Norma Cuevas es la mamá de Ana María Acevedo, la joven de 19 años que falleció  en el hospital Iturraspe de Santa Fe, luego de que le nieguen un aborto. Expuso su historia en el Congreso Nacional y continuó con su grito diario: justicia por su hija.

El 24 de abril de 2018, Norma Cuevas, una mujer de 48 años, bajita, trabajadora rural del norte santafesino, habló en el Congreso de la Nación. Se la escuchó nerviosa pero no tuvo que prepararse. Solamente habló un poco más rápido –cuenta– porque sabía que contaba con solo siete minutos. Se plantó y dijo lo que le pasó y por lo que pelea desde hace once años: “Soy la mamá de Ana Acevedo, la chica que me mataron en el hospital Iturraspe de Santa Fe”. Así, fue una de las tantas que defendió el proyecto de ley para legalizar y despenalizar el aborto, en las audiencias públicas que se realizan los martes y jueves en la Cámara de Diputados. Cuando se bajó del atril, envuelta en aplausos y emotivos llantos, Norma Cuevas no dejó de ser ella misma, siguió recorriendo ciudades, pateando puertas y pidiendo justicia. Y en ese andar, volvió a Rosario, donde la semana pasada se presentó el documental Ana María, en el nombre de dios, de la productora El Nervio Óptico y dirección de Eugenio Magliocca. Previo a la proyección, compartió mates y sensaciones con el eslabón.

Ana María Acevedo tenía 19 años y tres hijos, uno menor de un año, cuando le diagnosticaron cáncer de mandíbula. No llegó a la primera quimio: también estaba embarazada de dos semanas. Aunque el artículo 86 del Código Penal establece que el aborto no será punible en caso que peligre la vida o salud de la madre, los médicos le prohibieron cualquier tratamiento, para proteger al feto. A los seis meses de embarazo le practicaron una cesárea y la beba murió. Ana María falleció 14 días después. Ocho años más tarde, el Estado provincial pidió disculpas a la familia y firmó un convenio de resarcimiento económico. Y en julio de 2008, el juez Eduardo Pocoví procesó al ex director del hospital Iturraspe, Andrés Ellena, y a otros cinco médicos. Ninguno llegó a juicio.

“Ya son once años”, dice, suspirando, Norma Cuevas. La mujer está sentada y se la ve tan frágil, tan humana y chiquita, que parece que los pies le cuelgan de la silla. Al menos así queda en el recuerdo de esta cronista: como una nena que se hamaca mientras toma mate. La mujer, sin embargo, lejos está de ser una niña ingenua, una persona frágil. Cuando habla y hace lo de siempre, contar lo que le pasó, marca la diferencia: Norma es una referente. A su lado, está sentado Aroldo Acevedo (64), su marido. El hombre la acompaña en el suspiro. “Se van los años”, dice, cuando su mujer cuenta que hace tanto que piden Justicia.  

“No le dieron la oportunidad de vivir”

Ana María Acevedo fue mamá por tercera vez el 29 de enero de 2006. Después del parto, le advirtieron que, por problemas en la sangre, no podía tener más hijos y le recomendaron hacerse la ligadura de trompas. Norma marca ese hecho: es la primera de sucesivas negaciones por parte del Estado. Todas, derivarían en la muerte de Ana María. Meses después del parto, la joven de 19 años supo que tenía cáncer de mandíbula. Y que estaba embarazada de nuevo. Para cuidar al feto, a Ana María le negaron la quimioterapia. “Peleé para que le saquen el embarazo y que siga con el tratamiento, pero (los médicos) no querían. Me decían que me iban a dar a los dos vivos. Yo les decía que ella no era sola, que tenía tres hijitos para criar y que la estaban esperando”, cuenta Cuevas. “A los seis meses le hicieron cesárea. La criatura duró 24 horas y ella 14 días. Después de la cesárea nadie la atendió. La abandonaron. No le dieron oportunidad de vivir para estar con sus hijos”.  

