Los talleres son clave en los encuentros nacionales de mujeres. Discusión política con perspectiva feminista, marcan el rumbo de las miles de participantes.

La pregunta se repite antes, durante y después del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM). ¿Qué hacen miles de mujeres juntas? Algunos y algunas intentan ser más específicos con sus preguntas: ¿Fuiste a pintar paredes y mostrar las tetas? Otros, más simpáticos: ¿Se pasan secretos de cocina? La subestimación, sin embargo, cede con el paso de las ciudades. Porque cuando el Encuentro llega, deja en claro que las mujeres nos encontramos, primero, para eso: encontrarnos. Después, para debatir y politizar nuestras vidas y nuestras inquietudes desde el feminismo. No es una pavada. Es agotador. Elegir, andar de escuela en escuela, exponer tus dudas y contradicciones, saber que volvés siendo distinta y no tener la seguridad de estar lista para eso. El Encuentro es, sobre todo, una instancia de debate, de sentar estrategias políticas y de debatir qué nos pasa a lo largo y ancho de un mundo machista, y cómo sobrevivirlo.

El ENM de Chaco tuvo 71 talleres abiertos. El único requisito para entrar es ser mujer, trans, travesti o lesbiana. Las propuestas, consensuadas después de un año de debate y organización, son para todos los gustos: mujeres y religiones, mujeres y organizaciones sindicales, mujeres y tiempo libre, mujeres y sexualidades, mujeres crisis mundial actual y deuda externa. Y más. Sesenta y cinco opciones más, así de variadas. Los talleres estuvieron distribuidos en ocho bloques, es decir, ocho sedes ubicadas en distintos rincones de Resistencia. Las miles de mujeres juntas hacemos algo durante tres días, además de tirarnos al sol en la plaza y compartir unos porrones: elegimos, debatimos, pateamos una ciudad entera buscando ese aula colmada que nos está esperando. No es una pavada. Pocas zapatillas aguantan enteras un ENM.

Nunca había participado de un Encuentro. En Rosario fue más un atropello que una participación. Movilizante, cambiador de vidas, pero atropello al fin. Esta vez fui consciente de lo que buscaba. O al menos de lo que iba a pasar. Los días previos nos partimos la cabeza con las pibas eligiendo talleres. Que si nos sirve para el laburo, para la militancia, para nosotras, para una, para la relación con el otro. Que si necesitamos algo más autorreferencial, o menos, que cuál es nuestra prioridad, que si en realidad queremos saber qué debaten y no debatir, ni debatirnos. Lo mejor es que está eso, y están los conceptos que no se ponen en duda. Vamos al Encuentro a hacer política. A que lo personal sea político. A ser feministas, o volvernos feministas o más feministas; y a tener conciencia de clase, y profundizarla, y profundizar en valores de igualdad y justicia social (eso puede ser que sea para algunas). Pero sobre todo, vamos a pensar en clave de colectivo. Y no es una pavada. Porque después hay que volver. Y te la debo. No es una pavada manejar tanta potencia en el día a día.

Los talleres de debate ocupan la mayor cantidad del tiempo y es un instante de calma en la ciudad sede. Después, salimos con todo. Buscás un baño, agua, ubicás la actividad que sigue, y vas a lo que querés: contarle a todo el mundo dónde estuviste y qué se debatió. Y si estuvo bueno porque eran un montón o porque eran re pocas y era íntimo. Y cómo te sentiste. Y si al final hablaste, y qué dijiste, y qué te respondieron, y qué pasó cuando pusiste a prueba tu sororidad frente a la otra que decía cosas no tan piolas. Todo eso pasa, un torbellino de sensaciones que se vuelca a lo que resta del día. Tenemos cosas más importantes que hacer que pintar paredes. Le compramos una remera a nuestra mamá, testeamos el chipá de la zona, marchamos con las tortas o con las travestis, vamos a festivales paralelos a bailar, decidimos sentarnos en un bar y dormir temprano. Algunas nos animamos y nos quedamos en tetas. Otras lucimos remeras: hay tanto para decir que no sabemos por dónde colgarnos más consignas.

Foto:Denise Abendaño

Las rosarinas nos cruzamos en Resitencia, a toda hora. No faltó el abrazo y no faltó la pregunta: ¿En qué taller estuviste? Todas las respuestas estuvieron acompañadas por la misma exclamación: qué bueno, a mí también me interesaba ese. Porque sólo alcanza con poner un pie en uno para saber que cualquier debate te planta un nuevo mundo. Por las dudas, para no quedarnos cortas de sensaciones, nos contamos las experiencias y el taller se multiplica. Y eso también es agotador, y eso tampoco es una pavada. Rosario está habitada ahora por mujeres potenciadas en todo tipo de perspectivas: cárceles y servicio penitenciario, sexualidades, políticas del cuerpo, cooperativas y economía popular, trabajo sexual, cultura de la violación, y etcétera. Casi hasta las 71 alternativas.

Todas las pibas que consulté, coinciden, y coinciden conmigo: en el Encuentro y en los talleres, gana la sensación de respeto, empatía y de despojarse de dudas. Se debate en términos políticos y de transformación, problemáticas de todos los días. Y se advierte –o se sueña, se imagina, se presiente– que después del Encuentro, algo cambia en todo el mundo. Mi amiga Sofi está enfocada ahora en cómo movilizar a las presas rosarinas hasta el Encuentro en Puerto Madryn. Aylen confía en que las trabajadoras sexuales rosarinas van a sumar apoyo, que a partir de ahora para muchos y muchas importa más la identidad que el estigma. Maru se siente feliz. Vislumbra un futuro feminista y apenas puso un pie en Rosario, le habló a un taxista de estos talleres. El tipo le dijo que “entonces el Encuentro sirve”. Maru se quedó pensando y concluyó eso: encontrarnos, sí, sirve.

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