El nombre Paris, Texas desconcertó al mundo cinéfilo de los 80, a lectores ocasionales de diarios y a cualquiera que escuchara cómo se llamaba aquel film de Wim Wenders a punto de estrenarse. Pero a pesar de las especulaciones en torno de un descabellado rally o de una historia entre dos sitios lejanos, lo cierto es que en el estado de Texas existía un paraje llamado Paris. En el libro China, de Pablo Bilsky, el gigante asiático está sólo en la tapa, representado por el dibujo de una joven china guiñando un ojo. “Nadie debe esperar una crónica desde estas latitudes”, parece decir la chica.

Hace dos jueves, en la presentación de su segundo libro –La novela Herodes se editó en 2015–, el autor explicó en cierto modo por qué en este bosque de crónicas de viajero una China se perdió. Pero lo que importa, lo que convoca a perderse en esas otras geografías recorridas por el autor es su punto de vista versátil, su mirada de “escritor público”, como de algún modo insinúa en ese fabuloso prólogo que tituló «Enfurecida ignorancia», en referencia al oficio que ejercían determinados escribas en las sociedades musulmanas del norte de África.

Es que, como esos escritores públicos, Bilsky semblantea los sitios que recorre en el libro echando mano a una sensibilidad que ayuda al lector a entrarle a esos lugares con menos prejuicios que incógnitas, que son reveladas a partir de una realidad construida, creada por la propia ignorancia furiosa del cronista.

Desde los mármoles y piedras milenarias que se ponen en juego en las batallas callejeras que se libraron en Atenas entre ciudadanos pauperizados por el ajuste neoliberal y la cana griega, que ofició de guardaespaldas del poder financiero; desde los cambios de colores, olores y sonidos que Amsterdam va arrojando a medida que el autor la transita; desde las decenas de perspectivas de sucesivos viajes a la capital de la corsaria Rubia Albión; desde el absurdo planteo del capitalismo yanqui, que llega a explotar a estrellas de rock y otros géneros ya muertas a través de hologramas, Bilsky arremete, una y otra vez, acercando al lector pistas de lo que sus ojos descubrieron en cada rincón de esas metrópolis.

Lo hostil, lo amenazador, pero también lo más seductor que contienen las aristas de esos escenarios lejanos, llegan al lector con fluidez, convocan a seguir indagando en esas crónicas, invitan a seguir leyendo de qué va este libro embriagador.

Tal como se plantea en el prólogo ya citado, “la palabra es acción, y como tal puede convertirse en una herramienta política, en un instrumento de combate”. Pero apenas dos líneas más adelante, el autor arroja otra clave en torno de ese misterio, y define a la palabra como “lo único con que contamos para intentar conjurar, aunque sea parcialmente, el asombro, el silencio, la nada”.

En la presentación de China se planteó la hipótesis de que el lenguaje sea el que pugna por salir, el que busca al narrador para que algo sea relatado. La palabra en busca de un cronista que lleve a otros sus impresiones con la precisión de un cirujano que explora los interiores de ciudades, barrios, edificaciones, esquinas, vagones de trenes, bancos desde donde todo y a la vez nada puedan ser mirados esquivando la tentación de la indiferencia.

Acaso la síntesis más perfecta de todo ello la dé el propio autor, cuando señala que el escritor público, el cronista, “tiene una decisión, personal e histórica, en algún sentido patológica, de enfrentarse con lo indecible, con el asombro, con el fracaso”.

Y como dice Bilsky, “quizás toda crónica sea la crónica de esa lucha. Acaso la crónica describa esa lucha a través de la descripción de otras cosas. La mirada tiene que posarse sobre otras cosas, muchas veces lejanas, para contarse a sí misma”.

China debe ser leído como un libro revelador. En los años en que la historia sitúa la aparición del Apocalipsis bíblico, ese género, el de la revelación de las cosas, de los acontecimientos del final de los tiempos, estaba de moda. Decenas de Apocalipsis fueron publicados por entonces. La China de Bilsky describe, no cabe duda, cosas, personajes y lugares que acontecen en un presente que se asemeja mucho al final de los tiempos. Sólo por eso es preciso entrarle y no dejar de buscar en sus páginas los estertores de un tiempo feroz.

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