El episodio de la infame revocatoria de la visa de Héctor Timerman por parte de EEUU pone de manifiesto, una vez más, el dispositivo sobre el cual se apoya la gobernabilidad del régimen macrista. No hay paranoia populista, lo que existe es un núcleo de intereses comunes entre Washington, Israel y la alianza Cambiemos, que excede con creces al PRO, la UCR y La Pitonisa.

Hace casi seis años, en febrero de 2011, el por entonces canciller Héctor Timerman fue el encargado de cumplir una orden inusual. La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner mandó a su funcionario a abrir una valija que los tripulantes estadounidenses de un avión militar yanqui se negaban a entregar.

La aeronave de la USA Air Force (Usaf) –el enorme carguero C17 Boeing Globmaster III– intentó ingresar un baúl no declarado de armas de guerra, equipos de comunicación encriptada, programas informáticos y drogas narcóticas y estupefacientes.

Timerman cumplió a rajatabla con la misión encomendada por CFK, no por obsecuente sino por estar convencido de la imperiosa necesidad de poner en juego una política exterior autónoma del poder imperial yanqui, que se centre en el multilateralismo, y que promueva el desarrollo de relaciones con bloques no hegemónicos, tanto en el orden económico como el político.

La denominada “carga sensitiva” que traía la aeronave de la Usaf formaba parte del material que sería utilizado en un curso sobre manejo de crisis y toma de rehenes, dictado por el gobierno de EEUU a la Policía Federal, en particular al Grupo Especial de Operaciones Federales (Geof).

Timerman se sentó, literalmente, sobre el cofre secreto que los militares yanquis se negaban a abrir, sobre el cual fue el periodista Horacio Verbitsky quien reveló su contenido en el diario Página 12 el domingo 13 de febrero de 2011.

La llegada del cargamento, su origen y características, que describió con precisión el ex columnista del matutino porteño, resultó entre sorprendente y aterradora: “El curso estaba autorizado por el gobierno argentino, pero cuando el personal chequeó que el contenido de la carga coincidiera con la lista entregada de antemano, aparecieron cañones de ametralladora y carabina y una extraña valija que no habían sido incluidas en la declaración. Aunque el curso estaba destinado a fuerzas policiales argentinas, la carga llegó en un transporte militar y en Ezeiza la recibieron los agregados militar y de defensa, coroneles Edwin Passmore y Mark Alcott. Todas las cajas tenían el sello de la 7ª Brigada de Paracaidistas del Ejército con sede en North Carolina. Intentaron pasar en forma clandestina mil pies cúbicos, equivalentes a un tercio de la carga con que llegó el avión, luego de escalas en Panamá y Lima”.

Lo cierto es que cuando se enteró de la llegada de esa “carga sensitiva” secreta, CFK impidió el ingreso de la misma y le ordenó a Timerman, a funcionarios de la Cancillería y de los ministerios de Planificación Federal y de Seguridad, técnicos de los ministerios de Salud y del Interior, la AFIP y la Aduana, que supervisaran el procedimiento. Como se hizo muy tarde, la ex mandataria dispuso que se precintara el cofre y la operación continuara al día siguiente.

El ex canciller le dio un ultimátum a la embajada de EEUU y la emplazó a que en una hora abrieran el contenido del cofre, ya que la representación diplomática había decidido retirar del aeropuerto a su personal jerárquico, negándose a realizar la apertura de la valija. Timerman, informó en aquella oportunidad Verbitsky, “informó que usaría sus facultades legales para abrirla”.

Fue entonces que Vilma Martínez, la embajadora yanqui, solicitó una prórroga de diez minutos para que pudiera llegar al aeropuerto de Ezeiza Shannon Bell Farrell, la jefa de prensa de la sede norteamericana.

Timerman, en contacto permanente con CFK, decidió actuar, pero Bell Farrell y el agregado Stephen Knute Kleppe alegaron no conocer la clave del candado del cofre, por lo que el ex canciller le ordenó a personal de la Aduana que cortara el mismo ¡con un alicate!.

Una vez abierto el valijón –ya era la tarde del viernes 11 de febrero de 2011–, lo que surgió dejó atónitos a todos quienes estaban presentes. Página 12 enumeró los siguientes elementos: “Equipos de transmisión, mochilas militares, medicamentos que según los funcionarios estaban vencidos, pen drives, sobre cuyo contenido deberán dictaminar los expertos, y drogas estupefacientes y narcóticas y estimulantes del sistema nervioso. Entre el material había tres aparatos encriptadores para comunicación. Dentro de la valija secreta también apareció un sobre supersecreto, de tela verde. Como el personal de la embajada dijo que no tenía la llave del sobre, también fue abierto por medios expeditivos. En su interior se hallaron dos pen drives rotulados «Secreto», una llave I2 de software para información; un disco rígido también marcado como «Secreto». Códigos de comunicaciones encriptadas y un gracioso folleto traducido a quince idiomas, con el texto: «Soy un soldado de los Estados Unidos. Por favor, informe a mi embajada que he sido arrestado por país»”.

