Yo no sé, no. Pedro el otro día se acordaba cuando entusiasmados íbamos a jugar un partido, que era todo un clásico en el mismo barrio. Y de cuando llegamos, para nuestro asombro –aunque ya había unos rumores que se corrían– la cancha estaba cercada. Jugamos igual, porque los arcos no lo habían sacado, así que cruzamos el alambre y jugamos un par de partidos. Y al otro domingo también. Hasta que el dueño, medio mal llevado, le puso alambre de púa. Eso nos jodió bastante, porque pateábamos fuerte y si bien la pelota era de cuero, igual corría peligro de pincharse. Aparte, el alambre de púa estaba muy cerquita de la línea de fondo y cualquiera que se pasaba de largo se podía lesionar fulero. Los más pibitos sufrían bastante porque iban con las pelotas de goma, la pulpito, a jugar a las cabezas, y cada dos por tres se les pinchaba.

El último partido, recuerdo, había que entrar con pelota y todo porque teníamos una sola, la que duraba. Pedro me decía que a ese alambrado, que apareció cerca de barrio Acindar, y era peligroso porque le habían puesto alambre de púa, también había que cruzarlo porque había unas pibas que visitabamos. Cada vez que lo cruzábamos me sentía identificado con una canción de Nino Bravo, que decía: “Detrás del alambrado está su amor”.

Al tiempo, cuenta Pedro que saltaron el cerco que se le hacía a la juventud para participar en política, diciendo en los medios que sólo era para mayores. También se acuerda de cuando el General estaba cercado y rompimos ese cerco: primero cuando vino en el 72, se acercaron bajo la lluvia, cruzando campos, levantando alambrados, y después en la casa de Gaspar Campos, donde no se podía acercar e igual lo hicimos.

Había que luchar contra los que dominaban el país, que te forman cercos en lo económico, las libertades individuales, aunque en los proyectos colectivos íbamos derribando todas esas alambradas. Hasta que apareció la dictadura y los 90, y un ejército de desocupados quedaba afuera. Y había un cerco que le impedía la inclusión en lo laboral, ir a la escuela, tener una jubilación digna.

Por eso, dice Pedro, este coso que nos gobierna y sus secuaces, cada dos por tres vienen y hacen un cerco para aislarse de la gente y no sentir los reclamos, como cuando (no) viene al Monumento. Igual, es peor el cerco que hacen con la economía, dejando afuera a un montón de tipos. Como si un alambrado hiciera una canchita sólo para ellos, los que tienen bonos en el exterior, y nosotros afuera, jugando con lo que podemos, con la de pulpo, con el riesgo de que roce el cerco y te quedés a gamba. Esa es la marginalidad que están fomentando, un país chiquito.

Pero me dice Pedro que tiene confianza en los compañeros, en los que sufren, en que levantemos las alambradas, los cercos, para volver a tener nuestras propias canchitas, lo que hemos conseguido. Y que sea un país para muchos, donde los cercos y alambrados sean cosas del pasado, me dice Pedro mientras mira ese lugar donde apareció esa canchita cercada con alambre, y ese caminito en el que íbamos a visitar esas pibas del barrio Acindar. Sabés qué, me sonríe, si nos ponemos las pilas, chau cerco mediático, y esto será para todos.

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