La hermana de Oscar Medina, quien se encuentra desaparecido desde octubre de 1976, víctima del terrorismo de Estado, lamentó que el fallecido ex cura Zitelli no haya llegado a declarar en la Causa Feced III, por las demoras de la Justicia rosarina.

“Yo quería saber qué le pasó a mi hermano Oscar, qué le hicieron, dónde lo tenían. Esperamos y luchamos durante muchos años las declaraciones del cura, pero parece que estaban esperando que muriera para retomar la causa Feced III”, dice Yolanda Medina. La mujer está en cada audiencia en los tribunales de bulevar Oroño, acompañando a los testigos y querellantes del juicio, en un aguante asumido en años de lucha.

“Imaginaba que al declarar el sacerdote podrían caer acusaciones para muchos civiles que participaron en la represión”, remarca Yoli, quien junto a su madre Elisa, desde hace años se mueve en reclamo de la verdad histórica y el juicio a los culpables. En ese andar, varias veces consultó al cura que conocía a Oscar desde muy joven, cuando éste participaba en la Juventud de la Asociación Católica de Villa Gobernador Gálvez.

Segundo Eugenio Zitelli, sacerdote católico nacido en Casilda, fue imputado por los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada, aplicación de condiciones tormentosas de detención y asociación ilícita en perjuicio de 14 víctimas.

Fue capellán de la Policía entre 1964 y 1983, y ofició en la Iglesia San Pedro Apóstol de Casilda. Varios sobrevivientes de la represión que fueron detenidos en el Servicio de Informaciones (SI) de la Jefatura de Policía de Rosario, declararon que el religioso oficiaba misas allí, tomaba confesiones y hacía entrevistas con las víctimas.

Pero Zitelli falleció el 30 de marzo último, a los 85 años, escapando de declarar en el proceso que fue elevado a juicio a principios de 2017,  suspendido tres veces, y recién retomado tras su muerte, evitando así que se enfrentara con la Justicia.

Un viejo conocido

Desde la entrerriana localidad de Santa Elena, Oscar Medina, nacido en 1952, llegó a Rosario cuando tenía 11 años, de la mano de su hermana. Junto a su hermano Héctor, conoció a Zitelli al participar en la Juventud de la Acción Católica, donde “realizaban tareas solidarias y la organización de una guardería para hijos de las trabajadoras de los frigoríficos”, cuenta Yoli, quien hoy tiene 74 años.

Oscar fue lavacopas en un bar de Saladillo, repartidor de leche, peón de albañil y empleado de la fábrica de bicicletas Graciela. En esa empresa fue despedido por pelear por las condiciones de trabajo y un mejor salario. Luego ingresó en Talleres Filippini, mientras estudiaba en la escuela nocturna 124, Isidro Aliau, de Villa Gobernador Gálvez.

“Métanse en sus casas”

Siendo delegado gremial en Filippini, el 21 de julio de 1974, “mientras él estaba trabajando, llega a casa un telegrama con su despido. Se lo llevé al trabajo y se sorprendió y enojó, porque mientras estaba en su puesto la patronal no le había indicado nada. Se reunió con los compañeros y comenzaron un paro”, recuerda Yoli.

El domingo 28 de julio, “llegan al barrio un montón de patrulleros y les dicen a los vecinos que se metan en sus casas porque estaban ante un peligroso delincuente subversivo. Oscar estaba en casa y empezó a putear: « Filippini me manda preso». Quiere salir pero mi mamá le dice que no lo haga”.

“Tres o cuatro autos se estacionan frente a casa y bajan hombres vestidos de civil preguntando por el dueño de casa”, agrega Yoli. “Al estilo provinciano, Oscar contesta «Yo, Oscar Medina, un servidor»”.

La mujer también resalta que lo esposan a su hermano y que “uno de los hombres tenía el carné de la Unión Obrera Metalúrgica”. Mientras, el joven les dice de todo y les pregunta si Filippini les pagó. Entonces le siguen pegando y mi madre pregunta cuál es la acusación, a lo que uno de la patota le grita: «Ah madre, María, no sabe la clase de hijo que tiene»”.

La patronal, la UOM y la policía

“Uno de los hombres le dice que le da unos minutos para que corra a la esquina, pero Oscar advierte: «Ah, no me venían a buscar, me querían matar». Y hasta les adelanta un título del diario: «Un peligroso delincuente subversivo fue abatido en Villa Diego»”, dice Yoli.