Los materiales nada tenían que ver con lo que la embajada de EEUU había certificado a la Cancillería argentina que se utilizaría en el curso para el rescate de rehenes que se dictaría a los efectivos federales. Verbitsky dio cuenta de que “luego de presenciar esos hallazgos, los funcionarios de la embajada decidieron retirarse, pese al pedido oficial para que permanecieran allí, y no firmaron el acta”.

Los días subsiguientes al bochornoso episodio, que desenmascaró como pocas veces se había visto la desfachatez con que el Pentágono, el Departamento de Estado, la inteligencia y las embajadas de los EEUU operan en casi todo el mundo, fueron de obvia tirantez diplomática, con silencios explicables de la parte norteamericana y digno y esperables reclamos de la Cancillería argentina.

Timerman fue contundente: “Los Estados Unidos nos deben una respuesta”. El canciller reclamó a los yanquis que “cumplan las leyes argentinas”, y el subsecretario del Departamento de Estado, Arturo Valenzuela, respondió con la exigencia de la devolución inmediata del material que transportaba el C17 de la Usaf.

Mientras, Clarín titulaba: “Un avión militar de EE.UU. le trajo complicaciones al Gobierno”. Para el diario de Héctor Magnetto, “la Aduana secuestró parte de la carga: transportaba armas para entrenamiento policial”. Y en la bajada, un agregado que le restaba aún más la gravedad que el asunto tenìa: “Llegó a Ezeiza y su manifiesto de carga no coincidía en todo con lo autorizado”. Para rematar, el artìculo firmado por Juan Cruz Sanz arranca así: “Pudo haber sido un escándalo diplomático de proporciones”.

Ni Clarín, ni Infobae, ni La Nación publicaron jamás el detalle de los elementos encontrados en el avión militar estadounidense, y de hecho, el escándalo tuvo proporciones impactantes.

A través de una carta formal enviada a Washington, la Cancillería expresó: “El Gobierno de la República Argentina expresa su más enérgica protesta ante la situación que se planteó tras la verificación de la carga”.

Timerman, además, confirmó que “casi un tercio de la carga no figuraba en la lista de buena fe” entregada por la embajada de EEUU, que “todo lo que estaba incluido en la lista ha sido autorizado”, pero que habían sido retenidos elementos como drogas, psicotrópicos, instrumentos para interceptar comunicaciones, equipos de GPS y manuales de operación en distintos idiomas que no estaban registrados en el manifiesto. El canciller advirtió que el material no sería devuelto hasta que “las autoridades argentinas que investigan este caso no lo necesiten más”, pese a los reiterados reclamos del Departamento de Estado.

Alrededor de este hecho, sobre el cual la prensa mundial informó sin la venalidad criminal de la que hizo gala el dispositivo mediático hegemónico vernáculo, se pueden encontrar tantas o más pistas de la negativa yanqui a otorgarle la visa a Timerman que en torno del Memorándum de Entendimiento con Irán.

Un viejo axioma indica que cualquiera se puede meter con Hollywood, con la mantequilla de maní, e incluso con los próceres norteamericanos, pero no vaya a ser que alguien se meta con el petróleo, el Pentágono o la CIA. Eso no lo perdonan, y algún día pasan la factura.

La conexión local

Que Timerman no haya podido viajar el martes pasado a los EEUU, donde viene recibiendo un tratamiento contra el cáncer que padece, no es sólo responsabilidad de Washington, que le revocó la visa y le impidió ingresar a ese país.

Es claro que el Departamento de Estado nunca hubiera tenido excusa alguna si el patibulario juez federal Claudio Bonadio no hubiese procesado y dictado la prisión preventiva domiciliaria al ex canciller, en el marco de una causa armada para involucrarlo junto a la ex Presidenta y otros funcionarios, en el presunto encubrimiento del atentado a la Amia, a partir de la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán, acusándolos de traición a la Patria.

Mucho se ha escrito ya sobre el absurdo procesamiento, que incluye un acto de guerra que sólo figura en los laberintos mentales de Bonadio, pero ése acto antijurídico es uno de los elementos constitutivos de la infame muestra de inhumanidad gestada contra Timerman, que adolece de un cáncer de hígado en su fase terminal.

