Acá hay millones de responsables de que esto esté pasando. No se puede estar un día relatando la necesidad del cambio y otro relatando las consecuencias de ese cambio, cuando se conocía perfectamente lo que iba a suceder.
Periodistas deshonestos, operadores de la desinformación y la mentira; señoras indignadas por «las cadenas nacionales»; señores loros que repetían lo que les inoculaban sobre «la ruta del dinero K»; maestras y maestros que decían que se vivía en una dictadura; taxistas que al mirarse en el espejo retrovisor se veían con ojos azules, «ojoz de zielo», como Él. Comerciantes que vendían muy bien sus mercancías, pero cuando se les preguntaba respondían: “No la aguanto más”. No sabían muy bien qué no aguantaban más, pero ese juicio era lapidario. Gremialistas que reclamaban que sus representados no pagaran más impuesto a las Ganancias, y le creyeron a “Ojoz de zielo” cuando les prometió que nunca más un laburante pagaría esa gabela.
Pero no fue lo único que le creyeron a este crápula que hoy gobierna junto al FMI, la timba financiera de los bancos, la oligarquía sojera y Clarín y asociados. Primero le creyeron cuando hablaba de la campaña del miedo. Luego le creyeron cuando se burló de un tipo que decía la verdad, argumentando que lo habían convertido en un panelista de 678. Después, o al mismo tiempo, que más da, le creyeron las mentiras menos perdonables: que no iba a devaluar, que no iba a haber ajuste, que la inflación iba a ser lo más fácil de superar, que nada de lo que estaba bien sería sacado y que “juntos” harían bien lo que se estaba haciendo mal.
Todo eso lo decía un procesado por contrabando, condenado, y absuelto por la Corte Suprema menemista. Lo decía un procesado por escuchas ilegales a docentes, familiares de víctimas de la AMIA y hasta familiares políticos. Lo decía un sujeto que durante dos períodos de gobierno endeudó a la Caba como nunca antes alguien lo había hecho, ¡¡¡que reprimió a internos, enfermeras, psiquiatras y familiares de internos del Hospital Neuropsiquiátrico Borda!!! Lo decía un fulano que mandaba a patotear a indigentes en situación de calle, recién desalojados o simplemente cartoneros.
Casi tres años después, está pasando esto. En un país en el que había pobreza pero todos comían todos los días. En un país en el que los más chicos recibían netbooks e iban con sus padres a Tecnópolis, donde no se los trataba como a negros de la villa. Un país en el que se ponían en órbita satélites geoestacionarios. Un país gobernado con errores, con cadenas nacionales, con algún que otro corrupto en su seno, como todo gobierno, pero en el que no había un gabinete entero con cuentas off shore, con todo su dinero en el exterior, un gobierno que no tenía afiliados y aportantes truchos elegidos en las bases de datos entre los más vulnerables.
Sépanlo aquellos creyentes. A la Argentina la están saqueando. En la Argentina de estos días se está perpetrando una masacre social. La está llevando a cabo un grupo de personas que están convencidos de que hay que hacerlo para que nunca más vuelva el “populismo”, esos que les ponen reglas a sus negocios, límites a sus crímenes, fronteras a su angurria.
No son, estos tipos, muy diferentes a los que ya lo hicieron antes. Pero algo sí se destaca en ellos. Están decididos a hacer lo que piensan que a los otros les faltó hacer para acabar con la faena. Están dispuestos a poner en juego la solución final. Están decididos a tensar la cuerda como nunca antes lo ha hecho alguno de su clase. Porque para estos depredadores lo que faltó fue decisión, coraje, audacia. Estos son criminales audaces, peligrosos, cría de otros tan angurrientos como ellos pero acaso más conscientes del poder que envuelve a la turba enardecida cuando se rebelaba. Estos están dispuestos a todo, se han embetunado el rostro para el combate. Creen que todo es cuestión de decisión.
No es momento de preguntarse cómo pudimos llegar a esto, pero sí de dejar constancia de que hubo muchos cómplices, y de que muchos de ellos se dan cuenta tarde. Muy tarde. Y de que muchos otros no sólo no se dieron cuenta sino que bancan esto sin miramientos, sin culpa y con convicción.
También es momento de pensar que hay demasiada inercia electoral en mucha dirigencia que apenas, y de soslayo, pondera los efectos más perversos de este plan de exterminio social y político de un proceso que llevó el pan a la mesa de todas y todos y que comenzó hace más de 70 años. Los que no comen no esperan. Los que duermen en las calles no aguantan más. Los que ven irse a sus hijas e hijos a la calle sin saber qué será de sus destinos están desesperados. Los que día a día ven correr entre sus dedos las hilachas de vida que les quedan sin un remedio que consiga calmar sus dolores se están muriendo. No hay derecho a pedirles que aguanten los tiempos de la política. O más bien: ¿Desde cuándo los tiempos de la política no son los tiempos de los desesperados?
Hay decisión en las altas esferas del poder. Hay ansias de quedarse. Hay miedo a la retirada, después de tanto desquicio criminal. Hay necesidad de mantener los bastiones conquistados, esta vez con el voto cómplice de sus víctimas. No quieren irse, porque saben que las huellas de la rapiña son muchas e indelebles.
Pero también hay una Historia que si bien no se repite cala hondo en la memoria colectiva. Nunca estos depredadores pudieron contra el Pueblo en los ruidosos confines de las calles. Nunca jamás se la llevaron de arriba cuando fue cara a cara contra esa turbamulta envuelta de indignación, rabia y hambre acumulados. Si estos criminales no lo saben, mejor. Si lo sospechan, que entonces se vayan antes de tensar aún más la cuerda. Y si se atreven, hay que estar preparados. Porque los que no tienen que volver nunca más son ellos. Nunca más.
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