En una esquina céntrica de Paraná, las calles Andrés Pazo y Corrientes se cruzan, a pasos del edificio del Concejo Deliberante. Allí, en algunas noches, suelen estallar escaramuzas entre antiguos, pero muy antiguos vecinos. Más que un bache, en esa esquina, una batalla cultural deja una profunda grieta, que aunque callada, habría que visualizar.

Sucede que a metros de esa ochava, en junio de 1870, se levantó una escuela, luego bautizada como Escuela Normal Superior José María Torres. Surgida por decreto firmado por Sarmiento, el establecimiento fue modelo para instituciones similares que surgieron en el país.

Unas diez maestras, el primer director y su esposa fueron contratadas en Estados Unidos, para que aplicaran nuevos y modernos métodos de educación, además de transmitir un estilo de vida y lógica, con un enfoque europeísta, rasgos positivistas y laicos.

Pero, años más tarde, en la misma esquina de Pazo y Corrientes, “hacia 1815, José Artigas, ya triunfante en su proyecto de constituir la Liga de los Pueblos Libres, y coherente con su preocupación por la educación de los niños, dispone la fundación de una escuela de primeras letras”, dice el profesor de Historia Rubén Bourlot, miembro del Instituto Artigas de Entre Ríos.

La bárbara europeización

Artigas y Sarmiento impulsaron proyectos políticos antagónicos, pero ambos –desde otros contextos históricos– pensaron en una batalla pedagógica como herramienta esencial en la construcción política.

Sarmiento hizo méritos para que la historia y el sistema educativo oficial lo reconocieran como el “Padre del Aula”. Con la ley 1420, estableció la educación común, laica, gratuita y obligatoria, con lo que ya no quedaba circunscripta a la oligarquía, es decir, a los únicos que hasta el momento podían ser escolarizados, sino que los conocimientos y saberes de este mundo, moderno y occidental, también los podrían recibir inmigrantes, gauchos, indígenas y afroamericanos.

El sanjuanino –a diferencia de Artigas–, apostaba a construir un Estado nacional con las mismas características de los europeos. Insistió en la necesidad de “blanquear” a la población a través de la instrucción. Como señala Adriana Puigross, “rechazaba la herencia hispánica y propugnaba la europeización de la cultura”.

Aulas para “purgar a la raza perdida”

Fines del siglo XIX, Argentina ingresaba almercado mundial capitalista como productora de bienes primarios. El modelo agroexportador, posibilitó la acumulación de riquezas en pocas manos, las elites criollas se beneficiaron de la producción ganadera y agraria, y vieron acrecentar sus fortunas gracias a esta dependencia económica que generó con los países europeos.

Walter Mignolo (semiólogo argentino, autor de “Las Américas en el horizonte colonial de la modernidad”), señala: “Los países americanos fueron los primeros en forjarse a imagen y semejanza del estado-nación europeo. Al hacerlo, no sólo olvidaron el sueño de la patria grande en el sur del continente sino que se lanzaron a extinguir las formas indígenas de organización política que habían sobrevivido a la colonización ibérica”.

La oligarquía, beneficiaria del llamado “granero del mundo”, necesitó de la escuela para crear trabajadores asalariados a fin de incorporarlos en sus estancias, fábricas, empresas. Y, al mismo tiempo, la escuela fue primordial para construir una nueva sociedad, civilizada, ilustrada, en la cual los sectores populares dejaran de ser “atrasados, salvajes, bárbaros” para convertirse en sujetos educables; a pesar de que Sarmiento mencionaba que entre ellos también había quienes eran ineducables.

En una carta a Mitre en 1872 Sarmiento escribía: “Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que liberarse. En Argentina, Chile, Venezuela y otros Estados sudamericanos pueden sentirse los efectos dañinos que produce esa amalgama de razas con bárbaros que viven en los bosques, odian la civilización y conversan su idioma primitivo y hábitos de indolencia y repugnancia contra el aseo, el vestido, las comodidades”.  

Sarmiento propuso darle a la población una educación básica integral que elevara su cultura. Para ello, desarrolló escuelas de artes y oficios para que se impartiera una educación racional y científica, pero alejada de las particularidades de las comunidades étnicas que se encontraban en nuestro país. Impulsó el borrar las costumbres, los hábitos, sus lenguas, saberes, conductas, formas de organización social y económica, en pos de que esta Argentina se convirtiera en una nación homogénea, letrada, y en lo posible, europea.

