Santiago Ernesto Garat es padre, hijo, hijo de desaparecido, hermano, nieto, militante de derechos humanos y de todas las causas nobles. Es compañero, amigo, juega a la pelota, es hincha, y además periodista. Y a todas esas características que lo definen, se las puede reconocer en El sol era la pelota, libro con el que se calza la pilcha de escritor. Con el deporte de la redonda como excusa, el Negro –como se lo conoce entre los suyos– pone a jugar a los lectores en partidos importantes como los derechos humanos, la igualdad de género y otras problemáticas relacionadas con la profesionalización del juego más lindo del mundo.

Con la camiseta de la Cooperativa La Masa puesta –productora también el libro– el conductor radial y cronista presentará su reciente obra el próximo jueves en el Complejo Cultural Atlas (CCA), donde a partir de las 19.30 comenzará a rodar la palabra del autor, y de sus compañeros de equipo y de la vida: Pablo Bilsky y Manolo Robles.

De pendejo yo aprendí

Con apenas 4 años y pico, este conductor de los programas radiales La Bola (Red TL 105.5) y Poné la Pava (Radio Gran Rosario 88.9) ya empezaba a entablar buena relación con el lápiz y el papel. “Aprendí a leer y a escribir de muy chico, por mi hermana Florencia. Es que cuando ella empezó la primaria yo tenía tantos celos y envidia, porque tenía guardapolvo, cartuchera, carpeta, así que espiaba todo lo que hacía y como ella tenía onda, sin querer queriendo me enseñó a leer y a escribir. Y una vez íbamos en el auto y leí un cartel al revés. Decía Fiat y yo leía taif, porque estaba vertical”, rememora Garat, que casi al mismo tiempo se iba a topar con su otro amor: “El fútbol estuvo siempre presente en mi vida y lo seguirá estando”.

Foto: Andrés Macera.

“Siempre escribí, boludeces, cosas que no sabía si eran cuentos, poesía, una canción”, revela el integrante de esta sección de el eslabón, pero que en esta oportunidad le toca estar enfrente. “Recuerdo que a los 16 escribí un cuento de un tipo que jugaba al prode y que se le suspendía el último partido, que era con el que podía a llegar a los 13 puntos, por lo que tenía que esperar 4 días. Creo que se lo mostré sólo a mi vieja. Después escribí otra cosa y se la mostré a un amigo que tenía una banda de música. Un día fui a uno de los recitales y tocaron un tema con esa letra, que yo había escrito sin saber que eso podría llegar a ser una canción”, agrega quien así empezó a soltar la muñeca y a darle rienda suelta a su imaginación.

Ya más grande, y con varias lecturas al hombro, se lanzó con escritos sobre “cosas del tiempo, del insomnio, del infinito, debido a mucha lectura de Borges, que mi tío materno me enfermaba con eso, me regaló casi todos los libros, para cada cumpleaños sabía que me regalaba uno”.

Pero como no se podía sacar la pelota de la cabeza, y el autor de El Aleph de eso sabía poco y nada, se las ingenió para llenar sus líneas de goles y pifias, victorias y derrotas. “No voy a decir que aprendí a leer con El Gráfico, pero más o menos fue así. Uno de los primeros cuentos que leí, por recomendación de mi abuelo, fue 19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa. Después leí a Osvaldo Soriano, Eduardo Galeano, y más acá en el tiempo a Eduardo Sacheri, que es un animal y lo considero a la altura del Negro”, asegura el corrector de Texto constitucional, proyecto hegemónico y realidad histórica, libro que recopila los escritos que su padre, Eduardo Héctor Garat, alcanzó a tipear antes de ser secuestrado en abril de 1978, víctima del terrorismo de Estado, y en el que el abogado –que hasta el día de hoy permanece desaparecido– analiza profundamente la Constitución del 49.

Su pasión por los libros también se la debe a su vieja, a quien define como “una lectora empedernida, que se debe leer más de siete por semana”, y a quien acusa de haberlo “enfermado” con esto de leer mucho. “Leo cualquier cosa: policiales, historia, peronismo. Borges me gusta mucho, más allá de lo gorila que era. También me gusta Julio Cortázar, Rodolfo Walsh, las novelas del Gordo Soriano”.

Puro fútbol

Santiago corre detrás de una pelota casi desde que tiene uso de razón. Y hoy con sus 44 otoños a cuesta, también se le anima, aunque cada vez menos. “La única manera que mi vieja conseguía que yo haga la tarea era con la pelota abajo del pie”, saca de su memoria entre risas este habilidoso volante que desplegó su talento por Gimnasia y Esgrima cuando tenía 11 años, hasta que advirtió que era “un club muy careta”, y se fue. “Al no tener papá era más complicado, pero le dije a mi mamá que quería jugar al fútbol y alguien le sugirió que me lleve a Renato Cesarini, que era más copado. En los 3 años que estuve me fue bien, los técnicos me tenían en cuenta para los partidos, para los viajes”. Después probó suerte en Rosario Central, el club de sus amores. “Fui a los 15 con un amigo que era arquero y nos dijeron que volvamos, creo que más por él que por mí, porque era muy bueno y no se conseguían. Fuimos un par de prácticas, pero como entrenaban a la tarde teníamos que faltar a la escuela y tampoco veía que me iban a decir que me quede, así que dejé. Con 18 fui a probarme de nuevo. Me dijeron que podía tener alguna chance, pero que si teníamos la posibilidad en otro club que vayamos, así que no fui más, y hasta el día de hoy me arrepiento”.

