“Rubia pero de raíces negras”, se decía a quienes se teñían. Hoy este país parece de rubios, pero tenemos orígenes negros e indígenas, subraya Ariel Prat, un porteño candombero que desde las orillas de la música difunde desde hace años el son que no se pudo ocultar ni blanquear. La semana pasada presentó en El Aserradero (Montevideo 1518) su nuevo trabajo: “Negrada herencia” y habló con El Eslabón de música y de historia.
Prat explica que los ritmos afros aparecen en nuestra identidad musical: “El candombe se tocaba con un ritmo de 6 por 8, que también aparece en la chacarera. Por eso, a veces hacemos un candombe y nos dicen que tiene algo de chacarera”.
“Se intentó ocultar nuestro pasado. En 1869, (Domingo Faustino) Sarmiento introduce en un censo la palabra «trigueño», y desde entonces ya no somos más negros o indios”, advierte irónicamente sobre ese “blanqueamiento”.
En su libro Córdova Morena, Marcos Carrizo, licenciado en Historia y especialista en Historia Afroamericana, sostiene que «trigueño» es “es un eufemismo, por mulato o morocho”. Y que eso sucedió porque “hubo un intento de modernizar a la Argentina, y repoblarla una vez exterminados los pueblos originarios y los negros”.
Cebollita y barra brava
Ariel Prat nació con el nombre de Roberto Ariel Martorelli, en el barrio porteño Villa Urquiza, y ya de muy gurí integraba una murga y le gustaba bailar. “Era una barriada de grandes milongueros y murgueros”, cuenta, y agrega: “Los milicos nos desalojaron en el 78, por aquella ley 1050 sobre alquileres. Nos fuimos a Villa Soldati, donde vivió hasta hace poco mi vieja”.
El fobal del toque y la pisada brota en sus canciones, y es que quería ser futbolista, tanto que durante tres años jugó –casi siempre de suplente, advierte– en los célebres Cebollitas de Argentino Juniors de la clase 60. Sí, en la que jugaba un tal Diego Armando, pero indica que no es cholulo y que no es amigo del Pelusa, pero lo admira a lo loco.
Jugaba de wing izquierdo en Argentinos hasta que lo vieron de Chacarita y lo llamaron. Pero lo llamaba también la música y la noche. Y tras amagues en Excursionista y Platense, a los 17 –sin llegar a primera– fue convocado por la guitarra y la noche.
Y del pastito pasó a la tribuna de River donde fue miembro de la barra millonaria. Entonces no se llamaba “los borrachos del tablón” y tenían otros códigos. Allí, jugó de autor de cánticos como el “’jugando bien o jugando mal/ yo te quiero/ no me importa nada/ te vengo a alentar”.
A fines de la última dictadura militar, Ariel era parte de los grupos artísticos alternativos, hasta que se transformó en un músico referente de la llamada “nueva canción porteña”, con la mixtura de rock, tango, milongas y candombes, su estilo de poeta reo y negro arrabalero empezó a sacudir al ambiente de la música desacartonada.
Orgullo de barrio
En su recorrido grabó los discos Y esa otra ciudad (1991), Marcado sobre la raya (1997), Sobre la hora (2000), Los trasplantados de Madrid (2005), Luna del Pilar (2006), Negro y murguero (2008), Milagros al revés (2010), Orgullo de barrio (2012), No sólo murga (2016) y ahora Negrada herencia.
También, el murguero de 57 años, fue colaborador del suplemento NO, de Página 12 y de la revista Cerdos y Peces, en los 90. En 2012, editó su primer libro Curiosidad y Azar (poesía) y en 2013 Te alentaré donde sea (relatos).
Por otra parte, además de formar la Houseman René Band, en homenaje a unos de sus ídolos, fue profe de la Cultura Popular y Carnaval, en la Universidad Nacional de Avellaneda.
Grabó canciones con León Gieco, La Chilinga, La Chicana, Flavio Cianciarulo (bajista y cantante de los Fabulosos Cadillacs), con Bersuit Vergarabat y con Juan Carlos Cáceres, entre otros.
Trasplantado en Madrid
“Por curiosidad y azar”, explica Ariel, se mandó a recorrer España. Entre recitales y grabaciones, también armó una pareja, se afincó en la zona de Los Pirineos y crió una hija.
En Francia impulsó al candombe histórico con el músico Juan Carlos Casares, Cáceres, pianista de jazz y tango y pintor.
“Viví en Zaragoza, y se desataron murgas en Francia e Italia, Hicimos desmedidamente la Patria Grande”, desliza. Hoy vive en Buenos Aires, pero viaja porque su hija está viviendo en España.
