Yo no sé, no. Pedro el otro día se acordaba de un terrenito donde apareció un depósito de chatarras. Eran como dos terrenos comunes antes del depósito, en tiempos en los que la industria siderúrgica funcionaba.

Nosotros nos tentamos y ahí hicimos una canchita en la que tardó en aparecer el verde, era marroncita, áspera, y si te caías te cortabas porque siempre quedaba un resto de chatarra depositada en el suelo. Pero de a poco fue saliendo el marrón y apareció el verde rústico, ese yuyo peleador que se la aguanta, porque siempre estuvo ahí, abajo de todo, esperanzado en volver a ser un terreno para los pibes.

Pedro se acuerda que ahí apareció un pibe que decía que en el mediocampo hay que desbordar en seguida y depositar la pelota en el área contraria, por abajo o por arriba. Insistía en usar esa palabra: depositar.

El pibe venía de Ovidio Lagos y Segui, donde había una chatarrería con un gran depósito. Pedro dice, rascándose la cabeza, eran tiempos en los que depositábamos la confianza en nosotros mismos, en lo colectivo. En nosotros, cuando íbamos a encarar a un barrio fulero una mina que nos gustaba, y había que tener confianza en uno mismo cuando era visitante en esa circunstancia; y en lo colectivo, cuando empezaron a militar en proyectos nacionales y populares, en los que la confianza en cambiar el país para hacer una patria mejor, era posible. Y tan posible que gran parte de la Patria Grande estaba en ese camino.

Hasta que al Imperio se le ocurrió que el respaldo de su moneda no sería más en el oro sino en los fierros. Así exportó dictaduras, que llegaron acá y a los países vecinos, con una impronta del coloniaje, dejando afuera a medio mundo y endulzando a un sector con la bicicleta financiera, con la plata dulce, con la tablita, con comprar el dólar barato, hasta que eso se terminara y llegó la amargura para todos. Luego vinieron los 90, que tenía eso de depositar la confianza en las cuestiones individuales, hasta que pasó lo que pasó y apareció esa frase terrible: “El que depositó dólares, recibirá dólares”. Y nadie recibió ni dólares ni pesos, dice Pedro, salvo algunos pocos que eran cómplices que le chiflaron justo a tiempo y salieron para dejar a medio mundo ensartado.

Hasta hace poco era distinto, dice Pedro, parecía que había depósito en nuestra confianza, en nuestros proyectos colectivos. Hasta que llegaron estos cosos, que de nuevo vienen creyéndose que depositando la confianza en ellos el país va a salir adelante. Y no es así.

Algunos todavía creen, los que no vivieron lo peor de la dictadura o lo peor de los 90, que jugándorsela sólo el partido puede cambiar, pero hay que volverla a depositar en el área de ellos, y para eso tenemos que estar juntitos, zapatando, en las calles, en todos lados, en todas las canchas posibles, y en un momento determinado, pum!, se la mandamos a guardar. Con un centro rasante, o tirándola por arriba, con que lo hagamos un par de veces, nos van a tener miedo. Y nosotros vamos a agarrar coraje, vamos a depositar la confianza en nuestro propio esfuerzo y saldremos adelante. En una de esas ganamos, depositando el esfuerzo y la energía en el equipo. Viste qué fácil, dice Pedro, mirando ese terrenito que ya no está, que fue depósito de tantas cosas, pero fundamentalmente de esos centro fabulosos en el área contraria.

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