Civilización y barbarie, dicotomía expresada en el libro Facundo, se constituyó en el eje que articuló la escuela del siglo XIX, y que a pesar de los intensos cambios y transformaciones de nuestra sociedad, sigue impregnando las aulas y las instituciones educativas. En ese mismo libro, también visualizó a Artigas como “un bruto delincuente rural y extranjero”. Ocultando que la tropa de negros, gauchos e indígenas era un malón embarcado en una resistencia popular, asamblearia y libertaria, ante la expansión del dominio portugués, español y porteño.

Un pensador y educador popular

Por otra parte, el oriental filósofo Leonardo Rodríguez Maglio, remarca que “virtud y valor son conceptos diferentes, aunque ambos pertenecen a la esfera de la ética”. En ese marco, el autor de La filosofía popular y regeneradora del magnánimo José Artigas, señala que Artigas, en carta al cabildo montevideano, en agosto de 1815, sostenía: “Enseñamos a los paisanos a ser virtuosos”.

A su vez, la pedagoga, docente e investigadora, Adriana Puiggrós, dice que “la concepción democrática y popular se encuentra en el Reglamento de Artigas –que da continuidad a las ideas educativas de Manuel Belgrano–, en el Reglamento de Córdoba y de varios caudillos.

Explica que “combinaron federalismo, primacía del Estado, religiosidad y participación popular, otorgando poder a las juntas protectoras y adoptando métodos modernos, contenidos científicos y cierta dosis de libertad ideológica”.
Y agrega que “menos jacobino que Mariano Moreno y menos anticlerical que Simón Rodríguez, Artigas trató de vincular a los curas maestros con la causa de la Independencia”.

Esa intención educativa del artiguismo quedó documentada en el Proyecto de Constitución para la Provincia Oriental (1813) en el artículo que indica que “los establecimientos públicos de escuelas para la enseñanza de los niños y su educación; de suerte que se tendrá por ley fundamental y esencial que todos los habitantes nacidos en esta provincia, precisamente han de saber leer y escribir”.

Pedagogía del fogón y churrasqueadas

El proyecto artiguista, conocido como la “Escuela de la Patria”, no es considerado como un sistema educativo por la falta de un método y normativa. Pero esa misma informalidad se proyecta como una dinámica pedagogía no encerrada en aulas, sino que corrió en fogones, entre mateadas y churrasqueadas, como una estrategia más de lucha, armada desde la ética del ideal artiguista.

Sale de la enseñanza en las aulas para proyectarse como línea de educación nacional y popular. No figura entre las teorías pedagógicas porque fue la urgencia de liberar a los pueblos la que la despachó por el territorio, donde no había presupuestos, escuelas y maestros.

“En cuanto a los docentes a utilizar y al contenido a enseñar, no era sólo aprender a leer, escribir y contar, también se refiere aprender los valores fundamentales de la revolución”, dice Rodríguez Maglio.

El artiguismo, a la instrucción, además de los contenidos académicos, le suma la formación del ciudadano desde los valores patrióticos y revolucionarios y su responsabilidad en la comunidad. Además de propiciar el acceso libre a gurises de cualquier clase o color.

“La concepción artiguista no se basaba en lo que luego, en la Modernización y vinculado a un sistema represivo, hará irrupción en el Uruguay de fines del siglo XIX: la dualidad civilizado-bárbaro. El bárbaro es el gaucho al que hay que imprimir la matriz civilizatoria eurocentrista, sin permitir la oportunidad de aceptar sus saberes, memoria, cultura colectiva, dignidad e identidad”, advierte la profesora de Historia, Marisol Cabrera Sosa.

Por otra parte, desde Piriápolis, Rodríguez Maglio, sostiene que dos filosofías se enfrentaron en el Río de la Plata con sus respectivos objetivos y valores: “La oligárquica, y parcialmente continuista del régimen anterior; y la popular, republicana y democrática, consecuentemente revolucionaria de Artigas».

Ese proyecto de los Pueblos Libres parecía vencido, pero aún se disputa una fuerte batalla ideológica, que se palpa en encuentros como las recientes Jornadas Interdisciplinarias sobre el Congreso de los Pueblos Libres, desarrolladas en Paraná y Concepción del Uruguay, donde presentamos esta ponencia.

Continuará…

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