“La de Wilson Severino”
Retoma el sabor de Milonga triste, de Sebastián Piana y Homero Manzi, como también La de Wilson Severino, realizada con Juan Subirá, de la Versuit. “Severino es un verdadero afro descendiente”, resalta. El histórico goleador del club de la D, el humilde Atlas (General Rodríguez) se retiró en agosto de 2017, durante un partido por la Copa Argentina con River, club del que era hincha. La emoción del moreno que trabajaba en los ferrocarriles lo llevó a las lágrimas y a abrazarse con el millonario Leonardo Ponzio, en medio del partido. Al terminar, dijo ante la tele: “Se va un guerrero del ascenso. Se lo dedico a todos los que la luchan todos los días, que trabajan para llevar el pan a su casa y luego buscan hacerse un lugar en el mundo del fútbol», dijo Severino, mientras la hinchada de River lo ovacionaba.
Ariel destaca esa esencia: “Compusimos con una rítmica de murga argentina, heredera de africanidad, traducimos el amor por el fútbol, la pasión y la rítmica es de murga argentina, heredera de la africanidad”.
La murga del flaKo
En julio de 2017, presentó en el Centro Cultural Torquato Tasso un tema que, según describió en ese momento: “Es un reconocimiento al legado que Néstor Kirchner nos dejó, encarnado vitalmente y redimensionado en el mandato de Cristina, para que sigamos haciendo una Patria libre, justa y soberana de esta Argentina”.
Y cantó: “Cuando todo era ruinas, la casa en llamas, dolor, penar, ruido de cacerolas rotas, cadenas, mejor ni hablar. Milicos, liberales pasando lista a la impunidad… desde Río Gallegos… bajando al fin los cuadros, metiendo en cana a toda esa mierda… murga del flaco”.
En Rosario, Ariel tocó con su banda Los Perdidos, formado por Martín Hernández (armónica), Miguel Suárez (guitarra, bajo y coros) y Alejandro Caraballo (percusión y coros). Con quienes interpretaron los temas de Negrada herencia, como No te olvides y Ella también» del Flaco Spinetta y sus clásicos: Rumba y tres saltos, Al olor del hogar. La Retirada y El zurdito, entre otros.
Antes de presentarse Ariel y su banda, también se lo hicieron Gonzalo Zabala y Mateo Bussi, del grupo Cara Lavada. Con murgas uruguayas, boleros, tangos y rock recrearon temas del canto popular latinoamericanos.
Militante de la identidad afroargentina
Con su andar militante por la identidad afroargentina, se apasiona al afirmar que “la gente se va dando cuenta de esa historia negada”. “En Paraná está el Barrio del Tambor, acá en Rosario había murgas en el viejo barrio Refinería, con los famosos escoberos, en los barrios se juntan jóvenes y hacen candombes”, advierte. Y agrega que “ayer (por el jueves 3 de mayo) hicimos una charla en Cañada de Gómez, con muchos gente de la zona”.
En eso de andar fogueando a la murga argentina o porteña, algún resabio de su pasado barra brava lo ha llevado a casi a agarrarse a las piñas en un amable bosque en las afueras de París. Alguna vez contó que al tocar con el legendario Juan Carlos Cáceres, y al dedicar un tema a Montevideo también explicó las características del toque de candombe entre las dos orillas rioplatenses. Recuerda que entre los 130 asistentes, un charrúa le gritó: “Dejá de joder que el candombe es uruguayo”.
Esa afirmación motivó que Ariel lo mirará con cierta ferocidad, y que al terminar el recital lo encare. “Dejé el bombo y me fui a pelear, hasta que nos separó el cónsul uruguayo en París”, quien presenciaba el encuentro. El diplomático los llevó a Montmartre, donde pararon un par de horas hablando.
Cuenta que charlaron de Artigas, la Banda Oriental y la pelea contra la oligarquía porteña. En El Aserradero retomó el debate, para afirmar que es equívoco decir que el candombe porteño es derivado de Uruguay. Ariel, como otros investigadores de la cultura afro, resalta que el sonar uruguayo es más de rumba y la argentina es de guariló (una especie de lamento cantado desde los días de la colonia)”. Y, afirma: “No se me ocurriría cantar imitando la voz de un diariero uruguayo, era maravilloso como lo hacía Canario Luna, pero nosotros tenemos otra manera de frasear, otra cadencia”.
Explica que “en Uruguay tienen una estructura coral, y la nuestra es callejera” y que como dice Casarés, “la murga es la catarsis del tango, es salvaje”. “Nuestra murga viene de lo callejero, arranca con la vieja comparsa negra y tiene una tradición distinta a la uruguaya, más difícil de copiar y de llevar a un escenario”, remarca.
La murga constituye para Prat un lugar de resistencia, de participación y de creación colectiva. “Defiendo la murga –asegura– por su base inclusiva, de esquina, de barrio. Me interesa poco si cantan mejor o peor, priorizo que transmitan esa fuerza que es parte de nuestra raíz, porque si se pierde eso no va a servir de nada tener un buen coro o una buena presentación; la murga no debe perder ese costado salvaje”.
Fuente: El Eslabón