Este miércoles a las 19, se presentará en el Museo de la Memoria el libro Historias de exilio, que gira en torno a la vida de militantes que debieron salir del país durante la última dictadura cívico militar.

No es muy difícil imaginar el orden y la pulcritud que pueden reinar en un aeropuerto europeo. Más, pensando en Bélgica. Pero a pesar de los cuidadosos protocolos de despegues y aterrizajes, esos fríos procedimientos pueden ser alterados. En “Zaventem, donde pasajeros en general formales y silenciosos iban y venían, seguramente pareceríamos una horda de inadaptados, sin reparos por los modales. Difícil hubiese sido que ellos percibieran que esa personita o familia que acababa de llegar era para nosotros una victoria, uno más que habíamos logrado rescatar, cuya visa seleccionamos, gestionamos, reclamamos y transitamos pacientemente el tramiterío protocolar”, cuentan desde un colectivo de argentinos que se exiliaron allí durante la dictadura cívico militar.

El recién llegado era “uno más que iba a disfrutar de la libertad y que tenía garantizada su vida. Podría nuevamente convivir con su familia o criar sus hijos, volvería a tener derechos, documentos, domicilio y hogar. Era una alegría colectiva y desbocada, habíamos logrado arrebatárselo a la dictadura y satisfechos celebrábamos este deseo hecho realidad que nos confirmaba en nuestras luchas”, indican en el libro Historias de exilio, relatos sobre vidas recopiladas por Ángela Beaufay, en Bélgica, y Marta Ronga, en Rosario, de Editorial Último Recurso, y que se presentará en abril en Rosario.

De nacionalidad: refugiado

Pero, claro que no todo era recibimientos y agasajos, no era tan lindo como el comenzar una vida nueva. En un recorrido por esas experiencias se detalla ese largo andar para reencontrarse y proyectar desde lo colectivo y personal. “Fuimos agredidos por la historia política, por la dictadura. Nunca fuimos privilegiados porque podíamos irnos afuera”, advierten.

En el libro, construido en forma colectiva con historias de vida de quienes pasaron esa experiencia, específicamente en Bélgica, se registran esos encuentros de abrazos entre desconocidos, la diaria salida a pelear la vida en tierras extrañas, el desarraigo, el idioma desconocido, el tomar cualquier trabajo de servicio y el dejar de ser argentinos para pasar a ser llamados “refugiados políticos”. Marta Ronga relata: “En Bélgica trabajé en la limpieza de casas, porque no podía aspirar a nada por no saber escribir y leer en el idioma del lugar. Vas a la escuela para hablar de los chicos, pero si no sabes el idioma, el interlocutor te considera un analfabeto, hay mucho racismo, xenofobia, y eso provoca que tengas devaluada tu palabra”.

También surge la cuestión de los hijos, que son considerados “apátridas hasta que logran que las leyes los reconozcan”, según explica su compañero de toda la vida, José Manuel Pepe Bodiño. “Tuvimos dos hijos en Bélgica. A uno no se privaron de ponerle en el certificado de nacimiento: «Nacionalidad refugiado ONU». Y al otro lo consignaron como «Nacido de madre gitana». Yo ya era arquitecta, pero el prejuicio es tan alto que hace que nunca formes parte de esa sociedad”, remarca Marta, que estuvo dos años presa en 1974 en Rosario, donde nació su primer hijo, por distribuir volantes. “Tras recobrar la libertad, me volvían a detener para saber dónde estaba Pepe”. En el 77 Marta emigró, y al otro año lo hizo Pepe. Ya estaban casados, pero no podían vivir juntos en Rosario.

Pepe cuenta que militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y que desde el 76 “no podía circular por el país. Por eso nos vimos poco y quedamos en irnos de Argentina para intentar vivir juntos”.

“Llegué a Barcelona en mayo de 1978 –prosigue. Marta ya estaba y nos encontramos en la casa de una hermana, pero no podíamos quedarnos a vivir ahí. Me fui a Bélgica donde me recibió la pequeña colonia de refugiados argentinos, y pude regularizar mi situación”.

Camino a Bélgica, Pepe intentó cruzar a pie los Pirineos con la guía de un pastor, pero fue detenido por gendarmes. Finalmente pudo cruzar la frontera en un ómnibus, a pesar del temor a los controles, anécdota que los hace reír ahora. Ya en Bruselas la historia tomó otro color, “nos comunicamos con compañeros exiliados y ambos logramos la categoría de refugio político”.

Irse y recalcular

Entre el 75 y el 77, se estima que se produjo la mayor cantidad de salidas del país. Entre 1970 y 1980, se registraron unos 339.300 exiliados (Marina Franco, El exilio, Argentinos en Francia, durante la dictadura, Siglo  XXI”, Editora, Buenos Aires 2008). Pero, para otros, la cifra llega a medio millón de personas (Yankelevich, Pablo y Jensen, Silvina (2007), “Exilios. Destinos y experiencias bajo la dictadura militar”, Buenos Aires, El Zorzal).

