El marco fue impecable y de exportación. El partido mediocre. Pero qué importa. La alegría canaya se desató sin freno. De los últimos once encuentros frente a la Lepra, Central perdió solo uno. Newell`s, como en el último tiempo y en sus flancos deportivos e institucionales, quedó en deuda.

En una jornada de calor agobiante, con la bandera centralista más grande desplegada y un Gigante colmado, los del parque miraban de reojo. Newell`s quería silenciar Arroyito con alguna pincelada mágica como las de antaño, esas que ya se extrañan, o al menos llevarse un punto de visitante. Pero el once leproso no aguantó ni dos minutos y ya tenía de sombrero a más de 40 mil almas, gritándole al oído.

Quiso despabilarse y mostró entereza para pelearlo, aunque Central nunca se desesperó por liquidarlo y más bien lo esperó.

Salvo algunas pocas jugadas de riesgo el partido se hizo soporífero, como el calor de la tarde de diciembre. La mayor parte del tiempo la redonda volaba en el aire como un globo de gas, impulsada por botinazos que parecían querer mandarla al río Paraná.

Alguna que otra finta de Federico Carrizo, veloces gambetas de Joaquín Torres, y casi nada de Brian Sarmiento, que buscó más el roce que el balón, fueron los aportes a un juego que se hundía en la intrascendencia.
Pasaban los minutos y el Rojinegro no podía torcer la historia por más que fuera enceguecido para adelante, al último con pelotazos al voleo. Central aguantaba, no arriesgaba y se aferraba al 1 a 0. Se acababa la función y en el Gigante comenzaba a desatarse la locura.

Desde que Central volvió a primera, jugo once partidos clásicos y solo perdió uno, ganó siete y empató tres.

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