La casa donde Norma Birri de Vermeulen recibe a Biopolítica, como su impecable memoria, está llena de recuerdos. Imágenes de su familia, de su hijo desaparecido Osvaldo, militante de la Juventud Peronista y Montoneros, y de actividades en las que se la ve con un pañuelo blanco en la cabeza, junto a las Madres de Plaza 25 de mayo, organización de la que es una de sus referentes. Lúcida, con la sabiduría obtenida en los más de cuarenta años de lucha que inició en Familiares, en plena dictadura, al repasar su historia reconstruye parte del recorrido del movimiento de derechos humanos de Rosario. “No hay que bajar los brazos, porque si dejamos pasar esto, mañana puede ser otro”, dirá sobre Santiago Maldonado, en una intensa entrevista grabada el pasado lunes 2 de octubre.

—¿Dónde comienza tu historia?
—Yo nací en Empalme Graneros, era la menor de siete hermanos. Mis dos hermanos mayores ya estaban casados, tal es así que tengo dos sobrinas un año menores que yo. De Empalme Graneros no recuerdo mucho, yo era chica. Después de ahí, como teníamos animales y vino una peste y perdimos todo, nos fuimos a la zona rural de Nuevo Alberdi, de caseros. Cuidabamos el chalet de un médico y de ahí sí me acuerdo cosas. En esa época no heredamos propiedades, no heredé yo y tampoco mi esposo. Se vivía alquilando, de un lado al otro. En Alberdi empecé la escuela primaria, donde hace poco me homenajearon, la escuela Provincia de San Luis.

—¿En tu casa había alguna presencia de la política o una identidad partidaria?
—Más en la familia de mi mamá. En esa época solo se hablaba de peronismo o radicalismo. A nosotros nos había mejorado la situación económica el peronismo. De la familia de mi esposo eran más radicales pero no se hablaba de política. Yo sí me interesaba. Una vez que venía Evita del norte, mi hermano vivía cerca de la estación Sarratea y el tren que la traía paró ahí, entonces todo fue una fiesta. Fuimos y nos asomamos por las ventanillas y ahí la conocí, la ví a Evita. Después, cuando murió Evita ya había nacido mi hijo el más grande, yo me casé en el año 50 con 20 años, así que cuando vino esa vez yo tendría 18 años.

—Vos hoy sos una referente del movimiento de derechos humanos ¿pero dónde ubicás el comienza de tu historia política?
—A veces me pongo a pensar cuándo me comenzó a gustar, porque a mi siempre me gustó la historia y la política. Me doy cuenta ahora. Yo por ejemplo recuerdo el primer golpe de Estado que viví, en el año 1943, y pasé muchos golpes de Estado. Me acuerdo quiénes participaron de ese golpe y todos los sucesivos, han quedado en mi memoria, así que evidentemente, inconscientemente, se ve que la historia siempre me ha gustado. No me olvido nada. Tengo un cuaderno donde empecé a escribir la historia de mi vida, yo me acuerdo todo.

—¿Cómo se dio tu acercamiento a la lucha por los derechos humanos, a Familiares y Madres?
—Y, después qué pasó lo de mi hijo. Yo no militaba, yo estaba adentro de mi casa. Votar sí, yo siempre dije que mientras pueda y mi cabeza me responda, voy a votar, tenga los años que tenga, me siento dueña dentro del cuarto oscuro, siempre dije eso y sigo votando.
Cuando mi hijo comenzó a militar, empezó a trabajar en Villa la Cerámica, y mi marido no estaba de acuerdo, no le gustaba. Pero cuando por ejemplo venían las fiestas patrias a mí me decía: «mami, me podés hacer una torta», o «mami, me podés hacer esto para darle a los chicos chocolate». Tenían un dispensario también. Me acuerdo que una vez me invitó: «Mami, no querés venir que viene el doctor (Constantino) Razzetti». Yo lo conocía, al poco tiempo lo mataron a Razzetti. Yo compartía con mi hijo, él era confidente conmigo, hasta ahí nomás. Hay cosas que con el pasar de los años, y por otras personas, me entero de otras cosas que él no me decía, no quería comprometer a la familia.

