Diputados dio media sanción al proyecto de interrupción voluntaria del embarazo (IVE) porque obtuvo 129 votos a favor y un millón de personas lo alentó.

Bajo la premisa “Lo personal es político”, no puedo evitar escribir en primera persona, porque esta vez los hechos me atraviesan, me atravesaron este jueves a las 09:53 cuando mi mamá me llamó porque no le contesté el mensaje que me había mandado hacía un minuto. Un audio corto y conciso: “Es ley”.

La atendí y la sentí emocionada, hacía tres horas que llegaba del Congreso, todavía podía sentir el frío en los huesos que me dejó la jornada previa a la votación, frío en los huesos pero un enorme calor en el corazón.

Un calor que ni siquiera los pocos grados con que nos recibió Capital Federal en la mañana del miércoles podrían apagar jamás. Un calor tan intenso que ni siquiera las comparaciones de la diputada de la UCR, Estela Regidor, podrían siquiera suavizar.

Me empeño en hablar de calor, porque lo hubo y a montones. Desde temprano en las inmediaciones del Parque Independencia en Rosario se percibía el clima eufórico de quienes nos disponíamos a viajar hacia el Congreso repartidos en más 20 colectivos.

Cerca del mediodía arribamos, nos dispusimos a bajar y ahí, ahí sí que empezó todo.

Las estudiantes secundarias de Rosario comenzaron a amainar el camino hacia la plaza de los dos congresos, se miraban, practicaban canciones, intercambiaban con sus compañeros varones que fueron a bancar la parada, sonreían y se cuidaban hasta para cruzar la calle. Las pibas estaban ahí para no irse con las manos vacías, y cuando levantaron la enorme bandera blanca que las representaba, me cayó la ficha.

La plaza estaba vallada, de un lado un grupo de los proclamados “Pro vida”, que no perdieron oportunidad de hacer algún comentario grotesco, como el señor que me gritó: “Yo tengo la solucion! Hay que matar a todos los hombres así se quedan ustedes las lesbianas solas en el mundo”.

Son cerca de las 13, hace dos horas que comenzó el debate previo en la cámara baja nacional y el verde inunda las calles. Banderas verdes en los puestos de diferentes organizaciones, pañuelos verdes en los cuellos de las damas, y de los caballeros también, chicas, medianas, ancianas, todas con al menos un pañuelo al cuello, verde en los cochecitos, en los párpados y las mejillas brillosas, verde en los ojos, las uñas, los labios. Mucho verde y también calor.

Un calor humano que mantuvo la calma durante toda la jornada, y fue cambiando de energías a medida que avanzaban las horas, un verde que se multiplicó de a miles cuando caía la tarde, el mismo que se ahogó en un solo grito la mañana siguiente.

Comenzaba la vigilia de unos de los días más felices que pude vivir. Cada tanto revisaba el teléfono, que no dejó de sonar durante todo el dia, mensajes de las compañeras que no pudieron viajar, de mi compañero que me hizo el aguante desde acá, de quienes estaban laburando, de las que hicieron la vigilia en algún otro lugar, fotos de Corrientes y Tucumán, audios de mamá.

Cerca del escenario, ubicado sobre Callao, pasaron muchas artistas y personalidades de la lucha feminista en nuestro país, hablaron, cantaron, recordaron a las que ya no están, pidieron justicia por Diana Sacayán, moderaron, acompañaron toda la tarde-noche al compás de ¡El aborto será ley!

Ya entrada la madrugada, mientras la música seguía sonando en el escenario, en algunas calles más alejadas muchas se preparaban para pasar la noche, dicen que la más fría del año, pero creo que será la más cálida que recordemos. Mantas, frazadas, mates, cerveza o vino se compartían en los grupos. Fogatas en las esquinas, más de una guitarra y cientos de voces que intercambiaban opiniones, estadísticas, cantos, risas, alegría.

Pasadas las 3 me tenía que volver, no podía quedarme a pasar la noche y a pesar de que es lo que hubiera querido, había obligaciones en casa y no las podía delegar.

Me subí al colectivo y pude seguir el debate desde el celu hasta que el cansancio de toda la jornada me superó. Dormí hasta las 7, cuando arribamos a Rosario.

Me acosté y no me pude dormir por un largo rato, el frío me había entumecido el cuerpo. Me desperté por una llamada, no llegué a ver quién era pero del otro lado de la línea mamá gritaba: “¡Es ley, es ley!”. Automáticamente ese calor me inundó el cuerpo, prendí la tele y me dije: Pasamos a la final, y será ley.

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