“Tenía entonces 21 años, se había casado el año anterior y tenían una hijita. Pero era un corajudo, le pegaban y él les decía que no se iba a callar. Le daban culetazos, pero empezó a cantar El orejano”, una emblemática canción de los Olimareños: “Yo sé que en el pago me tienen idea / porque a los que mandan no les cabresteo / porque despreciando las huellas ajenas / se abrirme camino pa`dir donde quiera”.

En su relato, la mujer resalta que “tiraron todo en la casa, buscaron revistas y las pusieron sobre una mesa que estaba en la galería. Oscar tenía libros de Lisandro de la Torre, porque era militante del Partido Progresista, y obras del Martín Fierro. También pusieron sobre la mesa un machete que yo había traído de Entre Ríos para cortar yuyos, además encontraron un cuchillo que yo usaba para trabajar en Paladini, y un revólver desarmado y viejo que estaba en casa”.

“En ese momento, llega uno de mis hermanos y al preguntar qué pasaba, Oscar le dice: «Preguntale a los muchachos que se equivocaron de profesión y ahora son artistas». Después buscan testigos y traen a un vecino, quien firma la planilla del informe con una salvedad: escribe que vio las cosas que estaban sobre la mesa, pero no sabía de dónde las sacaron. Ese gesto siempre se lo voy a agradecer”, recuerda Yoli.

“Además, sacan una tela que traían doblada, y afuera la extienden. Era una bandera que utiliza el ERP, con los colores argentinos y la estrella roja”.

“No debe meterse en problemas”

Tras ser llevado detenido, Yoli y su madre Elisa fueron a hablar con Zitelli. “El cura nos dice que Oscar «no debía meterse en problemas, hay muchos subversivos». Nos contó que luego de tomarle la declaración ante el juez, lo pasarían a Jefatura”.

El lunes van a Tribunales y consiguen un abogado que lo representara. El jueves se acercan a la sede rosarina de la Policía Federal de 9 de Julio 233. Allí, el juez Alegría Cáceres le levanta la incomunicación pero no pudimos verlo. Sólo la abogada Mirta Mangione Muro, nos comunicaba con él”.

“El 22 de agosto, mi cuñado va a llevarle comida, pero no se la reciben porque está incomunicado. Al enterarme voy a la Federal y reclamo que me dejen verlo. Como armo un escándalo me dicen que debo esperar porque no había visitas. Al rato, un milico me dice: «tu hermanito me dijo que fueras a hablar rápido con los abogados»”, señala Yoli.

“Me dejaron verlo pasar por un pasillo, Oscar me saludó y me impresionó lo desmejorado que estaba. Luego me traen la ropa de él y veo que estaba mojada y con manchas de sangre”, señala.

“De ahí me fui a ver a la abogada y me preguntó si me animaba a hacer una denuncia en los medios. Entonces vinieron del ex diario Noticias”. Y remarca que tras ser difundida pasan a Oscar a la Jefatura, luego a la Cárcel de Encausados”.

Pero los temores no terminan: “Lo llevan a Tribunales a declarar y el juez Alegría Cáceres pregunta por qué lo tuvieron preso tanto tiempo y remarca que la tortura no era un método legal. Nuevamente lo trasladan a la Cárcel de Encausados y le dicen que irían los de la Federal para llevarlo a su sede para después soltarlo. Pero Oscar pide que le digan a su madre del nuevo recorrido, porque creía que era un viaje de ida”, admite Yoli.

Al saber la novedad, con Elida salen rápido para lo de la abogada, pero antes de tomar el  ómnibus lo ven llegar caminando, de regreso.

“La lucha está aquí”

Al quedar en libertad, Oscar trabaja en changas, milita en el PRT y sigue viviendo en su casa. Pero siempre lo persiguen. “Vivimos juntos hasta noviembre del 74 que yo me cambio de casa”, relata Yoli.

El 19 de octubre, Oscar va a anotar en el registro civil a su hija más chica. El juez le dice que no hace falta que firme, que alcanza con que lo haga la madre. “Nos pareció muy raro eso, además ese día habían pasado por casa dos vendedores ambulantes muy raros, preguntaron sobre quiénes vivíamos allí, y andaban tipos extraños en el barrio. Por eso le dije a Oscar que se fuera. Creímos que el juez le dijo de no firmar para no tener que entregarlo”, advierte Yoli. Pero Oscar le dice: “No flaquita, la lucha está acá”.

A las pocas horas, pasando la 1 del 20 de octubre, “se despertaron en su casa por golpes, gritos y potentes luces de reflectores sobres su casa, lo que les impedía ver quiénes eran”, indica Yoli.

