El colonialismo pedagógico excluyó a originarios y afrodescendientes. El genocidio discursivo y el desafío de los profes de historia para enfrentar el relato racista.

“A fines del siglo XIX, las elites criollas lograron construir una idea de un nosotros blanco, occidental, clasista, a través de la matriz colonial del poder y el control de las almas. Colonización del imaginario, de la educación, del saber”, indica Guadalupe Román, profesora de historia de la ciudad de Santa Fe.

“La construcción de una patria y de un pasado, que había llevado a ese presente casi determinado de antemano, conlleva al llamado «genocidio discursivo», como lo caracteriza Alejandro Solomiansky (2003)”, indica la docente graduada en el Instituto N°8 Almirante Brown, Guadalupe señala que ese proceso “implicó la negación y el olvido de un pasado argentino afrodescendiente y originario. La imagen sugería que todos los grupos étnicos que habitaban la Argentina, viejos y nuevos, se habían ya fusionado y habían generado una «raza argentina» homogénea. Se argumentaba que todas las «razas» se habían fundido en una sola, pero al mismo tiempo se sostenía que esa fusión había dado como resultado una nueva era blanca-europea” (Adamovsky, 2010).

Esa construcción recreada por la élite política argentina, la “Generación de 1880”, intentaba borrar la alteridad.

La profesora cita entonces al sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, quien se preguntaba: “¿Por qué el pensamiento crítico, emancipatorio, de larga tradición en la cultura occidental, en la práctica, no ha emancipado la sociedad?”. Y explica que, según el intelectual, a pesar de que el colonialismo político ha sido derribado, aún persiste en el pensamiento y en las subjetividades esta forma de interpretar y posicionarnos en el mundo, y más aún, se sigue reproduciendo de manera endógena.

Secuelas en las escuelas

“La escuela no ha quedado ajena a esta visión. El relato histórico sobre la nación y la patria que se incorporó en la enseñanza hacia fines del siglo XIX contiene una visión sobre los orígenes de la sociedad que hasta la actualidad sigue teniendo vigencia”, sostiene la joven profesora que trabaja en escuelas secundarias y para adultos en la capital provincial, además de integrar la Casa de la Cultura Indo-Afro-Americana Mario Luis López, organización que tiene como objetivo reivindicar los derechos y la cultura de los afroargentinos del tronco colonial.

“Nuestros alumnos aprenden –a pesar de los esfuerzos de muchos docentes– la llegada de los españoles al territorio americano como una hazaña preponderante”, admite.

“De forma lineal, sin conflictos, en los contenidos curriculares aparecen los sucesos independentistas, comúnmente ligados a la descripción de batallas, héroes o próceres (varones, lo que termina afianzando el modelo patriarcal), gestas y biografías”, explica la docente.

“En las llamadas provincias del interior –resalta–, la enseñanza de este proceso histórico es aún más compleja, ya que todavía seguimos privilegiando los acontecimientos de la historia tradicional –u oficial– desde una visión centralista, es decir, asumiendo que los hechos históricos sucedidos en Buenos Aires son comunes a todas las otras provincias”.

“Como si el país se redujera solamente a ese territorio, a un sólo sector social, a una cultura, a una mirada. Por lo tanto, historia regional o historia local, resulta complejo implementar –a pesar de los avances en la academia– en nuestras aulas, aun cuando todavía circulan manuales que se editan en Buenos Aires, y que no incorporan problemáticas sociohistóricas de otras ciudades, provincias”, advierte.

“Luego de enseñar la ruptura colonial y el valor de ciertos hombres que hicieron posible que hoy podamos ser un Estado independiente, según el relato imperante del siglo XIX, este proceso histórico culmina con la organización del Estado moderno”, remarca la investigadora, autora de La propuesta decolonial y su presencia en el pensamiento artiguista.

La narrativa sarmientina

“En coincidencia con la creación de la escuela en manos de un gran defensor de la identidad nacional (blanca, católica, occidental, clasista), como fue Domingo Faustino Sarmiento, la narrativa de esa época pretendió la valoración positiva de la evolución política del país, con características, eventos y personajes del pasado”, afirma Guadalupe.

