A contramano de una presunta necesidad de autocrítica K, que a veces se parece más a una autoflagelación, el historiador Javier Trímboli se dedicó a investigar y analizar “lo que fue y sigue siendo” un gran hito político, el que unió los anhelos de al menos cuatro generaciones de militantes.

En tiempos de ensañamiento y demandas de autocríticas, el historiador Javier Trímboli ha publicado “Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución”, un ensayo atravesado por la pregunta (o el reconocimiento de) “¿qué fue lo que hicimos?”; pero también por la explicación de “lo que fue y sigue siendo kirchnerismo”, cuáles fueron los hilos que se enhebraron para producir esa trama que configuró una nueva subjetividad política. El autor coincide con CFK en que “no fue magia” y considera además que “fue una bellísima creación colectiva”. Esto lo lleva a pensar que, aún en este presente adverso, se pueden estar hilvanando “situaciones que van a florecer en otro momento”.

Trímboli presentó “Sublunar” el pasado 24 de noviembre en la librería Paradoxa, de Mendoza al 900. Antes del encuentro, conversó con El Eslabón y lo que aquí se transcribe es una condensación de ideas que en su obra se abren en un ejercicio pleno de libertad para cruzar, confrontar y poner en diálogo citas diversas –producto de un desprejuiciado trabajo de archivo–. Pero también manifiestan una voz propia, generacional, de alguien que nació en el 66, comenzó a militar en los 80, tuvo discontinuidades, trabajó en el Estado y ahora despliega una intensa vida académica e intelectual.

En Sublunar se evidencia un fuerte y creativo trabajo de archivo.

—A los historiadores nos tienta el archivo. Además de la palabra propia nos gusta conversar con él, hilvanar, enhebrar archivos. No se trata de entender la cita como una cuestión de «ejemplo de…» sino de producir un pensamiento junto a ella.

Ponés en diálogo a (Roberto) Jacoby con Lenin; a Nicolás (Casullo), (Rodolfo) Fogwill o  (César) Aira.

—La posibilidad de hacer eso es mía; pero también de un colectivo de compañeros que venimos dándole vueltas a esto de tomar cierta distancia de la academia historiográfica más estricta. Yo trabajé muchos años en el Ministerio de Educación, durante la gestión Filmus; y haber dado clases en todo el país me permitió conversar mucho con estudiantes y docentes; escuchar, tomar de acá y de allá, y advertir la potencia que tienen las citas para producir conexiones, que de otra manera no surgen.

Con el libro, intenté recoger lo que fue y lo que sigue siendo el kirchnerismo; lo que fue en relación con el Estado, pero también pensarlo en relación con el 2001, con los 70. Necesitaba un modo de trabajo que no fuera de un formalismo sociológico, historiográfico y que no le rehuyera a la vitalidad del archivo.

También hay una voz generacional.

—Totalmente. Una vez me dijeron: “«Ustedes son de la generación que llegó tarde política, pero demasiado temprano al mercado». Eran los 80, en lo político se palpaba la derrota y teníamos una enorme dificultad para reponer la misma idea de revolución; pero, al mismo tiempo, llegamos demasiado temprano al mercado. Todavía la fascinación por el mercado tan propia de los 90 no nos terminaba de tocar, porque nunca nos terminaba de convencer o tomábamos distancia, cosa que otras generaciones hicieron de otra manera.

Creo que hay algo de eso, aunque lo que me interesó pensar en este libro es cómo, contra la idea de que hay un espíritu del tiempo que vuelve homogénea e inevitable la coyuntura, siempre hay pequeños riachos, pequeños despachos en minoría donde otra cosa está ocurriendo. Y lo interesante que tienen esas derivas más ocultas de la historia es que nos permiten pensar que, incluso en momentos como este presente, siempre hay otras circunstancias que quedan por fuera de la luz pública central, por fuera del relato contundente, pero que sin embargo ya están hilvanando situaciones que van a florecer en otro momento.

En el kirchnerismo se juntaron militantes de los 60 y 70, y ocurrieron cosas que deseábamos en la sociedad, en los 80 y en los 90.

—En el libro intento pensar eso como la figura en el tapiz: ¿Cuáles son los distintos hilos de la trama que constituyen el tapiz, que se van acercando y, finalmente, terminan produciendo una figura? Y me parece que la figura es la del kirchnerismo en su momento más contundente, más rico, más potente…

¿Cuál es  ese momento para vos?

—Para mí es el que se constituye entre 2008 y 2011. Creo que es un momento clave. Hay algo que tiene ver con los 70 y sus sobrevivientes; hay otra línea, que tiene que ver con el viejo peronismo, otra que tiene que ver con los 80 y sus promesas de democracia y otra con las luchas sociales de finales de los 90 y de 2001. Son esos cuatro hilos, que finalmente se traman en lo que es el kirchnerismo.

¿Qué lectura pueden hacer los militantes de este libro?

—Para muchos compañeros puede ser una lectura valiosa en términos de explicar mejor qué fue lo que hicimos. Hay, para mí, una frase genial de Cristina: «No fue magia».

Pensaba en eso.