“Le pegaron y tomaron a las nenas mientras amenazaban con matarlas si no se callaba. Oscar les pidió que si venían por él, dejaran tranquila a la familia. Estaban de civil y encapuchados, pero se les veían los borceguíes a algunos. Rompieron cosas y le vendaron los ojos. Habían llegado luego que la policía liberó la zona”, remarca Yoli.

El cura aconsejó darlo por muerto

Nuevamente acudieron a Zitelli, “pero nos dijo que no tenía datos oficiales y que averiguaría quién lo detuvo”. Luego le dijo a la esposa de Oscar que podía aceptar la ley de presunción de muerte, porque le daría beneficios y que eso le convenía para cuidar a sus hijas, rehacer su vida y si quería podía volver a casarse.

Al tiempo de semejante consejo, Yoli y su madre Elisa fueron otra vez a ver al cura. “Estaba dando misa y lo esperamos en su oficina. Cuando regresó, muy amable nos preguntó: «¿Qué dicen las señoras Medina?»”.

Fue entonces que Elisa lo increpa al cura: “¿Dónde está Oscar?, padre Zitelli. ¿Está muerto? Si mi nuera dice que usted le contó que puede casarse, es porque murió”. El capellán y párroco de la iglesia Nuestra Señora de la Paz, de Pueblo Nuevo; el cura que conocía y trabajó con Oscar y su hermano Héctor, cuando eran muy jóvenes, les respondió: “Si ustedes, con todo lo que han hecho, no pudieron tener noticas, ¿que voy a saber yo?”.

“Luego de esa contestación, salió y nos dejó solas. No habíamos entendido que era un milico, pero nunca más lo vimos”, dice Yoli, quien esperaba verlo sentado en el banquillo de los acusados en el juicio por crímenes de lesa humanidad que debía iniciarse en los tribunales rosarinos.

“Nunca más tuvimos noticias de Oscar, sólo un compañero que se exilió en Francia aseguró haberlo visto en el Servicios de Informaciones que funcionaba en la actual sede de la Gobernación, de Santa Fe y Dorrego”, explica la mujer.

La cortada Ricardone

“Luego de años de buscarlo en tribunales, Jefatura y en la sede de la Policía Federal, en el año 77 fuimos a tribunales y nos encontramos con familiares de desaparecidos. Un señor nos dijo que podíamos ir a una oficina de la Cortada Ricardone, donde se reunían personas con su mismo problema”, dice Yoli.

“Nos acercamos al lugar –agrega– y fue como tocar el cielo con las manos, pensábamos que íbamos tener noticias. Nos recibió Fidel Toniolli y empezamos a hacer habeas corpus, solicitadas, fueron muy amables y nos sentimos aliviadas”. Con el tiempo, Elisa era ya un emblema de las Madres de Plaza 25 de Mayo de Rosario y presidenta honoraria de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas.

Finalmente, en el Día del Trabajador de 2009, Elisa Benítez de Medina fallece y recibe homenajes por su lucha en el Concejo Municipal de Rosario y en Villa Gobernador Gálvez.

En tanto, su hijo Héctor Chinche Medina, quien ya antes que su hermano Oscar fuera detenido se va de la Juventud de la Acción Católica, dirigida por Zitelli, comienza una militancia vecinal. Luego se acerca al Frente Antiimperialista por el Socialismo y en julio de 1974 se acerca PRT.

En octubre del 75 la policía de Menores lo detiene, pasa a la órbita del Poder Ejecutivo Nacional y es liberado en menos de una semana. Pero vuelve a caer en febrero de 1976 y, tras pasar por Coronda, es liberado en julio de 1980.

Condena social y complicidad eclesiástica

Aunque el religioso que bendecía la tortura se “salvó” de ser enjuiciado por las demoras impuestas por la Justicia en abrir el juicio por la Causa Feced 3, no pudo escapar de la condena social.

El cura que visitaba el centro clandestino de la Jefatura, el tipo que oficiaba misas, tomaba confesiones e indagaba a los detenidos, sabía perfectamente de las situaciones de los presos y las torturas que les aplicaban. Hasta justificaba la brutal violencia para lograr información, y en esos oficios es considerado miembro de la llamada Patota de Feced.

Sin embargo, el arzobispo Eduardo Mirás auspició ante el Vaticano que fuera elevado a la categoría de monseñor, en 1986. Incluso los letrados que defendían a Zitelli eran pagados por la Iglesia rosarina, la misma que intentó resguardar su memoria hasta el día de su muerte.

Más notas relacionadas
Más por Alfredo Montenegro
Más en Derechos Humanos

Dejá un comentario

Sugerencia

Una declaración de amor

Con el testimonio de Yolanda Medina, que relató el secuestro y la posterior búsqueda de su