A las siete en el sur hirviendo es el primer libro de poesía que publicó Lucas Paulinovich (Venado Tuerto, 1991) con el sello local Turba Ediciones. Poeta y periodista, el autor colabora en diversos medios de Rosario y la región como Enredando, Sin Cerco, Pueblo Regional y Rosario|12. Además, es miembro fundador y editor de la revista literaria El Corán y el Termotanque. El título del libro es sustraído del poema Increíble de Felipe Vallese, de Julio Huasi: “Felipe podemos citarnos desde ahora ese día a las siete en el sur hirviendo/ quizá tardemos un poco Felipe/ resulta que vendremos con todas sus cabezas”. Felipe Vallese fue un obrero metalúrgico, delegado gremial y activo militante de la resistencia peronista. Vallese fue secuestrado y torturado por un grupo de tareas en 1962 y es el primer desaparecido de la historia nacional.
Todos los poemas reunidos en A las siete en el sur hirviendo fueron escritos entre el encumbramiento de la patria es el otro y el derrumbe de toda noción de patria. En 2015, el poder oligárquico llegaba a la presidencia por primera vez en la historia a través de las urnas. La derrota, abochorna. Paulinovich lo sabe, y escribe estos poemas, fruto de profundas exhortaciones y duelos.También de ensayos, prueba y error, ejercicios de la remanida autocrítica que tanto se le exige a los que siempre creen y pueden, aunque sea por un ratito, tomar el cielo por asalto. “Que nos digan que no hay vacíos, caímos en desgracia, pero caímos”.
A las siete en el sur hirviendo se inscribe –como la obra de Huasi, por poner una referencia– en la tradición de la literatura militante. Aunque persista la sensación de desamparo, mascullando el odio, Paulinovich no se queda en el rezongo lerdo, ni acude a la pose estética del optimismo, ni tampoco –como señala Pablo Bilsky desde la contratapa–, ofrece fórmulas tranquilizadoras. Pero sí indaga, y construye en diálogo permanente con el pasado común y reciente de nuestro país, su propio lugar y el de su generación, en el linaje de las juventudes revolucionarias de nuestro pueblo. Porque la lucha no se termina, y hay que saber por dónde seguir. “En algún lugar, si es en ese mismo, donde están remedando los caireles/ acariciando las tacuaritas que resisten: es cierto, la palabra sigue siendo lucha”.
A las siete en el sur hirviendo es un puño que aprieta la bronca, la pena, la impotencia, pero también guarda todo el peso de la historia. La genealogía de todas las derrotas del pueblo, las vidas en juego, las que perdimos, apretadas en la memoria. Paulinovich no las nombra, porque en ciertas ocasiones a la poesía le basta con hacer evocaciones. Pero golpea, y el golpe repica, se hace eco en alguna parte, y rebota en todas las páginas del libro. Es un llamado, una convocatoria a los cuerpos vivos, a los cuerpos de los sobrevivientes, también a los que están muertos y a los cuerpos amados, sobre todo. Hay que encontrar la mano que está al lado (donde empieza todo, diría Urondo) reordenar los odios, para hacer algo con eso, piensa el poeta. También hacer el amor, como se dice de todo acto, para conjurar los imperativos de la época: “Este amor que no se cuida ni se piensa para existir, sin la mirada compulsiva del no te metás. Y nos dejamos estar como a ellos menos les gusta que hagamos”. Vallese acude a esta y a todas las citas, en el sur hirviendo. De pronto todos, guarecidos que estaban entre los fárragos, responden al llamado. Y esa reunión es testimonio de que la poesía hace el milagro de reunirnos a todos, de hacerlo posible.
