Yo no sé, no. Pedro el otro día me hacía acordar de esa canchita que era la más alejada de nuestras casas, que quedaba pegadita a la vía. Una vez se cayó al patio una pelota y nadie tenía la valentía de meterse ni manguear la pelota para que la devuelvan, porque vivía una señora que siempre la veíamos llegar sola, con unos paquetes, algunos bolsos. Y si bien para nosotros no era muy grande, por los gestos que tenía y la distancia que tomábamos, le decíamos la vieja. Nadie se animó, y quedamos toda la noche a la expectativa si entrábamos o no. Para colmo había una luna llena que alumbraba todo.

Colgados mirando la luna, pensábamos en que ya hay una mina dando vueltas por el espacio, que se llama Valentina, que fue la primer mujer que mandaron al espacio en busca de conquistar o a descubrir vaya a saber qué. Capaz que Valentina viene de valentía, cosa que nosotros no teníamos.

Al otro día, tomamos coraje y fuimos todos a golpearle la puerta a la señora sobre el mediodía, y antes que digamos algo, ella se nos cruzó y se nos metió en la cancha, en donde vendría a ser el área, con la pelota en mano. Aquí tienen chicos, dijo y nos sonrió.

Nunca supimos el nombre, sólo la veíamos llegar y nos hicimos amigos.

Tiempo atrás la veíamos que llegaba a la casa, y se sentían discusiones, quizá por el alcohol. Después quedó sola y se hizo cargo de un pibito, que parecía ser un sobrino o un nieto.

Cuánta valentía tenía esa mujer, de vivir sola y enfrentarse todos los días a parar la olla, a caminar buscando un peso. Y eran tiempos peores que los de ahora, les pagaban un mango y la violencia era mucho mayor.

Yo la tomé como ejemplo ese día que se metió al área, me dice Pedro. En un partido que teníamos bastante jodido porque los contrarios tenían una dura defensa, pensé que esa señora -que posiblemente se llamaba Valentina- y me metí en el área con la pelota atadita al pie. Cada vez que jugaba a la pelota tenía ese coraje pensando en ella.

Después, a los años, Pedro conoció a unas pibas que luchaban por lo mismo y tenían el mismo coraje de entrar al área contraria y buscar el triunfo colectivo. Y Pedro se acuerda de ese equipo: se acuerda de la Ana, la Susi, la Estela, de la Gloria, de la Marita. Y casi casi se nos da, dice Pedro, casi llegamos entrando al área que estaba en la esquina, pero no se nos dio porque la pelea era también contra ese machismo colonial, capitalista e individual. Aunque no lo planteabamos tal como ahora, la teníamos clara en ese sentido, o por lo menos parecía.

Ahora que está como en la dictadura, como en los 90, lo peor del coloniaje y lo peor del machismo, ojalá que agarremos con ella la pelota y entremos al área con el coraje de Valentina, la rusa, el coraje de Evita, de las compañeras que ya no están. A estos cosos que nos gobiernan los hacemos retroceder juntando las consignas de siempre, las trincheras de siempre, y sobre todo las valentías de siempre, que tuvieron ellas y que plantean esta semana y que debería ser de todos los días, eso de meterse al área contraria.

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