Norma y Aroldo, Ana María junto sus hijos y sus hermanos, vivían en la ciudad de Vera. Sin embargo, la joven pasó su último año y nueve días de vida en el hospital Iturraspe de la capital provincial. Norma la acompañó desde el primer momento. “No había ventiladores”, recuerda, entre tantas imágenes del hospital que van y vienen de su relato. La mujer relata que algunos días apenas la podían ver una hora; que otros días dos. Y que eran todas mujeres. Por eso mismo, Aroldo habla poco. Dice que no sabe qué decir porque no lo dejaban pasar a la sala a ver a su hija; y también cuenta que durante siete meses durmió en el piso de los pasillos del hospital.

“A mí me dolía porque él andaba con los chicos, que eran chiquitos. Se venían en colectivo a Santa Fe y se les agriaba la leche por la calor. O se les rompía el coche, y él tenía que cambiar de micro con los nenes y el bolso. Vos sabés, con esas calores”, suma Norma quien desde que falleció su hija nunca se quedó quieta. Va y viene dando charlas, movilizándose, golpeando puertas con un único objetivo: justicia. Nunca había pensado ni en lo masivo de las calles, ni en el Congreso, ni salir en la televisión para todo el país, ni ser viral. Norma se acuerda que fue por primera vez a una movilización después del fallecimiento de su hija. Fue en la ciudad de Santa Fe y eran “como ocho” que repartían volantes, que la gente los agarraba y los tiraba.

“Algunas de las chicas se enojaban. Él también. Esperá, le decía yo a él –rememora Norma señalando a Aroldo–. Le decía: esperá, vamos a ser muchas”.  

Un pedido por la vida

Norma Cuevas terminó la escuela de grande. Cuando era chica trabajaba en las cosechas y le quedaban pocos meses en el aula. “No aprendíamos nada”, resume. Dice que en la nocturna aprendió un poco, y que otro poco lo incorporó en todas las actividades y charlas que se organizaban en los barrios. Norma se sumaba a todo. Y en una parte de ese todo se encontró con una charla sobre enfermedades en la que se habló del aborto y de cuándo se podía abortar. Norma comenta que prestó atención como en cualquier cosa. Nunca se había imaginado que le iba a tocar. Eso que escuchó le sirvió para marchar por todo Santa Fe mientras Ana estaba internada. “Caminaba toda la ciudad recorriendo todo: 20 cuadras para un lado, 20 para otro. Estábamos solas y los doctores no nos hacían caso. Yo les decía, les peleaba, parecía que yo sabía más que ellos. Pero nadie hacía nada”.

“Nosotros recibimos ayuda, siempre nos hablan. Vamos aprendiendo, y nos damos cuenta de todo los que nos hicieron. Eso nos alivia un poco, pero nos sentimos mal porque no hay justicia. Son once años y no hacen nada”.

Para Norma, haber leído en el Congreso de la Nación fue una experiencia “muy buena”, sobre todo para que en todo el país se sepa lo que pasó con su hija.

Norma es concisa: no quiere que le pase a otra y no quiere el perdón del Estado. Ella quiere Justicia y que el aborto sea legal para que otras mujeres no sufran lo mismo que Ana y para que los chicos no se queden solos.

“Yo quiero una oportunidad para que las mujeres puedan vivir, que se salven muchas, y más las pobres, que no queden muchos chicos solos”.  

Dos de los hijos de Ana, el de 15 años y el de 12, viven con Norma y Aroldo. El del medio, que tiene 14, vive con el papá, en la casa de enfrente. Los tres saben todo lo que pasó con su madre. No sólo porque su historia cada vez trasciende más o porque salió en la tele, sino porque no hay un día en la vida que en la casa de Norma y Aroldo no se hable de Ana María. “En la comida, en la ropa”, enumera Cuevas. Y asegura que siempre hay alguien que se arrima a preguntar por “su tema”. “Ella vivía enfrente, entonces por ahí miramos para allá y decimos: Ana iba a tener la casa así. Ella era muy querida por todos. Era querida cuando estaba viva y, ahora, ¡más todavía! Son cada vez más las personas que se suman, compañeras, les digo yo”.

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