Las demoras y dilaciones que hacen cada vez más largos los procesos judiciales contra los represores de la dictadura, permitieron a más de un criminal de lesa humanidad extender su impunidad hasta el último de sus días y llevarse a la tumba la información que podría aportar para, entre otras verdades sepultadas con ellos, saber dónde fueron escondidos los restos de los desaparecidos. Ricardo Corrales, quien fuera durante los años de la dictadura uno de los secretarios privados de Agustín Feced, estaba imputado por más de un centenar de secuestros, desapariciones y homicidios cometidos en el ex Servicio de Informaciones de la Policía, pero en agosto de 2013 se suicidó con lavandina.
Al igual que el cura Eugenio Zitelli, quien falleció hace dos semanas, Corrales también zafó de tener que sentarse en el banquillo de los acusados en un juicio oral y público. Pero a diferencia del ex capellán de la Policía, que lo hizo por la “gracia divina”, el secretario de Feced se retiró por voluntad propia y brindando con un largo trago de hipoclorito de sodio.
Pero en 2011, durante la declaración indagatoria que le tomó el entonces fiscal Gonzalo Stara, realizada el mismo día que se entregó a la justicia tras haber estado prófugo, el ex policía esquivó las preguntas argumentando que tenía “una nebulosa terrible en la cabeza” y rechazó las imputaciones en su contra –31 secuestros, 131 casos de secuestros seguidos de torturas, 16 desapariciones y 10 homicidios–.
“He trabajado en la secretaría privada, no recuerdo el tiempo, ni el mes del año. Esa es la verdad, mi deber era recepcionar todos los procedimientos en la faz policial. No obstante, tenía que transmitir sobre la persona que viniese a preguntar por personas que estaban detenidas. Tenía que comunicarle al interventor”, declaró en aquellos días Corrales.
“Así fue transcurriendo el tiempo –continuó Corrales–, alguna persona que preguntaba por algún detenido. Primero, si es asunto policial, le comunicaba al subjefe de policía todo lo concerniente a la policía. Cuando venía alguna persona a preguntar si alguien estaba detenido en forma reiterativa, yo iba, golpeaba la puerta y le decía al interventor que estaba fulano y que quería hablar con él, y él me decía: «Yo no atiendo a nadie». Entonces yo iba y decía: «Perdone, el jefe me dijo que vaya a preguntar a otro lado», que no me había dicho nada, eso decía yo al que venía a preguntar. En realidad, algunas veces me decía que quería que pase, y otras veces me decía que no lo quería atender. El interventor me decía estas palabras: «Hágalo pasar»”.
En una segunda declaración, en el marco del juicio oral conocido como Díaz Bessone, en el que fue propuesto como testigo por otros represores, Corrales volvió a eludir responsabilidades, en esa ocasión con menor credibilidad, a las preguntas servidas en bandeja por el defensor de sus camaradas de la patota.
“¿Quien era su jefe?”, preguntó el defensor oficial Germán Artola. “Pasaron muchos jefes, en este momento no me acuerdo”, repitió varias veces, y luego se iluminó: “El Coronel Duré, después vino el comandante Feced”.
En el marco del mismo juicio Díaz Bessone, la ex oficial Mirta Beatríz Gallardo, quien revistió en la Alcaldía de mujeres de la Jefatura de Policía de Rosario durante la dictadura, escrachó a Corrales ante el Tribunal Oral Federal (TOF) 2, junto a los nombres y atrocidades de los integrantes de la patota de Feced.
“Un día, cuatro hombres que decían que eran de la Federal, en mayo del 76, creo, traen a una mujer en un colchón, muy joven, muy bonita. Cuando me acerco, veo que se está muriendo. Le dije: «Vos estás mal». Ellos contestan: «Lo que pasa es que uno de los nuevos, el boludo, le dio agua después que la trabajamos»”. La testigo explicó que “trabajar” era la manera de decir que le habían aplicado picana.
Gallardo contó que en ese momento ella dijo que “no la iba a recibir, que se iba a morir, que no se va a hacer responsable, que se la lleven”. Y comentó que los que la traían, le dijeron que la tenía que recibir, ya que era “una orden del comandante (Feced)”. “Yo les pedí, entonces, que la manden por escrito”, relató Gallardo.
Al rato la llama Corrales, que era el secretario personal de Feced, su mano derecha, describió la testigo, y agregó: “Me llama la atención que Corrales no esté detenido, porque manejaba todo, era terrible con los detenidos y con el personal”.
Dale a la lavandina
El sábado 31 de agosto, el ex policía del Servicio de Informaciones fue llevado de urgencia a terapia intensiva del Sanatorio Plaza de la ciudad, luego de haber ingerido agua lavandina. El intento de suicidio de Corrales, y luego su confirmación, fue revelado por El Eslabón. El represor cumplía por esos días arresto domiciliario, beneficio otorgado por la Justicia Federal. Estaba procesado en el marco del expediente que finalmente comenzó a ventilarse en los tribunales federales de calle Oroño el jueves pasado.
Fuentes: Diario de los Juicios/El Eslabón
Notas relacionadas:
Dejá un comentario