Laura Villagra toma aire, canta. “Tu amor me hizo vencer”, dice, entonando melodías rockeras que mencionan a Dios. A Laura Villagra, de 52 años, le gusta el rocanrol. Más si es cristiano. Cada vez que puede toma una guitarra e improvisa o canta una que sepan todos y todas. Su lugar favorito para hacerlo es durante la misa de los domingos: un encuentro en el garaje de una casa en la zona oeste, donde se invita a encontrarse con Dios y su amor a cristianos evangélicos, católicos y personas de cualquier religión que sean de la comunidad LGBTI y/o heterosexuales. Es decir, a cualquiera. Laura Villagra es pastora evangelista cristiana, lesbiana, podóloga y no acepta que ni religiones ni iglesias digan a las mujeres y hombres qué hacer ni con su sexualidad ni con su cuerpo.

Mientras el Congreso explota de expositores, opiniones y debate respecto a la legalización del aborto, Laura suma su voz desde Rosario y su cotidianidad a un eco que no cesa: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

Más de una mujer y de un varón se plantaron en el Congreso Nacional señalándose creyentes en Dios, practicantes de una religión y a favor del aborto. Cada vez que lo dicen, resuenan. Y es que la mayoría de los oponentes a la legalización de la interrupción del embarazo se respalda en la Biblia y en los castigos y mandatos divinos para sostener su postura.

Pero el debate público también abrió las puertas para entender que fe y salud pública, fe y aborto, fe y feminismo, no tienen necesariamente que enfrentarse; sino que todo depende del cristal con que se mira. O que las intenciones con que se interpreta la Biblia.  

Laura Villagra habla con este semanario en una galería del centro. Tiene el pelo corto, apenas le llega a las orejas, y luce unas delicadas mechas rubias. Sonríe y habla pausado, formal, aunque con simpatía. A pocos metros de donde está sentada, se ve el local de ropa infantil donde trabaja Carina, su pareja. Ya hace más de diez años que están juntas y no están casadas. Laura dice, riendo, que le parece “un poco demasiado” hacerlo y, a la vez, celebra la ley de Matrimonio Igualitario. “Es la posibilidad de elegir”, resume. Y agrega: “Es como el aborto”.

Laura y Carina se conocieron en “la otra” Iglesia, la normal, la institución, la que ella denomina “hetoronormada y patriarcal”. Se conocieron cuando las dos estaban en el clóset: Carina se estaba divorciando, a Laura, la pastora, no paraban de buscarle novio. Se enamoraron de a poco, a través de la mirada. “Esas miradas que te dicen acá hay algo. Yo sentí que ella me miraba con un amor profundo, que me llegaba al alma”, recuerda Laura y dice que de a poco, entre charlas y conocerse, se formó la pareja. Cuando decidieron irse de esa iglesia, nadie les dijo nada. Más tarde hubo un intento de acercamiento. “Pero no nos estaban apoyando, sino que querían que volvamos a ser heterosexuales”.  

Parece moneda corriente, pero nunca está de más repetirlo: ser gay, lesbiana, trans y hasta mujer en más de una iglesia –evangelista, cristiana, católica, etcétera– es más que un problema. Laura habla de casos de autoflagelación, suicidios y también de violaciones correctivas para que la oveja descarriada vuelva a ser “hombrecito” o “mujercita”.

Laura se dio cuenta que es lesbiana y lo primero que hizo fue negarlo. Ella sabía que no iba a tener ninguna oportunidad de hablar del tema.

“La heteronormatividad y el patriarcado de los textos bíblicos no te dan espacio para hablar y pensar tu sexualidad, para autopercibirte de otra manera”, explica, más de diez años después.

Como pastora y miembro de la iglesia no sólo tuvo que callar su sexualidad, sino que se las bancó todas. “Tenía que adaptarme a ciertos dogmas machistas, como la vestimenta o la forma de expresarme. Había cosas en que no podía participar por ser mujer, como reuniones en el liderazgo. Fue muy difícil ser pastora, sobre todo por ser mujer y soltera”.

“Yo me di cuenta que tenía que mirar para adentro y enfrentar lo que pasaba, más allá de que me iba a encontrar con muchos problemas. Si una no tiene valor de enfrentar las cosas no puede ser ministra de nada. ¿Cómo podemos ayudar a otros si no lo podemos hacer con nosotros mismos?” Laura decidió afrontar lo que se le venía: rechazo, desprecio y que se le cierren todas las puertas. Pero también abrió las suyas.

Otra Biblia, ¿el mismo dios?

