El Galpón de los sueños, microemprendimiento dedicado a la recolección, separación y reciclado de materiales procedentes de residuos sólidos, genera una economía circular en barrio San Francisquito.

“—Luci, ya conseguimos el galpón. Hay que ponerle un nombre.

—Vamos a ponerle Galpón de los sueños, porque para mí esto es un sueño”.

Lucila Villalba (58 años, viuda, madre de seis hijos), chaqueña de Quitilipi llegada a Rosario en los 80, recuerda el diálogo con la referente de la organización Casa de Todos que, junto al Grupo Obispo Angelelli, fue la que generó las condiciones para que ocho años atrás esta mujer –morena, delgada, cabello corto y con unos ojos negros dotados de un brillo sin par– pudiera arrancar con su microemprendimiento dedicado a la recolección, separación y reciclado de materiales procedentes de residuos sólidos.

Bueno, Luci no sólo puso el nombre sino que, día a día, pone el cuerpo para que ese sueño se materialice en trabajo digno y permita que ella y los suyos puedan llevar el pan a la mesa.

Enclavado en el pasaje Ancón al 2800 –Río de Janeiro y Rueda–, barrio San Francisquito, el Galpón de los sueños es una experiencia de la economía social de alto impacto ambiental, ya que articula su labor con el Programa Municipal Separe y se suma a las organizaciones que procuran aportar al logro de los objetivos de la Ordenanza número 8335 “Basura Cero”. Es que, según señalan desde la ONG Obispo Angelelli, ellos logran recuperar una importante cantidad de materiales –papel, cartón, vidrio, plástico, entre otros–, que vuelven al circuito industrial como nuevas materias primas, promoviendo una economía circular, fundamental para el desarrollo económico sustentable”.

A la vez, y en buena medida por la impronta que dan ese grupo de laicos y el liderazgo de Luci, el galpón es una clara expresión del trabajo digno, sin explotación de la mano de obra. Junto a ella se desempeñan otros seis –suelen llegar a ser ocho– miembros de su familia, quienes trabajan codo a codo, sin hacer diferencias, desde las primeras horas de la mañana hasta eso de las tres de la tarde, cuando suelen llegar los camiones que recogen los residuos sobrantes, para despejar el espacio y permitir que al día siguiente lleguen otras cargas.

A la vez, el hecho de estar atravesado por los afectos fortalece aún más la solidaridad: van al galpón con hijos o nietos, si es que no tienen con quien dejarlos; y, en caso de problemas de salud, se cubren entre ellos. Precisamente, al momento de visitar el espacio del pasaje Ancón, Luci se mostraba reacia a interrumpir su tarea, pese a la inminencia de una operación de hernia. “Es incómodo, me molesta cuando está muy hinchada. Como me siento en los banquitos, me tengo que enderezar, porque me corta la respiración”, explica.

Con ingresos magros, pero repartidos de manera equitativa, ellos “son los protagonistas de su propio desarrollo”, tal como pregona y promueve el Grupo Obispo Angelelli; y Luci, que sabe del rigor del laburo en el campo y en casas de familia, reivindica el hecho de “no estar bajo patrón”. Al respecto, cuenta: “Trabajamos en grupo. Nadie nos dice nada si llegamos tarde; clasificamos lo que nos traen y, cuando tenemos una cantidad suficiente, llamamos a los compradores grandes, los mayoristas, y entregamos una o dos veces por semana”. Luego, resalta la transparencia de la organización: “Nunca tuvimos problemas con el grupo, porque todos están viendo lo que se hace, lo que se saca, lo que se gana”. Por cierto, reconoce el acompañamiento del Grupo Obispo Angelelli: “Ellos están con nosotros, no nos abandonan”.

De un tiempo a esta parte, el galpón ha visto reducida su capacidad de entrega, porque se le ha descompuesto la máquina que les permitía enfardar y, así, tener mucha más producción de cartón y papel para vender; por lo que Luci aprovecha el diálogo para pedir una mano en ese sentido, al tiempo que Claudia –la tercera de sus hijos– recuerda que siempre son bienvenidas las donaciones de materiales reciclables; que se sumarían a lo que proveen con regularidad camiones del Municipio y envíos de particulares.

Si bien es una mujer de bajo perfil, Luci ha sabido de reconocimientos que le han dado cierta trascendencia pública. En 2012, fue reconocida como “la microemprendedora del año” por la Fundación Avina y recibió un premio en efectivo que les permitió comprar una máquina. “Es la verdecita aquella. Sirve para pisar botellas y hacer farditos”, señala.

Sobre una de las paredes del galpón, han colgado un mapa –de esos que suelen habitar las aulas– de las Islas Malvinas. “¿Cómo llegó?”, se le pregunta y ella responde que “cuando vemos algo lindo, nos lo quedamos”; y, una vez más, celebra el hecho de trabajar junto a su familia. Entonces, en tono de broma dice que se divierte y se pelea con los suyos. Ríe, y agrega: “Me gusta, porque veo cómo ellos también están conmigo, me ayudan, no me abandonan y si tengo que ir al hospital me sacan de vuelo y me dice: ‘hoy, no vengas’”.

Obispo Angelelli

El Grupo Obispo Angelelli, que apuntala al Galpón de los sueños, es una asociación civil creada en 1986, que integran “laicos comprometidos con el trabajo social en barrios populares” de Rosario y tiene como objetivo “promover espacios de capacitación, reflexión y acción” junto a los sectores más vulnerados de la sociedad. En su trabajo con diferentes comunidades despliegan una metodología “basada en la educación popular, haciendo a los destinatarios de su acción verdaderos protagonistas de su propio desarrollo”.

Fuente: El Eslabón.

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