“Hubo muchos tipo de exilio, muchos se debieron ir desde 1974, otros ante las primeras amenazas, y también algunos salieron como inmigrantes o turistas”, explica Marta. “Exiliarse no es algo que se elige, suele ser la única posibilidad para sobrevivir. No es irse para buscar una mejor vida laboral y familiar. El exiliado político es una persona que generalmente luchó por su país, pero ante la represión que se desata, debe irse para salvar su vida”, remarca.

“Aunque se salva la vida y se protege a la familia ante una situación de alto riesgo, también es cierto que pocas parejas de exiliados tienen más hijos, quedan como congelados los proyectos, sin poder construir en lo individual y con fracasos en las construcciones colectivas”, advierte.

Los refugiados políticos pueden obtener la residencia y tener los mismos derechos que el resto de los ciudadanos, pero no los derechos políticos ya que no pueden votar. “Tampoco nos podemos meter en política, pero al estar en organismos internacionales y otras organizaciones, saben que seguimos luchando y organizando, que vendrían las Madres de la Plaza y participamos en movilizaciones”, dice Marta.

Cabe agregar, como indica la pareja, que hubo personas como el cónsul belga, quien “visitaba cárceles buscando a los presos que eran liberados, les compraba ropa y tramitaba las visas”. “Quienes salían libres podían ir a Brasil a tomar refugio político, ya que allí existía el Alto Comisionado de las Naciones Unidas, y quedaban esperando el otorgamiento de una visa. La visa era la prioridad para nosotros, la solidaridad europea en eso fue muy importante”, explican.

La solidaridad

“Se creó un lugar de solidaridad muy sólido, con gente de diversos partidos y situaciones, desde un delegado de trabajadores rurales, religiosos, jóvenes, maduros que convergieron en el Comité Argentino de solidaridad. Había una histórica bandera que en un costado mencionaba al PRT y del otro lado al peronismo revolucionario. El enemigo era uno en común, bien identificado y por eso había que luchar juntos, con la solidaridad con los presos políticos, las Madres de la Plaza. Nos se discutía si hacer una contraofensiva, ese era tema para tomarlo en tu grupo, no  entre todos. Lo mismo si el tema era el apoyo a Nicaragua. No éramos un grupo apolítico, pero resguardábamos la tarea fundamental”, resalta Marta.

“En Bélgica, logramos conformar un grupo de unas 60 personas, nos unimos para denunciar el accionar de la dictadura y conseguir visas para presos que estaban en peligro, Lo hicimos con unidad y respeto por todo el espectro político. Así, a los 40 años, podemos escribir un libro, porque tejimos un vínculo político desde una gran diversidad. Hacer memoria no es algo que atrasa, todavía hay secuelas, no todo está bien, se trata e intenta salir, pero las secuelas son fuertes”, subraya Marta.

El regreso

“En el 84, al volver, seguían vigentes las estructuras represivas. Volvíamos y sentíamos que no debíamos hablar de nada, era como estar segregados y con problemas para recuperar su historia, un trabajo y sin antecedentes laborales. Fue muy duro también el regreso”, coinciden.

“Era la época de los alzamientos carapintadas, nos fuimos relacionando con algunos compañeros, a través de comisiones de presos y el Museo de la Memoria, pero llevó mucho tiempo”, recuerda Pepe. “Queríamos que nuestros hijos vivieran en Argentina. Cuando nos preguntan por qué dejamos Europa, no olvidamos que ellos son los que invaden países, los que realizaron la explotación del Congo Belga. Y también porque cambió la situación de los refugiados: ahora los reciben en especies de cuarteles, están muy controlados y persiguen a sus familias”, advierte Marta.

Relato colectivo

Tras años de seguir en contacto con los que se quedaron, “en 2011 decidimos escribir el libro. Nos comunicábamos por mensajes y quedamos en hacer algo, nos juntamos en La Toma y vinieron como 30 personas, entre ellos algunos belgas que también eran amigos. De ahí nació la idea del libro”.

De la publicación participaron muchas personas, como Michel Van Meervenne, estudiante que al realizar una tesis de grado sobre el tema, aportó datos duros e informativos, a la vez que registró los testimonios de exiliados para su presentación.

En la compaginación trabajaron Marta Ronga, Ángela Beaufays y José Bodiño. Muchos trabajaron en las traducciones, corrección, diseños y arte de tapa. Escriben y/o relatan: Herminia Mimí Rodríguez, Ana Fernández, Ana María Ani Masramón, Norma Vainberg, Patricio Sackman, Hernán Tato Osorio, Jose Manuel Pepe Bodiño, Marta Ronga, Felipe Favazza, Alicia Jardel, Norma Gladys Luque, Guillermo Almarza, Angela Beaufays, Marta Ruiz, Ramón Aguirre, Laura Gaud, Natalia Hernández, María Laura Musso, Mariano Bodiño, Juliana Osorio, Meis Bockaert, Nicole Staes, Bruno Van Humbeeck, Guy Van Beeck, María del Carmen Marini, Cristina Safranchick (poesía), Miguel Páez (poesías). Relatos de Martha Lockhart y Luis María Mercado.

En Rosario, y con la presencia de muchos de los que colaboraron, el libro será presentado el miércoles 18 de abril en el Museo de la Memoria.

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