—¿En qué momento sentiste que tenías que acercarte a los grupos que se empezaban a reunir para averiguar por los desaparecidos?
—Al principio mi marido fué a averiguar y terminó hablando con el segundo de (Agustín) Feced. Porque habían estado en mi casa y no nos dijeron a quien venían a buscar. Tiraron la puerta abajo y entonces mi marido preguntó por qué habían venido, y con ese atropello, y le dijeron que por un aviso telefónico les notificaron que había dos personas en actitud sospechosa. Después nos dijeron: «ellos nos atacaron, matamos a uno y el otro, que era su hijo, escapó y perdió la campera con los documentos». Él llevaba sus documentos encima, tenía 23 años, yo ahora tambien me voy enterando ciertas cosas de los cuadros, de las edades, que yo no lo sabía. Mi hijo era jovencito, habíamos pasado tantos golpes cívicos militares, que nos parecía que el del ‘76 era un golpe más. Estábamos habituados a eso, al estado de sitio, a todo. La gente se callaba la boca, y seguíamos.
Y nosotros entonces le creímos al segundo de Feced lo que nos dijo, tal es así que cuando sonaba el teléfono me parecía que iba a ser él, que me llamaba. O cuando tocaban el timbre pensaba que era él, que volvía, que había estado en una cárcel común y que lo habían dejado en libertad. Nunca pensamos que iba a haber semejante masacre, jamás. Ahí, en Familiares, yo era la que más esperanza tenía, tal es así que alguna vez dije «me daré la cabeza contra la pared», y efectivamente me di la cabeza contra la pared.

—¿En qué año te acercaste a Familiares de desaparecidos por razones políticas?
—Fue a fines de 1977, porque hasta esa fecha no sabíamos nada. Mi consuegra me dijo en esos días: «mi cuñada vive cerca de una señora que tuvo un caso parecido al suyo». Se trataba de Nelma Jalil. Fuimos a la casa de Nelma y ella me llevó al negocio de dónde lo sacaron a Osvaldo, que se había refugiado ahí en un negocio de artículos de limpieza el día que lo secuestraron. La señora se acordó de él, por la foto lo reconoció, la señora estaba embarazada y tenía una nena de dos años y me contó que él le dijo: «no tenga miedo señora, que yo también tengo una hija». Pero ahí fue que entró la policía y lo llevaron. La señora me dio su nombre y apellido, pero yo nunca la quise nombrar, no la quise comprometer, porque en un momento tan feo, haberse comprometido a decirme su nombre y todo, fue un gran gesto.
Luego de eso, Nelma me dijo que se estaban reuniendo, que eran un grupo muy chico, de hombres y mujeres, en la casa de una compañera, Lucrecia Martínez, que vivía en un departamentito. Pero ahí estuvieron poco tiempo, ahí estaba Fidel (Toniolli), Nely (Huarque), Don Angel Albea. Me gusta nombrarlos, porque Rosario tiene una deuda con esa gente, el más conocido es Fidel, de los otros nadie se acuerda, porque era un momento muy bravo, muy terrible y ellos se habían expuesto a eso. Tal es así que cuando se inauguró el Museo de la Memoria yo tenía el número de Nelly, que tenía 90 años en ese momento, pero estaba muy lúcida, le hablé y la invité a participar del acto con nosotras, las Madres, ahí en el escenario. También cuando se estrenó Arderá la memoria (documental sobre Madres de Plaza 25 de mayo) localicé a las hijas de Don Ángel Alba, que ya había fallecido, y fueron las dos también al teatro.
Con Familiares nos reunimos un tiempito ahí hasta que la liga nos ofrece para que estemos más seguros. Era un organismo que tenía muchísimos años, entonces para protegernos nos dió un lugar en la cortada Ricardone. Ellos hacían sus reuniones pero nunca los vimos, iban de noche al fondo, era un edificio.

―¿Cómo surgen las Madres de Plaza 25 de mayo?
―Yo estuve en Familiares, y cuando asume Alfonsín caí en un pozo depresivo, estuve tres años enferma. Me acuerdo cuando vino la Conadep acá a Rosario, fui con mi nuera, pero después de mucho tiempo empecé a acordarme de ciertas cosas que me habían dicho, me leían y me decían. Ahí fue cuando me nombraron al muchacho que había visto a mi hijo en el Servicio de Informaciones, pero después de varios años empecé a recordar que era (Gustavo) Mechetti. Madres de Plaza 25 de mayo, en Rosario, se fundó ya en democracia, pero mientras estábamos en Familiares, algunas madres ya viajaban a Buenos Aires y participaban allá. A mí me invitaron a participar, pero ellas eran viudas ya y yo tenía a mi marido que trabajaba, tenía que atenderlo, no podía dejar mi casa del todo.
Cuando me recupero de la depresión, le dije a mi marido que me iba a ir a la plaza porque sabía que iba a encontrar algunas madres que conocía ya de Familiares, y fui. Las encontré y me quedé hasta hoy.