—Yo decía: «No fue magia, pero ¿qué fue?». En el libro me interesa jugar con el concepto de revolución, no para decir que el kirchnerismo lo haya sido, no me interesa eso, pero sí para que sobrevuele al kirchnerismo como sombra, como imán, como tentación. Me parece que es un poderoso significante para que ronde lo que fue el kirchnerismo.

Raúl Prada, un demógrafo boliviano que participó del gobierno de Evo Morales, plantea en 2009 que lo que estaban haciendo ellos era por la acumulación social de fuerzas y que eso constituía, a la vez, una fuerza histórica; y nosotros podríamos agregarle que eso enlaza con viejas luchas, con fracasos pretéritos, pero también con expectativas pretéritas. Entonces, no fue magia, ¿qué fue? Fue ese conjunto de acumulaciones de fuerzas históricas, concretas, sociales, ligado a ese momento de desguace del Estado y de crisis de hegemonía que se vive en 2001.

A propósito, recuperábamos a Dorrego,  Belgrano,  Juana Azurduy, la Revolución de Mayo,y los íbamos hilvanando, ¿de qué cabeza salía eso para que el relato se articulara?

—A mí me parece que fue colectivo. Fue bellisimamente colectivo. Ocurrió con Zamba, que es una creación de la inteligencia colectiva de un pueblo. Para que se produzca un Zamba hacen falta muchísimas generaciones para articular y, al mismo tiempo, profanar los lenguajes del cartoon y de la historia y, a la vez, llegar a los pibes. Eso es hermosamente colectivo. Es una cultura que empieza respirar y que en esa respiración apela, necesita, porque también hay algo raro ahí, que es muy interesante. En el primer momento del kirchnerismo, quizás muy ligado y atento al 2001, el gobierno no precisa ni busca un aliento histórico. Ahora, en 2006, por los 30 años del golpe, y después por las 125, ya no. El conflicto con la 125 rehistoriza, hace que Kirchner cite a los comandos civiles de la Libertadora y fue como una suerte de relámpago. Recuerdo que Joaquín Morales Solá en La Nación, de inmediato, saca una editorial, burlándose: «¿A quién le pueden interesar los comandos civiles?». A Beatriz Sarlo le hacen una entrevista y dice que le parece equívoco que se ligue a la Sociedad Rural con lo que fue en el pasado, que la política se hace pensando en el presente, cuando nosotros lo que estábamos buscando y empezábamos a entender era que las clases tienen historia y que la nuestra es una sociedad de clases.

También se hablaba de “los fierros mediáticos”.

—Sí. Y, por ejemplo, las películas de Belgrano y la de San Martín se piensan a finales de 2008 (n. del r.: Trímboli colaboró en ambas). Da la impresión de que hace falta tomar aliento en la historia para hacer lo que se está haciendo, producir más fuerzas para construir una subjetividad de otro tipo.

Estuviste en el Ministerio de Educación, y participaste de proyectos en la Televisión Pública, ¿cómo fue trabajar en el Estado kirchnerista?

—Yo lo estoy pensando. Somos muchos los que estamos dándole vueltas a este tema. Fue duro, no fue fácil, porque el Estado es un aparato que está hecho para hacer otra cosa, no para lo que hicimos nosotros. Nosotros dentro del Estado hicimos travesuras. Fue una travesura ponerle «Revolución» a la película de San Martín, cuando toda la historiografía lo ha querido pensar como santo, libertador, pero siempre alejado de la palabra revolución. Digo eso, pero mucho más: el humor corrosivo de Capusotto, que el humor más de vanguardia se produjera desde el Estado, cuando este tiene una lógica, una inercia, una relación con la cultura dominante que es histórica.

Fue pensar: «Tenemos el Estado, vamos a llevarlo hasta dónde podamos». Es Néstor saliéndose del protocolo cuando asume.

—Néstor bajando los cuadros, ocupando la Esma. Por eso, lo que está ocurriendo ahora es restituir al Estado el lugar donde «siempre debió estar». El tema es que nosotros lo desviamos.

En Sublunar, aparece la dimensión revolucionaria del kirchnerismo. Aún quedan cosas para resignificar y parecemos entrampados en la autocrítica o autoflagelación.

—Hay un momento que necesariamente tiene que ser de autocrítica, pero me parece que ante todo es un momento de reconocimiento de lo que hicimos. Hay politólogos, sociólogos, que critican al kirchnerismo por no saber ser oposición; pero en realidad lo que se está produciendo es una sanción por todo lo que se hizo. El kirchnerismo produjo otra tensión política; detectó y determinó nuevamente cuáles son, para decirlo de manera más clásica, los enemigos del pueblo, de la patria, de la posibilidad de emancipación popular; y litigió con ellos. Eso es algo fenomenal a tener en cuenta. No importa si no es revolución. Lo que importa es haber entendido cierta lógica y no haberle temido a la tensión, haber sostenido el antagonismo en un país que es tan complejo para soportar esos antagonismos, que muchas veces terminaron llevando cantidad de vidas puestas. Acá no ocurrió eso y el kirchnerismo soportó esa tensión.

Fuente: El Eslabón.

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