Como parte de la embestida contra el pueblo de Venezuela, el ejército de la mayor potencia militar desembarcó en el país centroamericano con la excusa de “entrenar a las fuerzas de seguridad locales” y brindar “ayuda humanitaria”. Un viejo y gastado verso en una historia marcada por invasiones

La injerencia estadounidense en el continente se incrementa a pasos agigantados. Es proporcional al aumento de la presión contra el pueblo de Venezuela.

Venezuela es el objetivo. El país bolivariano está en el fondo de la cuestión, más allá de las mentiras y las puestas en escena.

El paso del secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, por varios países de la región, y la posterior actitud del denominado Grupo de Lima, que en respuesta a las órdenes imperiales aumentó su beligerancia contra Venezuela, marca el incremento de una avanzada del Imperio en varios frentes: político, económico, mediático, y militar.

La llegada de tropas yanquis a Panamá debe ponerse en el contexto del aumento de la militarización de Brasil, tras la decisión del presidente golpista Michel Temer para intervenir militarmente el Estado de Río de Janeiro (ver aparte); los movimientos en la frontera entre Colombia y Venezuela, y la presencia en la Argentina de la Administración para el Control de Drogas de EEUU (DEA por su sigla en inglés).

Panamá es todo un símbolo de la injerencia estadounidense en el continente. Es un pueblo que sufrió reiteradamente las invasiones imperiales: siete veces EEUU invadió la pequeña nación de América Central. Cada vez que fue necesario reprimir a sangre y fuego los sucesivos levantamientos del pueblo panameño en favor de la dignidad y la soberanía nacional.

De hecho, Panamá fue parte de Colombia hasta 1903. Las condiciones de la escisión y de la independencia fueron manejadas por un grupo de corporaciones transnacionales de acuerdo a los intereses de EEUU.

Estos grupos económicos deseaban crear un nuevo país, sumiso y bajo control, porque necesitaban el preciado canal para transportar mercancías entre los dos océanos y ahorrar fletes. Panamá nació con la marca de los más despiadados intereses económicos concentrados transnacionales.

Por esta triste historia de atropellos imperiales, cada vez que un soldado yanqui pone sus pies en Panamá, los más sangrientos fantasmas de la historia de América latina parecen despertar.

Después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU instaló en Panamá el mayor centro de entrenamiento de torturadores, genocidas y criminales de lesa humanidad del continente. Allí se entrenaron muchos de los militares que luego perpetraron crímenes aberrantes contra sus propios pueblos y a favor de los intereses de EEUU durante las dictaduras que arrasaron el continente. Se llamó Escuela de la Américas. Por allí pasaron Augusto Pinochet (Chile), Hugo Banzer (Bolivia), Ríos Montt (Guatemala), Leopoldo Galtieri y Roberto Viola (Argentina), entre muchos otros. EEUU trasladó la institución a su país en 1984. Y hoy el edificio donde funcionaba la Escuela de la Américas es un hotel de lujo: el Meliá Panamá Canal.

Pero los fantasmas de su pasado sangriento no pudieron ser desalojados pese al glamour, la enorme piscina y los tragos bajo el sol. “Por las noches se escuchan los gritos de los torturados”, asegura la gente del lugar.

Maniobras militares hasta junio con 400 soldados

Las maniobras militares del Comando Sur del Ejército de EEUU en Panamá ya comenzaron y se extenderán hasta junio con la presencia de más de cuatrocientos militares.

Es el mismo Comando Sur que masacró panameñas y panameños, por ejemplo, el 9 de enero de 1964, cuando un grupo de manifestantes fue a reclamar la presencia de la bandera panameña en el territorio conocido como la Zona del Canal. Panamá había sido cedido a perpetuidad esa parte de su territorio a los EEUU en 1903, y funcionaba como un humillante enclave colonial en el que la ciudadanía panameña era extranjera y en donde sólo ondeaba la bandera estadounidense.