Tanto como recita la Biblia de memoria, la pastora cuestiona las lecturas que se han hecho de esos textos. “No soy biblista”, subraya con fuerza. Laura no cree que Dios haya hecho al hombre del barro. “No creo que Dios haya hecho plastibarro y después le metió un espíritu adentro”. Tampoco cree que Dios haya hecho al varón y a la mujer de su costilla. Ella sí cree, que hizo seres humanos a su imagen y semejanza. “Los hizo un espíritu como él. No somos inferiores nosotras, y si no somos inferiores, ¿por qué la mujer no puede decidir?”. También cree en Dios y en el amor: en que Dios nos hizo para disfrutar todo lo que creó.

“Yo creo en el amor que viene de parte de Dios que es eterno, y la palabra eterno es que no tiene ni principio ni fin. Creo que fuimos creados para amar así”.

Laura explica que ella, cristiana evangelista, está obligada siempre a pasar todo por el filtro de la mirada de Jesús. El trabajo es mucho más simple de lo que se piensa: si Jesús no lo dice, no hay problema; si él lo dice, lo piensa y analiza.

“Jesús habla de amor al prójimo como a uno mismo como mandamiento fundamental. Entonces, si no le estamos haciendo daño al prójimo, tenemos cierta tranquilidad. El tema de amor homoerótico y el tema aborto en la Biblia no se mencionan con claridad. Si no lo dice, ¿por qué le hacemos decir a Dios lo que no dice? Yo prefiero decir no sé, y no inventármelo”.

Los ejemplos no son difíciles de encontrar. Desfilan por el Congreso Nacional quienes dicen ser la voz de Dios y la Biblia, exigiendo que no se legalice el aborto.

“Creo que la religión intenta instalar en la sociedad que si el aborto se legaliza y es gratuito las mujeres van a correr en masa a abortar, como si fuera algo divertido, que no asume riesgos, que abortar va a ser como ir de shopping. La Iglesia quiere instalar esto y yo creo que no es así”.

Para la pastora la solución es clara: primero, separación del Estado de la Iglesia. Segundo, que se le dé voz a quienes tengan algo para aportar.

“¿Cómo podés hablar siendo obispo? ¿Cómo le podés decir a una mujer qué puede hacer con su cuerpo si no te podés poner del otro lado, si no sabes qué se siente?”

Tercero, que se apliquen políticas de educación sexual y acceso a anticonceptivos. Un aborto legal, remarca, sólo traerá más seguridad y menos muertes.

“Si un aborto hoy por hoy cuesta, mínimo, unos 20 mil pesos, ¿cuántas mujeres lo pueden pagar? Los que se oponen apoyan estos negocios y tendrían que pensarlo un poco, no deberían apoyar a estos comerciantes de la muerte porque el hecho de cobrar es decirle a la que no puede pagar que si se muere, no importa”.

Laura Villagra trabaja como podóloga en geriátricos, en el sindicato de Amas de Casa, en casas particulares. También es pastora de un espacio mucho más simple: un encuentro con Dios en el garaje de una casa, todos los domingos cuando cae el sol.

La propuesta de Laura está abierta a todos y todas: gays, lesbianas, trans, heterosexuales; cristianos evangélicos, católicos, agnósticos. Es una propuesta religiosa para los expulsados de sus Iglesias y los que eligen ser parte de otro tipo de fe.

La sensación de coordinar este tipo de iglesia es, para Laura, semejante a vivir. Más libertad, más vida y también más responsabilidad.

“Siento responsabilidad frente a un montón de jóvenes, adultos, adolescentes LGBTI que no pueden decirlo porque serían excomulgados. Siento que tengo que encontrar la manera de llegar a ellos y que sepan que no están confinados a la soledad, al rechazo, al dolor y al olvido de parte de Dios”.

Las puertas también están abiertas a quienes piensan en abortar, lo deciden o ya lo hicieron.

“Como grupo tenemos distintas opiniones. Pero desde lo personal, yo sostengo: ojalá nadie tuviera que pasar por eso. Pero si lo hacés, es tu decisión. La Iglesia no puede obligar a una mujer a hacer algo. ¿Quién se embaraza, quién lo va a parir, a criar, a educar?”

Laura cuenta que una vez se acercó una chica que no sabía qué hacer. Tenía 20 años. La respuesta que recibió fue clara: te acompañamos, apoyamos y amamos sea cual sea tu decisión. La pastora no cuenta el final. Lo que importa es que tuvo la oportunidad de elegir.  

Fuente: El Eslabón

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