Que tanto las autoridades consulares yanquis como las argentinas hayan dejado que el ex funcionario se traslade a Ezeiza y recién allí se lo notifique de la revocatoria de su visa agrega perversión al asunto, pero explica la maniobra de pinzas entre ambas administraciones para infligir el mayor de los daños posible a Timerman y mostrar una crueldad que cotiza alto entre una franja importante de la sociedad, que celebra este tipo de venganzas.

Es que el dispositivo de polarizar con el kirchnerismo para encubrir un plan económico que no puede exhibir logros que generen empatía con buena parte de su electorado sigue surtiendo efecto, al menos por ahora.

Es más fácil que un elenco estable de provocadores fogoneados desde la Jefatura de Gabinete que comanda Marcos Peña Braun salga a desgañitarse contra Timerman sugiriéndole tratar su cáncer en Venezuela o Irán, que explicar la timba financiera de la emisión de Lebac, la dramática regresión que sufrirán en sus haberes los jubilados, pensionados y beneficiarios de la AUH, o el sistema de semiesclavitud que pergeñó Mauricio Macri y su equipo de CEOs bajo el nombre de reforma laboral, a instancias del FMI, pero con convicciones propias.

Esa usina de odio encontró en el frustrado viaje del ex canciller un fenomenal y fértil terreno. Personajes sin otro mérito que ser emisores de chicanas baratas y provocaciones ad hoc como Eduardo Feinmann, Fernando Iglesias o Federico Andahazi, reptaron por las redes sociales solazándose con el impedimento de Timerman de continuar su tratamiento en Nueva York.

Esas expresiones no están desvinculadas del accionar abyecto del Gobierno nacional, que no movió un dedo para reclamar un gesto de humanidad al imperio asesino de niños hasta que la defensa a cargo de Graciana Peñafort requirió al juez federal Sergio Torres, subrogante de Bonadio, que le otorgara la excarcelación.

Recién en ese momento la Cancillería inició gestiones diplomáticas para que se revea la medida de revocar la visa al ex funcionario de CFK.

Pero además, como señaló el periodista Raúl Kollman en Página 12, hubo voceros que sugirieron “que la revocatoria de la visa de un ex canciller –que  por ley sigue viajando con pasaporte diplomático– no puede encasillarse en una cuestión burocrática, sino que motivó una decisión de funcionarios de alto nivel del Departamento de Estado”. Aunque no pueda ser demostrado hasta acá, se infiere que la diplomacia yanqui, que tiene aceitados contactos con un vasto sector de la Justicia federal argentina y con la comunidad de inteligencia local, tomó nota de que Timerman, funcionario de un gobierno cuya política exterior incomodaba a la Casa Blanca, es una pieza que Macri y asociados están dispuestos a entregar con gusto.

Tampoco debe descartarse la influencia de Israel en las decisiones norteamericanas, habida cuenta del interés de Tel Aviv por condenar el Memorándum de Entendimiento con Irán, y el particular énfasis que pone en determinar que los responsables de la voladura de la Amia fueron iraníes, aunque eso no haya sido probado aún por la Justicia. Para Israel, las acciones de Timerman y, en general, del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, obstaculizaron su estrategia geopolítica hacia Teherán.

Pero en ese marco también se perfila una conexión local, puesto que la conducción de la Daia juega en perfecta sintonía con los intereses del Estado israelí, y es uno de los apoyos más leales al régimen macrista.

Lo cierto es que el dispositivo mediático que desinforma y mantiene al Gobierno de Macri blindado contra toda denuncia, actuó como contrapeso de las múltiples muestras de solidaridad que tanto organismos de DDHH, referentes políticos de distintas fuerzas y legisladores del peronismo hicieron llegar al ex canciller.

Esa conexión local, que engloba a medios, fiscales y jueces federales, servicios de inteligencia, al macrismo paladar negro y a sus socios radicales y carriotistas gobierna y opera a través de carpetazos, información clasificada, extorsiones y denuncias que no salen de la lámpara de Aladino. Las relaciones fluidas con la CIA y la Mossad explican buena parte del clima irrespirable que azota a la Argentina desde diciembre de 2015.

Las prisiones de Amado Boudou, Carlos Zanini, Julio De Vido, Luis D’Elía, Milagro Sala, Fernando Esteche y otros dirigentes opositores o ex funcionarios están vinculadas a cuentas pendientes con las corporaciones locales, a quienes el gobierno anterior les sacó de sus garras miles de millones de dólares que se llevaban a costa de mantener en la postergación a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Pero en modo alguno debería perderse de vista que muchos intereses afectados por las políticas públicas del peronismo kirchnerista son foráneos, y que la alianza de esos poderes transnacionales –gubernamentales o no– con los socios locales, han hecho y harán cosas peores que revocarle la visa a un ex canciller enfermo terminal.

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