El percusionista presenta Tango ia Candombes, un disco-libro en el que materializa parte de su búsqueda en la raíz cultural afroamericana.

Carlo Seminara es de nacionalidad italiana, sin embargo nació en Dinamarca en 1980. Su familia se había exiliado de la Argentina después del golpe cívico-militar de 1976. Carlo se considera argentino, identitariamente. En 1985 volvió al país, y es a través de la herramienta musical que investiga los orígenes de los ritos y las celebraciones en Latinoamérica.

Desde pibe, Carlo estudió bajo y acordeón. Más tarde encontró en el tambor un medio para poder entender los procesos sociales, religiosos, culturales y políticos que atravesaron el continente.

“El tambor data de los orígenes de la humanidad, y tiene un rol fundamental en las reuniones, ya sea en celebraciones, encuentros, o ritos que tienen que ver con aspectos religiosos, de comunicación con antepasados, y entre distintos pueblos; y posibilita una conexión con la naturaleza”, explica el también docente y compositor. “Lo interesante de mi búsqueda y mi militancia es aportar un grano de arena en esto de poner en valor este instrumento como elemento identitario de nuestra región aunque se piense que el tambor es Brasil, Cuba, y ya, de ahí directo a África”.

Seminara estudió en Cuba, Perú y Uruguay, y giró por muchos países del mundo con la música. Grabó y participó en presentaciones en vivo con el grupo local Cielo Razzo. En Rosario, por otro lado, fue uno de los creadores de la Asociación Civil Tocolobombo, dedicada a la investigación y difusión de la cultura afroamericana, y de un iniciático profesorado de percusión latinoamericana en el Instituto Provincial de Música.

Por estos días, el grupo Carlo Seminara y La Barricada del Ritmo, actualmente un cuarteto, publicó Tango ia Candombes, su tercer material, en continuidad de Barcos (2014); y A cada santo una vela (2010).

Un adelanto de la edición, expresa que Tango ia Candombes significa “Tiempo de Candombes”. Candombe, entendido en kikongo, lengua autóctona de una región selvática del Congo, como “negritud” o “cosa de negros”. Carlo lo describe por dentro: “Siento que es el disco en el que más pude mixturar esos dos mundos que son, por un lado, la parte investigativa sobre los ritmos pertenecientes a lo que es en la región el culto de San Baltasar, que involucra lo que es el Uruguay, el Río de la Plata, el Litoral, el noroeste de Argentina, y Paraguay; y, por otro lado, la expresión artística, la búsqueda de cómo relatar las historias que uno quiere contar”.

La luz que echa el músico sobre prácticas de nuestros pueblos en siglos pasados, constituye parte de la esencia y el encuadre del libro que acompaña las 12 canciones del disco: “Los cultos de San Baltasar fueron cofradías creadas por la corona española eclesiástica a fines del siglo XVIII, con el fin de evangelizar a la población africana, en su gran mayoría esclavizada. Y a pesar de eso, pudieron preservar costumbres tocando tambores, cantando y bailando. Y en realidad veneraban a la figura impuesta, pero a través de ella estaban venerando a las deidades del África”.

A raíz del estudio de estas instituciones, Seminara se interiorizó en los ritmos negros que se gestaron en la región que nos circunda: “Todos estos cultos involucran muchos ritmos, como el candombe uruguayo, el porteño, y el correntino, incluso en Goya se toca chamamé con tambor, y en Paraguay hay tres ritmos que se mantienen, San Baltasar, Santo Zapatú y Pitiki pitiki.

El disco de Carlo Seminara y La Barricada del Ritmo fue grabado, mezclado y masterizado en los estudios Penny Lane de Rosario, con artistas invitados y la banda estable: Julián Venegas (guitarra y voz), Alejandro Bluhn (piano, teclados, acordeón) y Mariano Sayago (bajo y contrabajo). La edición forma parte del catálogo del sello Blue Room. Y fue posible gracias al financiamiento colectivo de la plataforma Panal de Ideas.

