Charcos es el reciente libro de poemas de Juan Rodríguez (Rosario, 1990) que durante el último otoño publicó el sello Pesada Herencia. Además de poemas, incluye prosa y versos breves, como disparos, relampagueantes. Será la puntuación, que separa y enlaza las ideas como dictados, o como si se tratara de una enumeración de impresiones sinestésicas, abstractas, oníricas, entre las formas de lo real y lo que apenas es asequible para aquellos que se animen.
Charcos es un manojo de metáforas apretujadas en las que se desplaza el sentido de un término que es propio de otro, como si una idea tomara la forma de un objeto y las cosas fueran disueltas con una mirada, o una calle de asfalto sea la extensión de nuestros propios cuerpos. “En lo más oscuro de esa luz está la vuelta/ la voz eléctrica del cielo/¿qué nombre tiene la ruina donde vas a caer?/¿cómo perturbarte esa quietud hasta acá de muerte?»
El joven actor y poeta de la ciudad ya tiene publicados los libros de poemas Hoy no parece de este mundo, (Tropofonía, 2012) y Zarpazo (Tercer Mundo, 2016) también integra la cooperativa editorial Pesada Herencia, proyecto que tiene apenas dos años en marcha y alude, desde el nombre hasta los textos que publica, la heredad de una posta por tomar. Como si este grupo de jóvenes en algún momento se preguntó: ¿qué hacemos con todo esto?En principio, literatura: “Nos están comiendo crudos mil pesadillas en una sola. Ahora sí que es ver o no querer ver/ hay mucho barro con hambre de ponerse la voz”, advierte Rodríguez al final del poema “Ningún misterio”, en el que también exclama: “Carajo que tiene que haber una forma de jugarse el sentido de verdad”.
El poemario tiene la impronta del cambio de época, la crisis de los relatos que nos explican y sitúan en el mundo y, por lo tanto, de las formas de concebir e imaginar futuros posibles. Acaso sea la búsqueda desde el lenguaje expresivo, de aferrarse a la necesidad de defender un sentido y de ponerlo en valor contra la indiferencia y la ideología del da-todo-lo-mismo. En el poema De terror, Rodríguez invita a la resistencia, acaso a soportar lo que haya que soportar: “Hay que pasar el infierno (…) hay que sitiar y saquear el paraíso. Nadie se enfierra hasta los dientes. Dios está peor que nosotros”. También postula: “Hay mucho cuerpo que ponerte. Muchos vivos y muertos esperando que estemos a la altura. Se lo merecen».
El libro también contiene algunos relatos breves, entre ellos una elegía a Fidel Castro: “Nada que ver con nostalgia. Son pies aterrados en esta tierra que pide a gritos reinventarse. Ayer murió Fidel Castro, dios, abrite paso que ahí está llegando el siglo veinte”.
Charcos es paisaje urbano y un forma de habitarlo entre el desaliento, la rabia entrecortada en fraseos cortos y definitivos, en enunciados apretados y, al mismo tiempo, un llamamiento a jugársela. A poner el cuerpo, a sentir y a querer, aunque sea un precioso quilombo. En suma, el trabajo de Rodríguez encierra la lucidez, el desenfado y al mismo tiempo la seria gravedad de una juventud que está pariendo algo más que un corazón, como dice el poeta, como “una idea poniéndose el pellejo”.