También desde que tiene uso de razón, por sus venas corren los colores azul y amarillo del Canaya, gracias a la influencia de su abuelo paterno, que además lo hizo futbolero de pies a cabeza. “Él me enfermó de Central y de fútbol. Cuando lo empecé a disfrutar ya estaba muy grande y además lo de mi papá lo había golpeado mucho”, lamenta este militante de la agrupación Hijos Rosario, que perdió a su viejo en manos de la más feroz de las dictaduras cuando apenas tenía 4 años. “Mi abuelo ya estaba en silla de ruedas, pero tenía un altillo en la casa de mi abuela, y cuando podía caminar un poco me llevaba a mostrarme sus tesoros, que eran recortes de todo lo que salía de Central en el diario. Le ponía la fecha y lo pegaba, tenía banderines, posters, banderas de plástico que me daban mucha risa porque me imaginaba a un hincha en una cancha con una banderita de esas y me parecía muy ridículo”, cuenta Garat, que se desvive por repasar el legado que heredó de su abuelo: “Me hablaba de los jugadores, de la palomita de Poy, de Kempes, de Jorge González, de jugadores que hablando con amigos de mi edad no tenían la menor idea. Y mi abuelo materno también era un amante del deporte, incluso había practicado boxeo de joven. Él compraba El Gráfico los martes y los miércoles me esperaba para regalarmelos y para hablarme de fútbol, y también me llevaba a la cancha”.

Está saliendo El sol era la pelota

El nacimiento de este flamante trabajo literario podría remitirse a cuando este hombre, cuya voz y pluma recorrieron varios medios de la ciudad, se animó a volcar en el papel una historia con su abuelo en silla de ruedas y un juego con la emblemática revista deportiva, que hoy se puede encontrar con el título de Viejo abrazo. “A ese cuento lo mostré más que a los otros, incluso lo presenté a un concurso aunque no pasó nada”, indica. La cosa siguió en este semanario, que ya venía publicando cuentos de Kurt Lutman (los mismos que luego integraron las filas de El agua y el pez), y después todo se transformó en el libro que pronto llegará a las vidrieras. “Algunas cosas las escribía para el Facebook y recibía buenas devoluciones y reproches de compañeros por no ponerlo en el eslabón. Así que me enganché más, siempre haciendo hincapié en el fútbol y en el deporte”.

A la hora de describir su laburo, Garat reconoce que “hay muy pocos cuentos que son exclusivamente de fútbol”, ya que “la idea es contar cosas usando al fútbol como excusa”. Y repasa: “Hay uno que un tipo va a la cancha en la clandestinidad, con los peligros que eso tenía en la dictadura. Hay otro en el que hablo de Perón con la excusa de la disputa de si era hincha de Boca o de Racing, otro sobre la violencia de género. Hay historias reales, pero muchas son inventadas o exageradas. Hay mucha calle, mucho barrio, mucha noche, mucha cancha, mucho viaje”.

Para embellecer las páginas, el Negro sumó a su familia y amigos, que le hacen el aguante con las ilustraciones. Allí, su pequeña Camila y varios de sus sobrinos ponen su arte al servicio de su flamante obra. También se suman los dibujantes de más experiencia como su hermana Florencia, Facundo Vitiello y el tucumano Sejo Delgado.

Y como si le faltara algún toque de calidad, el reconocido periodista y escritor Ariel Scher jerarquiza el ejemplar escribiendo el prólogo. “Cuando lo leí le dije que era mejor que todos mis cuentos (risas)”, confiesa. “A Ariel lo conocí de leerlo y después de entrevistarlo. Él también usa el fútbol para hablar de derechos humanos, y de otras cosas importantes”, comenta Santiago sobre unos de los tipos que tiene en su cabeza una de las bibliotecas futboleras y deportivas más completas del país. “Tiene muchísima memoria, cita autores, libros de manera bestial. Después de esa entrevista, nos relacionamos por redes sociales y luego tuve la posibilidad de ir a comer a su casa, con su familia, es un tipo bárbaro”.

El debut soñado

Con el Centro Cultural Atlas (Mitre 645) como escenario, Santiago Ernesto Garat saltará a la cancha el próximo jueves a partir de las 19.30. Allí le lloverán los centros de los periodistas Manolo Robles y Pablo Bilsky, y será alentado por amigos, familiares, colegas y compañeros de la vida.

“Manolo no sólo es el presidente de la Cooperativa La Masa, el que nos contagió todo esto de laburar periodísticamente sin jefe, sin patrón, sino que también es un amigo de toda la vida”, elogia el periodista deportivo, egresado en el Instituto Superior de Educación Física (ISEF) Nº 11. “Pablo también es un amigo, además es un animal de la literatura, por lo que me ayudó a editarlo”, agrega el integrante de este medio cooperativo desde su fundación en 2008. “Lo de publicarlo con La Masa fue una decisión que nunca dudé en tomar, porque todo lo que hacemos lo volcamos acá, lo compartimos, lo laburamos entre todos y por eso nunca dudé con el libro”, en el que también metieron mano Javier García Alfaro en el diseño, y quien escribe en la corrección.

Fuente: El Eslabón

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