—¿Cómo recordás la etapa iniciada tras el triunfo de Alfonsín?
—Todavía no estaba bien de salud. Uno puede estar triste pero la tristeza es una cosa y la depresión es otra. Con la depresión no te interesa nada, a mí me decían «pensá en tu marido pensá en tu otro hijo», y yo no pensaba en nada. Hacía de cuenta que no pasaba nada, todo me resbalaba así que de algunas cosas casi no me acuerdo.

—¿Recordás cómo impactaron tras haberse iniciado los juicios a las juntas, las leyes de Obediencia Debida y el Punto Final?
—Eso fue un balde de agua fría, porque uno venía con toda la esperanza. Pero yo siempre digo, a algunos no les debe gustar, y yo no soy radical, nunca lo fui, pero yo respeto al doctor Alfonsín, porque veníamos de una dictadura terrible. Lo estaban amenazando por un lado los carapintadas y los supuestamente leales al gobierno venían por otro lado pero nunca llegaban. Hubo gente, políticos que lo acompañaron a él a hablar con los carapintada entre ellos (Antonio) Cafiero, que se comprometieron. La plaza estaba llena. Yo siempre digo que a él no le quedó otra. La verdad que lo obligaron. La plaza llena estaba, podría haber habido una masacre, todavía los militares tenían el poder, los tanques. Ahora parece que la gente no tuviera mucho miedo, porque ahora gobierna el poder económico, porque no ve tanques en la calle, nosotros lo primero que escuchábamos al despertar era siempre la misma marchita y las mismas promesas y los tanques en las calles.

—¿Y del período del menemismo y la Alianza, qué recuerdo tenés con respecto a la lucha de los organismos de derechos humanos?
—¿Sabés que yo fui una de los que lo votó la primera vez a este sinvergüenza? Una vez que venía a Rosario, no sé de dónde, con sus patillas, que venía por bulevar Rondeau en caravana, yo fui una de las que fui a verlo. Pero enseguida mostró la hilacha, lo que hizo fue terrible. Ese, y la Alianza, fueron parte de la entrega del país.

—Y después del menemismo y la Alianza, apareció esta otra etapa pos 2001, ¿qué mirada tenés del período del kirchnerismo?
—Yo sentí algo especial por (Néstor) Kirchner. A mí que no me lo toquen a Kirchner. Lo sentí en ese momento, con esas palabras que dijo, que no iba a dejar sus ideales en la puerta del gobierno. No sé, le creí, dije «este hombre no está mintiendo». Y después con la gente que lo abrazaba, no tenía miedo a nada, no sé, tuve esperanza. Y volvieron los juicios a los represores. Ahora me viene el recuerdo de lo que dije una vez a Nadia (Schujman, abogada de la agrupación Hijos) en la plaza, una vez que me preguntó si yo quería ser testigo y querellante, y le dije que a mí me hacía mal. Yo fui dos veces a los tribunales, y me hace mal. Escucharlo de boca de otras personas, y más detallado, me hace mal. Chiche (Elsa Massa, también Madre de la plaza) iba bastante seguido a los juicios contra los represores. Pero yo fuí dos veces nomás (a presenciar las audiencias). Aunque afuera sí voy, cuando terminan los juicios, en las sentencias voy a afuera.
Pero la cosa cambió ahora. Para mí cambió ese día, hace poco, el día que estábamos en la plaza porque lo habían echado (de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación) al muchacho (Santiago) Bereciartúa, y ví como hablaba el muchacho y como lloraba Nadia, y adentro mío dije: «no puede ser que están exponiéndose chicos jóvenes por nosotros y yo me voy a quedar así. Entonces ese día fue cuando me acerqué y le dije a Nadia: voy a ser tu testigo.