El ejército yanqui disparó a matar contra los manifestantes, entre los que había niños y bebés, con un saldo de 22 muertos. Hoy se lo recuerda como El Día de los Mártires y es feriado nacional.

Fue apenas una de las tantas batallas libradas entre el pueblo panameño y el invasor.

La sangre de esos mártires, y la larga lucha del pueblo panameño contribuyó a que, finalmente, y luego de casi un siglo, en 1977 el por entonces presidente de Panamá Omar Torrijos, firmara una serie de tratados con el presidente James Carter para la devolución a la soberanía panameña primero de la zona del canal, y luego del propio canal.

Pero allí no terminó la historia de los atropellos y masacres de EEUU contra Panamá. El 20 de diciembre de 1989 el Comando Sur bombardeó el humilde barrio del Chorrillo, en la Ciudad de Panamá. En ese sector estaba ubicada la sede de la Comandancia de las Fuerzas de Defensa de Panamá, pero también viviendas particulares. Bombas incendiarias cayeron sobre humildes viviendas de población civil.

La excusa esgrimida por aquellos días fue capturar a un hombre: el por entonces presidente de Panamá, general Manuel Noriega, hombre de la CIA y aliado del imperio que se había vuelto molesto ante sus amos por sus delirios militaristas. Más de 3 mil panameños y panameñas fueron asesinados y unos 20 mil perdieron sus bienes y pertenencias.

Y hoy está de nuevo el Comando Sur en tierra panameña. Los efectivos, pese a que sólo van a “entrenar a las fuerzas de seguridad locales” y a cumplir “tareas humanitarias”, llegaron armados hasta los dientes. Como si fuera una invasión. Pero además, gozan de inmunidad diplomática. Es decir: los soldados yanquis podrán literalmente hacer lo que quieran, están más allá de las leyes locales.

Las ciudadanas y los ciudadanos de los países de América latina que padecen la presencia de alguna de las más de cien bases estadounidenses repartidas por la región saben muy bien que esto significa impunidad para cometer todo tipo de atropellos y delitos contra los pobladores desprotegidos, entregados a los invasores por sus propios gobiernos.  

Pero la cancillería de Panamá lo definió como “un programa de entrenamiento dirigido a los estamentos de seguridad nacionales”.

Panamá no tiene frontera con Venezuela. Pero la frontera clave, los 2.219 kilómetros que comparten Colombia y Venezuela, están a la vuelta de la esquina. Y también el límite entre Brasil y Guyana.

Por eso es necesario analizar este movimiento del Comando Sur en el contexto de la militarización de Brasil y de Colombia. 

El jefe del Comando Sur de EEUU, el almirante Kurt Tidd, se reunió primero en Bogotá con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el secretario de Estado Tillerson, y luego con el vicepresidente colombiano, el general retirado de la Policía, Oscar Naranjo.

En agosto, el vicepresidente de EEUU, Mike Pence, visitó Panamá, y agradeció los serviles servicios prestados al presidente de esa nación, que integra el Grupo de Lima, Juan Carlos Varela. “El presidente Trump y yo estamos sumamente agradecidos por el firme liderazgo del presidente Varela en el repudio al régimen de Maduro. Felicitamos a Panamá, en particular, por haberse sumado a los otros 11 países que firmaron la Declaración de Lima”, dijo Pence.

La alegría del amo imperial con el Grupo de Lima no es casual. También conocido como Club de la Derecha Aliada con EEUU o Grupo contra Venezuela, es una unión de países nacida de la restauración conservadora que tuvo lugar en los últimos años en la región.

El Grupo de Lima es un organismo al servicio del Imperio que intenta ocupar el lugar de las ahora olvidadas, ignoradas y marginadas Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

Conforman el Grupo Lima Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía.

Y tienen una función importante, aunque infame, dentro del esquema imperial de avance contra Venezuela. El Imperio cierra el cerco. Y los cipayos hacen su trabajo.

Fuente: El Eslabón

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