“El Estado, a través de la enseñanza de la historia –resalta–, forjó un ideario común, y la escuela fue el ámbito propicio para construir una educación patriótica a través de los ritos y símbolos nacionales. Como señala Mario Carretero, esta institución fue el instrumento ideológico que se utilizó con carácter doctrinal para fortalecer los Estados nacionales”.

Por lo tanto, “el objetivo fundamental de la enseñanza de la historia no era tanto la comprensión por parte de los alumnos de los problemas historiográficos per se, sino más bien inculcarles, desde pequeños, «el amor a la patria» y el «conocimiento de las glorias nacionales»”, advierte Guadalupe, y se explaya: “En este sentido, como docentes debemos preguntarnos: ¿Seguimos reproduciendo en nuestra formación y en las prácticas escolares los mitos fundadores de la nacionalidad? ¿Cómo debemos pensar la identidad nacional desde la actualidad? ¿Cómo contribuimos actualmente los ciudadanos a la construcción de la nacionalidad? ¿Cómo nos pensamos ciudadanos a partir de la realidad presente? ¿Cuáles son los componentes culturales seleccionados por aquella tradición? ¿Y cuáles son invisibilizados?”.

¿Para qué enseñar historia?

“Frente a los discursos que siguen imperando en los medios de comunicación, y en la voz de algunos dirigentes políticos, que siguen pretendiendo reafirmar un pensamiento único, occidental, que años anteriores había comenzado a resquebrajarse en pos de «posicionalidades situadas y subjetivas», como diría Catherine Walsh. Nuestro deber como educadores es repensar estas prácticas escolares institucionalizadas y preguntarnos ¿para qué enseñamos hoy Historia a nuestros jóvenes? Seguramente cada lector tendrá respuestas variadas según su concepción ideológica, pedagógica, historiográfica. Pero para establecer un consenso podemos afirmar que enseñar historia en la actualidad contribuye a formar el pensamiento histórico, tanto en niños como en jóvenes, desde una mirada del presente que se plantea preguntas, problemas, hacia el pasado, para no cometer los mismos «errores» en el futuro”.

Lo colectivo ante lo individual

Como otro eje en la enseñanza de Historia, la profesora agrega que “contribuir a la formación de ciudadanos también puede ser otro de nuestros objetivos de quienes enseñamos Historia. Debemos enfatizar una ciudadanía participativa que comprenda lo colectivo frente a lo individual, que profundice el diálogo y el intercambio de opiniones siempre desde fundamentos sólidos. Como señala Ana Campelo «La ciudadanía no equivale solamente a una condición jurídica a defender cuando es atacada, sino a una posición que significa asumir una práctica activa y transformadora, que cuida, propone, crea y exige en lugar de solamente reclamar»”.

“Es necesario construir propuestas alternativas que cuestionen la colonialidad, desde los mismos ámbitos escolares, es preciso superar los relatos eurocéntricos basados en la mirada del hombre blanco, moderno. Sabemos que el efecto de ésta política fue el silencio, la reducción de las minorías a condiciones de vulnerabilidad; que todavía nuestros alumnos siguen padeciendo de la misma manera que sufren el desasosiego aquellas minorías a las que hoy no se les da reconocimiento. Los actos escolares, las efemérides, los ritos patrióticos, siguen rindiendo culto a la nación, a esa nación que fue pensada hace dos siglos por las elites políticas e intelectuales, que buscó –y con éxito logró– silenciar voces, actores, culturas, etnias, procesos, rupturas, luchas, resistencias, conflictos. Y por otro lado, estos rituales ligados al culto patriótico, funcionan para los alumnos como una legítima fuente de información sobre el pasado, que se superpone y en verdad preexiste a la información historiográfica o disciplinar”.

Finalmente subraya que “en el proyecto democratizador, es preciso desarticular, y la escuela debe ser el ámbito donde se den estas discusiones, donde la enseñanza de la historia ya no tenga como objetivo fundamental la formación de la identidad común con una perspectiva nacionalista, sino que a través de ella sea posible «una comprensión compleja del mundo social y político que rodea al ciudadano» (Carretero, 2004)”.

“La escuela sigue siendo el mejor lugar para la resistencia y la construcción de otro u otros mundos posibles, y como dice Octavio Paz: «La historia es el camino, no va a ninguna parte, todos lo caminamos; la verdad es caminarlo»”.

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