—¿Por qué te parece importante mantener viva la memoria?
—Pienso que a la memoria algunos no les dan importancia, dicen que hablamos de cosas viejas, están equivocados. Me acuerdo que en mi casa como no había televisión, ni celulares, ni nada, se conversaba más, se dialogaba, ahí la memoria también tenía otro lugar. Mi madre contaba cosas de su familia, las cosas que había pasado, como por ejemplo que mi abuela paterna que yo no la conocí, se tuvo que ir a Italia porque la madre estaba muy enferma y muere en el trayecto, en el barco, y la tiraron al mar. Yo me acuerdo de todo eso, lo que mi madre nos contaba. Mi papá se callaba un poquito más, pero mi madre nos contaba. Hay que acordarse de todo, para no olvidar. El caso de nuestra historia, de nuestro país, es un caso especial, hay que acordarse para que no se vuelva a repetir.

—¿Qué pensás ante un hecho como la desaparición forzada de Santiago Maldonado?
—Pienso que no hay que bajar los brazos. A mí me queda poco hilo en el carretel, pero no hay que bajar los brazos, porque si dejamos pasar esto, mañana puede ser otro.
Y que la gente tome conciencia, sobre todo los que todavía no lo hicieron, de que se puede volver a repetir esa historia. Si dejamos pasar, como estamos dejando pasar ahora, yo te hablo en plural pero no somos nosotros los que dejamos pasar; pero hay mucha gente que deja pasar y ni habla. Yo voy a hacer mandados y no he oído que nadie comente el tema Maldonado, y eso es muy triste, para la familia, para todos, que haya pasado así.

—¿Qué evaluación hacés cuando ves que tantos jóvenes las acompañan en las rondas o que salen a la calle o llenan un Monumento un 24 de marzo?
—Eso va a  salvar al país. Va a evitar muchas cosas, porque los chicos tienen la mente bien lúcida, les interesa. Los otros días estuve en la escuela Nigelia Soria. Fui a pesar de que me sentía mal y llegué y veía a los chicos emocionados, llorando cuando terminé de hablar. Ellos saben que es verdad lo que yo les digo, que esto que contamos nosotros no es una película, que eso se vivió en nuestro país y puede volver a repetirse. Y los chicos se emocionan, por eso a mí me gusta hablar con los chicos. Si tengo que estar en una reunión con funcionarios voy, pero por obligación. Pero a las escuelas voy porque me gusta.

—Desde que asumió Macri la ronda de Madres se convirtió en un lugar de referencia para los que reclaman y resisten. ¿Por qué creés que ocurre eso?
—Para mí es natural. El día del 2×1 me enteré enseguida. A mí me gusta escribir, pero lo mio es muy casero, escribo papelitos y los guardo. Después Pablo (Álvarez de la ronda de Madres) a veces me los pide y los arregla un poco. Yo tengo hecho hasta sexto grado nada más. Yo en estos casos los llamaba a Pablo o a Eduardo (Marinangeli, recientemente fallecido). Me acuerdo que ese día lo llamé a Pablo y le dije «pasó esto y esto», él no sabía todavía. «Bueno –le digo–, convocá a la plaza, avisale a los chicos, avisale a Juane», y se llenó la plaza. Yo pienso que todavía somos creíbles, y últimamente en cada caso hemos sido las primeras en convocar. Por eso la vez pasada dijimos «nosotras lo vamos a hacer el jueves, como lo hacemos siempre».
Pero para el día de la marcha contra el 2×1 fue impresionante cómo se llenó la plaza. Ese día pasé una alegría, porque vino mi nieta. Ella tenía dos años cuando vinieron acá, y nunca habla de nada. Y ese día Paula fue a la plaza. Se abrió paso entre la gente y me abrazó, y se puso a llorar. La dictadura no solamente se llevó un montón de los mejores, que hoy serían quienes nos gobiernen, pero aparte de eso destruyeron las familias, mi marido no lo asumió nunca, a Paula le costó, y cada familia tuvo un caso así.
Han hecho cosas terribles, hace años me ponía mal. Dos o tres veces en que hablé con él en aquella época,  yo le decía a mi hijo que se cuide, que piense en su hija. Pero él cuando me contaba por qué militaba, me decía que lo hacía porque pensaba justamente en ella, en su hija, y porque quería un país mejor. Entonces llegó un momento en que me dije que si él era feliz con lo que hacía, bueno, yo estoy feliz también.

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