicentenaria línea histórica que separa esos dos modelos de país, que un trasnochado cagatintas de alquiler rebautizó como “grieta”.

Camino a octubre, rumbo a los comicios de medio término, vuelven a aparecer dentro del peronismo dos vertientes muy enfrentadas. No es nuevo, pero sí imperdonable, a la luz de los estragos que viene produciendo el régimen macrista.

Y a la luz de lo que vino produciendo el bloque de senadores que alguna vez representó las políticas públicas del último peronismo gobernante, cabe más que nunca subrayar la necesidad que existe de que en esas elecciones ingresen al Congreso legisladores que no levanten la mano tan lábilmente, favoreciendo las acciones más criminales del macrismo.

Hace unos días, por ejemplo, Juan Manuel Abal Medina –ex jefe de Gabinete del anterior gobierno– en una entrevista concedida a la revista Noticias, sentenció que “Cristina y el Gobierno juegan a lo mismo”, y lo explicó así: “Los dos juegan a lo mismo, a un falso ballottage, y a hablar de votar «en contra de»”. Es el discurso del espacio Cumplir, que lidera Florencio Randazzo, también ex funcionario de CFK.

En el reportaje que le hizo Víctor Hugo Morales junto con su equipo, Cristina analizó que la estrategia del Gobierno “para poner en marcha su modelo económico” neoliberal tiene tres ejes: “La fractura social, el mensaje permanente de la mentira política y la división de la oposición política”. Es claro que algunos que se la quieren sacar de encima le dan la razón, asociándose al gobierno de Cambiemos, dándole el gusto de ser parte de una oposición dividida.

¿Por qué votar “en contra de” debería ser una falsa opción si enfrente está el adversario? ¿Por qué no tendría carácter definitorio la elección de octubre si hasta el más desprevenido sabe que, de ganarla, el oficialismo obtendrá mayor legitimación a su anunciado ajuste?

Otro que no encuentra su lugar en el mundo opositor es Sergio Massa, quien luego de quedar tercero lejos enlas Paso bonaerenses lanzó un alarido conciliador hacia las filas macristas: “Cuenten conmigo si quieren corregir el rumbo”. En ese mismo tono componedor, no descartó “votar a favor del Gobierno”. Para no dejar dudas de que él no se opone como alguna otra fuerza “que sólo busca poner palos en la rueda”, él se pronunció como alguien que “busca aportar ideas y soluciones”.

Habría que recordarle a Massa que uno de sus mayores aportes –votar a favor del blanqueo– le permitió a familiares de funcionarios, entre ellos el propio Macri, blanquear verdaderas fortunas hasta entonces ocultas en la oscuridad más absoluta. Para alguien que pregona honestismo y funge paladín luchador anticorrupción, parece un poco contradictorio.

Volviendo a Pichetto, tal vez surjan algunas respuestas a esos interrogantes. Clarín destaca, en la nota mencionada, un pasaje de la disertación del senador rionegrino: “Este gobierno no es una dictadura, son un gobierno democrático, expresan un capitalismo moderno”. Y luego, el jefe de un bloque en el que asegura que Cristina no tiene lugar, según el diario de Héctor Magnetto, “en comparación casi odiosa aludió a los 12 años «en el llano» de otro tanque muy habituado al poder, el PRI mexicano”.

En síntesis, Pichetto ve probable que el peronismo permanezca en el llano, mientras un “gobierno democrático”, que expresa “un capitalismo moderno”, cumple la faena que siempre combatió el peronismo que él no deja entrar en su bloque.

Si el peronismo es la gran desgracia nacional, ¿por qué siempre el poder establecido lo quiere cooptar? ¿Por qué para el liberalismo el peronismo es uno solo pero siempre se quieren quedar con una de sus partes? Porque es ostensible que al poder establecido le apetece ese peronismo bueno, blanco, confiable, y aborrece a ese otro lleno de negros de mierda, imprevisible, arcaico, destructivo, que privilegia la confrontación y provoca la división de los argentinos.

Por más que les pese a quienes pregonan que CFK es el pasado, está claro que al peronismo que quiere trastocar la arquitectura del país colonial lo expresa ella, que además es quien concita la atención del país todo, y el mayor caudal electoral dentro de esa fuerza.

Hay dos modelos en pugna. Que Randazzo y Massa la cuenten como quieran. Al referirse a la quema de viviendas de la comunidad Vuelta al Río, ocurrida el miércoles a la noche en Chubut, Cristina opinó: “Cuando vi las fotos de las casas incendiadas pensé que todo tiene que ver con todo”. Y acto seguido recordó “la cacería de mujeres” durante la última marcha por Ni Una Menos, las detenciones que llevaron adelante las fuerzas de seguridad tras la marcha del 1º de septiembre en reclamo de la aparición con vida de Santiago Maldonado en Plaza de Mayo y los “incidentes” ocurridos luego del pedido por Julio López en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Hay dos modelos enfrentados. En enero pasado, Abal Medina pontificó: “Marcos Peña está haciendo cosas correctas”. Esta semana, cuando Noticias le preguntó si alguna vez había visto algún hecho de corrupción en el gobierno de Cristina, respondió: “La corrupción no se ve. ¿Deberíamos haber controlado más? Yo creo que sí”.

Hay dos modelos. Pichetto habla de modernidad, pero a su disertación lo fue a ver lo que Clarín definió como “vieja guardia peronista (menemista, duhaldista)”, cuyos nombres y apellidos dan cuenta de lo que significa “modernidad” para el senador: Eduardo Camaño, Humberto Roggero, Aldo Pignanelli, Miguel Angel Toma, Alfredo Atanasof, Oscar Lamberto, el periodista Pascual Albanese, el jefe de los judiciales Julio Piumato, entre otros. Si ése es el futuro, ¿cuántos votos propios junta?

Así como en los años que duró el exilio de Perón la juventud terminó siendo el factor clave para lograr su regreso a la Patria, el dato de la actual coyuntura es que la juventud está mayoritariamente con Cristina. Y ése es un verdadero dolor de cabeza para el peronismo aspirina.

Sigmund Freud, que se fue de este mundo hace casi ocho décadas, dejó, entre tantas otras, una sentencia que aplica perfectamente a la política: “En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad».

A estos tipos que tanto se empeñan por enviar al destierro a la única estadista viva que tiene la Argentina, les debe estar pasando algo parecido: están convencidos de su inmortalidad, o, lo que viene a ser lo mismo, ni siquiera se enteraron de que ya están muertos.

Fuente: El Eslabón.

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