Yo no sé, no. Pedro se acuerda cuando la abuela nos mandaba a la granjita o al kiosco que vendía leche para tener un buen desayuno. Si íbamos a hacer un mandado de los viejos, era para comprar faso para ellos, fósforos y espirales, por si se largaba tormenta y se cortaba la luz. Si era un mandado para nosotros, seguro que era para traer un paquete de figuritas. La preocupación nuestra era que en el último paquete estuviera la difícil, y uno no se iba a dormir atragantado pensando que capaz estaba ahí y teniendo la posibilidad, no lo había comprado. O comprábamos bolitas, porque habíamos visto que habían llegado unas lecheras alucinantes y unos bolones que ni te cuento. O los hilos para los barriletes. El papel era barato y se conseguía, lo difícil era juntar para la madeja de hilo, que por lo menos había que comprar tres, para tener un barrilete que volara más o menos alto.

Y cuando uno era un poco más grande, el último mandadito seguro que era para comprar betún para lustrarse los tamango y encarar al centro, porque en ese tiempo no se hacía con zapatillas.

Cuando en tiempo de militancias, a mediado de los 70, la última preocupación era saber si estaban todos los compañeros con los que habíamos estado reunidos o estudiando, porque ya eran tiempos medio fuleros y en el barrio no había ni teléfonos celulares, ni fijos, y los públicos que había, estaban todos hecho bolsa.

A veces nos íbamos pasando Ovidio Lagos, a comprar cigarrillos, y de paso Pedro hablaba por teléfono para saber si estaban todos bien. Hasta no hace mucho, se acuerda Pedro, a esta altura del año la preocupación de la vieja era encargar el pan para hacer sánguches, porque le gustaba hacerlos caseros y había que encargarlos con anticipación.

Hubo un tiempo en el que faltó cerveza y había que cortar clavos, encargando, comprando de a poco, porque era seguro que no había o te arrancaban la cabeza.

Pedro me dice que ahora la preocupación, lo que le quita el sueño a la gente en diciembre, son las fiestas. Si le va a alcanzar la plata para pasar unas fiestas decentes y amigables, con la familia o con los vecinos. O si en el laburo no se empiojará todo y le dirán que lo suspenden.

A algunos ya les quita el sueño el no poder ver el partido del domingo que se acerca o dónde se verá el clásico con más pasión. Y algunos muchachos que la pelean con su militancia, estarán pensando que ojalá que estemos todos bien el día de mañana, que no terminemos en cana o asesinados por la espalda. Esas son preocupaciones que no deberíamos tener a esta altura del partido, dice Pedro, pero la cosa viene medio fulera. Y cuando empieza por lo individual, termina por lo colectivo.

Ojalá que nos despertemos y zapatiemos, para que la preocupación sea si el kiosco está abierto, por si me quedé sin faso o bebida, o por los fósforos y el espiral. Si esta es la única preocupación, mañana vamos a amanecer mucho mejor.

Fuente: El Eslabón.

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