Canciones con numerosos ritmos explorados, como Chamamé, Milonga, Samba de roda, Panalivio, Maracatú, Festejo, Chamarrita, Candombes de la región, Afoxé, Funk, Cumbia, Baguala, Zamba y Rumba. Y con versiones de autores que constituyen referencias dentro de la música de raíz, como el caso de Tango Negro, de Juan Carlos Cáceres. “Más tarde fueron saliendo en comparsas de carnaval, pero el rito se fue perdiendo al morirse Baltasar, Mandinga, Congos, y Minas repiten en el compás los toques de sus abuelos, borocotó, borocotó, chas, chas”, reza la canción interpretada por Juan Iriarte, uno de los invitados del disco. Y otras como El tiempo está después, de Fernando Cabrera, o Pa’l que se va, de Alfredo Zitarrosa. El tamalito, de Andrés Soto Mena. Y otros autores como Chico César, Lenine, el yanki de origen afrodescendiente Donald Byrd, Fidel Estrada y Luis Martínez Serrano.

“Es el disco con menos composiciones propias. Fue un poco la decisión de usar estas ideas, estas matrices en función de temas que la gente conoce de alguna manera. Porque toda esta información es de peso, compleja y cuesta asimilarla. Entonces, si pones eso en servicio de una canción conocida, la gente puede prestar más atención a eso porque ya está familiarizada con ese contexto. “Composiciones propias hay 2 y media”, dice con algo de humor. Malembe, una obra a tres tambores en homenaje a la población esclavizada en Latinoamérica. Y un chamamé Algo llama, que compusieron en sociedad con Alejandro Bluhn, fusionado con tambor y ritmos del Paraguay, el maracatú de Brasil y la milonga argentina y uruguaya, que son los países que formaron la guerra de la Triple Alianza. Y después, una cumbia colombiana que se llama Lloran los tambores, acompañados por Lucas Querini, de La Biaba, canción a la que le cambiaron la letra, según cuenta, homenajeando a un olvidado Negro Arigós y su comparsa santafesina multicampeona de la década del 50.

Resistencias
En 2002, Carlos Seminara estuvo varios meses estudiando en Cuba. Antes, había comenzado con la percusión del noroeste africano y tocaba el tambor djembe. “Comencé a interesarme en lo que es la música cubana y afro cubana, y me copé mucho con la técnica, obviamente, y después, en el viaje a Cuba fue donde viví por primera vez la experiencia de lo que es el tambor en las comunidades. Es un instrumento grupal y comunitario, es un instrumento que equipara la voz hablada en esto de comunicarse, y tiene el rol de comunicarse con deidades, con los antepasados. Si vos estás en esos espacios, nunca más dejas de poner en valor ese tambor, porque te das cuenta que hay una historia de millones de personas que resistieron ante las peores situaciones de vida, como la esclavitud en el continente, y así y todo se la ingeniaron encontrando los vericuetos para tocar, cantar y bailar. Y entonces ahí, fue donde se gestó el clic, donde empecé y traté de entender eso, difundir y poner en valor, y a comprometerme desde ese lugar. De allí en más, se me empezaron a abrir otras puertas y ventanas, y la verdad es que cada vez siento más importante recuperar eso”.

Más notas relacionadas
Más por Juan Pablo de la Vega
  • El amigo nuevo

    Detenerse en el principio, a modo de prólogo, implica preguntarse cómo aparece un nuevo am
  • Memoria y corazón

    Yo no sé, no. Manuel llegó gritando: “¡La verdulera me dijo que por la escasez de lluvia e
  • Cuentos de los años felices y tristes

    Infancia, barrio, amores y desamores atraviesan Enredaderas en el aire, el flamante libro
Más en El Eslabón

Dejá un comentario

Sugerencia

Cantá, pibe, cantá

Apasionado por el tango, la actuación, los textos y la dirección, Juan Iriarte prepara su