La editorial Casagrande acaba de publicar 112, la nouvelle de Marianela Luna (Rosario,1988) en una apuesta por la narrativa local que tiene cosecha en su breve catálogo: autores contemporáneos inéditos como Daniel Basilio, Virginia Ducler, Juan Cruz Revello, y el recientemente editado Ber Stinco, entre otros. 112 también es la primera obra de Luna, y se puede reconocer como una novela de aprendizaje o de iniciación, como suelen denominarse las historias que se narran a partir de la primera mirada del mundo trabajada recursivamente con el punto de vista de la madurez.

Transcurrida en Rosario, la nouvelle está organizada en capítulos que por su carácter episódico funcionan tanto de manera individual como en su conjunto. Cada relato lleva como título intersecciones de calles que refieren a las distintas paradas de la línea del bondi que atraviesa la ciudad de norte a sur.  En los desplazamientos de la narradora, del centro a la periferia, se va mapeando por un lado un modo singular de habitar la ciudad: una púber que paulatinamente abandona los cuidados maternos de la infancia y sale a descubrir por sí misma los sitios que formarán parte de su vida. Y por el otro, un viaje personal en el que se aventura una mujer en plena construcción de su identidad. Todo en una prosa intensa, de lectura veloz, en la que los temas de menor a mayor gravedad aparecen proyectados como en sitcom.

Por eso 112 es la tragicomedia de una colegiala abanderada devenida en muchacha punk, que más tarde deriva en las terapias alternativas por dolencias profundas, indescifrables. La lenta y muchas veces dramática mutación a la que sobrevendrán cosas buenas, como la aceptación generosa de la propia vulnerabilidad y la búsqueda de las fortalezas que somos capaces de sacar en situaciones límite, como lidiar con un novio violento y manipulador al acecho y contar con una mesa llena de amigas que prodigan cuidado.

También es una novela que plantea la distancia problemática en la adolescencia entre lo que queremos ser (las chicas más grandes, las rebeldes) y lo que en realidad somos, y el  amoroso trabajo de reconocerse en alguien ¡en una amiga o en varias! con las que te podés sacar los piojos, tirar pedos, eructar y crear el club de chicas fashion para  burlar la mirada cruel y disciplinadora de los otros. En suma, aceptarnos como somos con humor y valentía, dos de los rasgos más característicos de la narradora, porque toda la novela está cifrada en el humor incisivo y la ironía, que también son rasgos atribuibles a la propia autora.

Vale decir que Luna dirige la revista Femme Fetal, es gestora cultural, organiza slam de poesía, y también da clases particulares de inglés en el Moli Institute (su casa), y es traductora freelance. Además hace stand up, es youtuber, o por lo menos tiene una intensa actividad en redes sociales: escribe canta, baila, desde su webcam, cazando al vuelo el código millenial (generación híbrida, de transición: la última en tantas cosas y la primera en muchas otras) para hablar desde lo cotidiano y su intimidad, hasta  expresar su activismo feminista, en todos los casos poniéndole el cuerpo a riesgo de ser muchas veces castigada. Una perfomer de su propia vida que se sitúa como singularidad en la gran marea de las luchas colectivas. Los que la conocen, la siguen en redes sociales, y leen sus posteos a diario, pueden adivinar en 112 un registro autobiográfico. Advirtiendo que la autoficción se impone entre las formas del arte y la literatura, en particular de la época, podemos poner como ejemplo reciente el libro de historietas Guerra de soda, de la ilustradora rosarina Jazmin Varela, que retoma el mismo registro pero en otro formato.

Se trata un poco del ejercicio de fabulación a la que nos inclinamos todos cuando narramos nuestras vidas, o intentamos pensar quiénes somos. Al mismísimo Flaubert le atribuyen la frase “Madame Bovary soy yo”. De ahí a que todos hagamos literatura, es otra historia. Pasando el filtro del cánon, en 112 Marianela es su propio personaje, y su propia intriga, y la historia que narra, más cerca o más lejos de lo verídico, se transfigura en las circunstancias de una chica que podemos ser todas cuando hacemos nuestro primer viaje solas en bondi de madrugada. O cuando sentimos que nos arrancan como una flor a punto de florecer en la primera frustración amorosa. O cuando sentimos miedo y vergüenza cada vez que nos muestran el pene en la calle. Algo así como la ceremonia de iniciación en las cosas de mierda que le pueden pasar a una chica para no volver a ser la misma, y seguir el viaje.

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