Yo no sé, no. Pedro se acuerda de esas canchitas que aparecían y desaparecían constantemente, según cómo iba creciendo el barrio, para qué lado. Una de las que más resistía era en la que veníamos jugando en ese otoño que apenas empezaba, en el que los días eran más cortos. Y lo que más nos zapateaba en la cabeza era la luz, que desaparecía. Ya no estaba como queríamos nosotros. Así que nos íbamos acostumbrando a jugar un partido en el que cada vez se veía menos la pelota, hasta que un día nos pegó, de golpe, la falta de luz en pleno partido.

La pelota medio que se perdió y al otro fin de semana, cuando encaramos de nuevo para la canchita, ya no estaba tan bien iluminada, y eso que era más temprano. Parecía que la luz del día era más tenue. Algo había pasado.

Eso ocurría todos los años desde que éramos pibes. Estábamos acostumbrados que hacia fines de marzo nos agarrara con el partido casi sin terminar. Pero ese marzo, a los pibes que estaban el día previo al 24 la luz les desapareció de golpe. Y los otros partidos fueron así, parecía que también había menos jugadores, que si bien algunos estaban presentes, había caras que parecía que estaban ausentes.

Hubo uno en el que faltaron los pibes para armar un equipo, y no vinieron más. Algunos dicen que se tuvieron que ir. Y la patria –dice Pedro– estaba así, como las canchitas de fútbol. En las fábricas, los colegios, las universidades, en los talleres, en el bondi, parecía que había menos claridad.

Había empezado esa dictadura que le había restado claridad a lo que venía pasando a los tumbos, en esta parte de la Patria Grande. Y fue largo ese tiempo oscuro, sin canchitas donde se pudiera jugar, sin colegios donde se pudiera estudiar democráticamente, sin talleres donde laburar y tener un salario digno.

Hasta que un día empezó a aparecer la luz y todavía seguíamos, nosotros, mirando las pocas canchitas, los pocos talleres, las pocas universidades, la castigada educación pública, todo había ido para atrás. Costó salir de eso.

Y ahora, cuando vayamos a la marcha –agrega Pedro–, pensemos en esos lugares que de pronto se oscurecieron. Faltó la luz, faltaron los compañeros, el laburo y faltaron tantos que, hoy y mañana, para salir adelante, los tenemos que tener siempre presentes. Para que vuelva la luz, para que vuelva el partido y juguemos hasta las últimas horas del día.

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