El escritor Osvaldo Bordone, que además ejerce la profesión de arquitecto, acaba de presentar Cualquiera erra un penal, libro que reúne textos que giran en torno a la pelota. “El fútbol es una excusa para hablar de amor, de tristezas y de alegrías”, confiesa el autor.

“El día más feliz en la vida del Flaco Pasquinelli fue cuando perdió el Dodge 1500 al truco. El Flaco jamás había sido un tipo timbero ni nada que se le parezca, sin embargo recuerda esa fecha y la festeja como si ese día hubiera ganado la lotería. Era un hombre recontra futbolero que se juntaba todas las tardes con nosotros en el bar El Cairo. Todos sabíamos que se moría de ganas por tener una foto, un autógrafo o una remera firmada por algún jugador”. Así arranca uno de los cuentos que Osvaldo Bordone reunió en este compilado que se presentó el pasado jueves en el bar La Favrika. “Yo soy escritor, escribo en general”, aclara de entrada el autor de Cualquiera erra un penal, y sale jugando: “En este libro, en particular, los cuentos son futboleros. Desde hace bastante tiempo tenía unos 4 o 5 cuentos escritos de fútbol, así que me puse a terminar algunos más para hacer una secuencia. Y en total son 15”.

El libro de este oriundo de Máximo Paz, localidad del departamento Constitución situada a unos 80 kilómetros de Rosario, fue publicado por la editorial El Corregidor, de Buenos Aires. “Es una editorial de mucho renombre, porque hay muchas otras que son simplemente imprentas, es decir que va cualquiera con unos cuentos y se los imprimen”, reprocha Bordone, y concluye: “Estos se fijan que la calidad del texto tenga un cierto nivel”.

“A los cuentos los vengo trabajando hace unos 2 o 3 años –prosigue– y la editorial me convocó para publicarlo hace poquito. En la colección que ellos tienen de deportes hay 30 títulos, pero este es el primer libro de ficción. Hay algo de Costa Febre, que escribió sobre River, hay una biografía sobre el mellizo (Guillermo) Barros Schelotto, hay algo de crónicas de la Selección Argentina, pero de ficción este es el primero que editan”.

Antes del lanzamiento, que contó con la presencia de su coterráneo Fernando Lingiardi, relator de transmisiones televisivas, Osvaldo cuenta: “Yo soy arquitecto y vivo de la pequeña industria, así que a la tarde le dedico tiempo a la escritura. Estos cuentos tienen muchísimo laburo encima, si te gusta leer literatura te das cuenta cuando algo tiene laburo y cuando no”.

“El fútbol es una excusa”, admite luego. “Porque los cuentos en realidad hablan sobre el amor, sobre la tristeza, la alegría, y tratan de ser cuentos donde haya una tensión y que te generen algo, que cuando lo termines de leer te quedes con algo más para pensar”, agrega, y remata: “Un poco también elegí el fútbol porque había más posibilidad de lectores. Me di cuenta que hay una tribuna más amplia de lectores de cuentos de fútbol que para otro tipo de cuentos”. El índice, como para dar cuenta de lo que se respira en el interior del compendio, es una canchita con una formación númerica dispuesta tácticamente. Los números no corresponden a jugadores, tal como se revelará leyendo más abajo, sino de la página en la que comienza cada cuento.

Bajo la luz de un farol

Para entender los orígenes del idilio de Osvaldo por las letras, hay que remontarse a su más tierna edad. “Mis viejos eran pequeños agricultores. Mi vieja tenía hasta cuarto grado, pero vivía leyendo, era una lectora empedernida y de ahí seguramente saco la pasión por la lectura”, rememora Bordone. “Yo la veía a mi madre, que vivía en una casa rural en la que ni siquiera teníamos luz eléctrica, y ella de noche se quedaba leyendo con un farolcito. Y leía cualquier cosa. Te leía una novela que no sabías de dónde carajo la había sacado, porque además no tenían para comprar libros, así que leía lo que le caía en las manos”.

Entre las primeras lecturas propias, que arrancaron de chico, el autor de Cualquiera erra un penal rescata una curiosidad. “Recuerdo que alguien le regalaba a mi vieja las revistas Selecciones, que al final traían una condensación de una novela. Así que leía síntesis de novelas, lo que era malísimo. Ya de más adolescente leí la Ilíada, porque también fui poeta, cuando eso garpaba con las minas”, agrega entre risas, y concluye: “Después empecé a leer a García Márquez, Vargas Llosa, Bioy Casares. Y hoy en día me leo 30 libros por año porque entiendo que nadie es escritor si antes no es lector”.

A la hora de señalar referentes dentro de la literatura, Osvaldo añade –además de los anteriormente mencionados– a Julio Cortázar y Abelardo Castillo, “a quien leo y releo mucho”, y va por más: “Después hay más jóvenes, contemporáneos, como Samanta Schweblin, que la está rompiendo, y Liliana Heker. Y de varios de ellos saco muchas cosas de mi estilo para escribir, porque sería muy hipócrita si diría que nosotros no copiamos algo de las cosas que leemos”.

Y en torno a aquellos autores que incursionaron con su pluma en el mundo de la redonda, no tiene demasiadas dudas: “Yo siempre digo que mis cuentos están en el medio de un triángulo que forman (Eduardo) Sacheri, (Roberto) Fontanarrosa y (Osvaldo) Soriano. De esos tres he leído todo. Estos cuentos que publico ahora, están tirando a una onda más de Fontanarrosa, yo al Negro lo amé, pero más que por la escritura, por la chispa, por la picardía”.

Un partidazo

“Siempre fui un apasionado del fútbol. Como lo dije alguna vez, lo que no pude hacer en el rectángulo de pasto, tengo la posibilidad de hacerlo sobre el papel”, se conforma el escritor, y admite: “En realidad hubiese querido ser futbolista. Como dijo Galeano: la mayoría de los uruguayos y argentinos quieren ser jugadores de fútbol”.

Este hombre, que con los cortos puestos pasó de ser un “delantero picante” a un “defensor bruto” –según reconoce– confiesa que “siempre practiqué este deporte de forma totalmente amateur”. Y añade: “Jugué muchísimo tiempo en Rosario, en una liga comercial, pero era un matungo, te la hago corta. De pibe sí era ligero, pero sin dudas que soy mucho mejor escritor”.

Este tipo dejó su Máximo Paz natal siendo hincha de Boca, hasta que pisó Rosario para estudiar arquitectura, y en la ciudad se transformó en un Canaya acérrimo. “En el pueblo son todos de Boca o River, pero cuando llegué acá empecé a ver la pasión Canaya y Leprosa, y comencé a tener más simpatía por Central, pero no sé por qué, no lo puedo explicar. Pero sufro y gozo como el más canayón”, acepta el escritor, y tira: “Tengo un pibe que jugó en Central y que casi llegó a Primera. Fue compañero de Franco Cervi, Elías Gómez, Maxi González y toda esa camada, pero se rompió los ligamentos 3 veces”.

Al ser consultado por los mejores jugadores que vio en su vida, Osvaldo, que destaca los talleres de literatura que realizó con la recordada Alma Maritano, no duda en recitar los primeros párrafos de su cuento El día más feliz del Flaco, en el que el protagonista termina perdiendo su querido Dodge 1500 en una partida de truco que disputa junto a Diego Armando Maradona, Lionel Messi y Pelé, justamente los tipos que más disfrutó viéndolos correr detrás de una pelota sobre el verde césped.

Fuente: El Eslabón.

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